Por Mario Ramos-Reyes
Filósofo político
Yo podría comenzar el artículo de hoy con el mismo párrafo de la semana pasada. La afirmación de que la burocracia que el estado moderno genera, produce desencanto, desilusión, escepticismo. Y de que fue el sociólogo Max Weber el intelectual que, en los años críticos de inicios del siglo XX, advertía de la racionalización excesiva de los aparatos partidarios, del Estado, y sobre todo, la burocratización de la política. Cuando el sistema está sólidamente establecido, casi esclerotizado, las reformas esperadas son siempre más de lo mismo y solo queda la desilusión y el grito del desencanto, pues, lo único que se avecina parecería ser, son las crisis periódicas del sistema.
Así, una democracia refleja –y esto es más visible en un país post industrial y que está en una veloz transición hacia una economía casi totalmente tecnificada, como la de Estados Unidos– los miedos ciudadanos, miedos a ese cambio que se proyectan, muy a menudo, en enemigos imaginarios o reales, convirtiendo el debate democrático en una miríada de eslóganes, frases hechas, guerra de anuncios comerciales, con soluciones rápidas y simplistas.
Pero no se desespere el lector. No voy a repetir la propuesta de Donald Trump, sino la de otro "populista" –Bernie Sanders–, quien, viendo problemas similares, reacciona de manera distinta. Así es. Bernie Sanders es un pre candidato del Partido Demócrata a la Presidencia que está causando dolores de cabeza a la favorita Hillary Clinton, pues más de una encuesta lo ubican adelante de la exsecretaria de estado. Sanders, que se autoproclama "socialista" es un político experimentado y consistente, que está no solo a la izquierda de Trump, sino y sobre todo, a la izquierda de Hillary Clinton. Miembro de la Cámara de Representantes por varios periodos y senador desde 2007, Sanders se ha caracterizado por su crítica severa a la concentración de riqueza de las grandes corporaciones y su influencia perniciosa en la marcha de la democracia americana.
Su crítica, ciertamente, no es nueva. El tema de la desigualdad, cada vez mayor de la democracia americana, ha sido su tema favorito. Una desigualdad que, según Sanders, es totalmente inconsistente con la tradición americana, sobre todo, la que nace de las propuestas de Franklin D. Roosevelt y L. B. Johnson. En el año 1998, se opuso a la anulación de la ley financiera Glass-Steagall que mantenía el aspecto comercial y financiero en los grandes bancos separados, protegiendo a los inversores. Dicha anulación de ley fue, según observadores, uno de los incentivos para la gran recesión del 2008, crisis en la que perdieron trabajo, viviendas y dinero más de seis millones de ciudadanos. Más aún, Sanders fue también una de las voces que criticó el plan de rescate de Wall Street, plan que aceleró más que disminuyó la brecha entre los súper ricos y los demás ciudadanos. Y a diferencia de la señora Clinton, votó y se opuso a la guerra en Irak.
Político medido, el estilo de Sanders es lo contrario del de Trump. De pocas palabras para la popularidad que cuenta, parece más un profesor de un college americano medio, que se dirige a un grupo masivo de alumnos con un tono coloquial más que magisterial. Para cualquier estratega de campaña, Sanders no posee carisma. No es un Bill Clinton ni tiene la retórica de Obama. Pero, precisamente, esa manera no pretenciosa, es la que lo hace una persona creíble e interesante. Así ha captado una franja importante de votantes de su partido, sobre todo, a la clase media y a los sindicatos que ven con sospecha la candidatura de Hillary Clinton como demasiado cercana con los grandes intereses económicos de Wall Street.
Lo ha dicho más de una vez: sus políticas buscan la mejora y empoderamiento de la clase media y las familias trabajadoras. Sanders se autoproclama socialista, palabra que suena a anatema en la cultura americana, sobre todo para el Establishment de los partidos Republicano y Demócrata. Su socialismo, no obstante, es democrático y abierto a las empresas privadas para que desarrollen, inviertan y –se dice– recreen el consumo interno del país, tan vapuleado por los grandes negocios de la globalización y el libre comercio. Hay un proteccionismo en Sanders que, en alguna medida, se parece al abierto proteccionismo de Trump.
Pero Sanders no es Trump. ¿Se enfrentarán en las elecciones generales? Es difícil saberlo, pero es posible. De ganar ambos las nominaciones de sus respectivos partidos, sería la primera vez en varios años que dos candidatos, descartados como inviables e indeseados por las estructuras "oficiales" de sus partidos, ganan la nominación. Y termino con lo mismo de la semana pasada: los seres humanos no somos apolíneos, seres de conductas rectas y racionales, sino dionisíacos, emocionales, irracionales. La política es un mundo donde, después de todo, dos más dos no siempre son cuatro.