Por Marcelo A. Pedroza

COACH – mpedroza20@hotmail.com

Pasan los años y seguirán sucediéndose como desde el principio. Un año más en el devenir constante del tiempo. ¡Qué figura central de la existencia! El tiempo y su eterna presencia. Estuvo, está y estará. Su belleza reside en su perseverante compañía. A través de él los números dejan sus huellas. El ciclo de la vida se estampa y se ordena en un calendario que tiene la virtud de ser vigente cada día. Qué sería del tiempo sin el hombre y a la inversa, qué sería del hombre sin el tiempo.

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El tiempo y su estampa cargada de circunstancias. Es que lo han hecho partícipe en lo que cada generación ha realizado, su marcada asistencia refleja que ha soportado la inconmensurable diversidad de episodios ocasionados por la humanidad. Las tempestades han avasallado su calma natural, el llanto provocado por las injusticias ha encontrado en su silencio un alivio para sobrellevar lo terrenal. También ha sido testigo del despliegue superador del ser humano. Es el tiempo que garantiza el devenir victorioso de la vida. Es quien contempla la consagración entre quienes la buscan.

El tiempo no conoce el fin que estipulan las personas aunque sí se sabe principio abundante; y se siente como un aliado hasta la culminación de los ciclos propuestos por los hombres. Su fecundidad es inagotable, no hay riesgo de extinción sobre su nombre. Dura tanto como el ser que lo vive y trasciende sobre la mortalidad y vuelve a desplegar su inacabable pasión de vivir junto a quienes suceden a quienes ya no están y así se involucra en todas las épocas y con todas las descendencias que transitan por el mundo.

La finitud de la vida encuentra una oportunidad ante la asistencia del tiempo. Qué fantástica ocasión para que el tiempo sea provechoso y su esencia habilitante sea utilizada con todo su esplendor. El tiempo necesita que lo fecunden. ¡Cuánto debe sufrir cuando asiste a lo infructuoso, a lo dañino, a la ignorancia de su uso! Su valor tiene el alcance que le da quien lo vive, es tan grande su comprensión hacia las personas que deja a criterio de cada una la apreciación sobre él.

¿Qué hacer con el tiempo? O, ¿qué hacer en el tiempo en que vivimos? Hay quienes creen que el tiempo no alcanza. Otros se dan cuenta de su existencia cuando ha pasado mucho, sin percatarse que todo sucedió en su debido tiempo y que él estaba ahí para ser vivido. Están los que ordenan el tiempo en que viven y disponen de quehaceres que honran su convivencia con el mismo. Es multitudinario el vínculo que existe con el tiempo, por lo tanto las preguntas disparadoras expuestas precedentemente pueden ser modificadas o respondidas de acuerdo a quien las decida absorber.

Con el tiempo se aprende a convivir. Todo proceso requiere de sus etapas, la vida es un constante aprendizaje vivencial. En el tiempo florece la responsabilidad, y ella admira laboriosamente con sus hechos el zumo que produce su actuar. El tiempo inexorablemente requiere de elecciones. Las omisiones, los descuidos y las indiferencias representan una decisión. El tiempo habla y lo hace a su manera. Se expide contundentemente. Tiene tantas manifestaciones que, según el ojo que lo ve, puede causar temor o una radiante paz.

Al tiempo lo identifican con palabras que tratan de expresar las etapas que viven las comunidades, a veces engloban a grandes extensiones geográficas y otras son de menor escala. El tiempo acepta a todas, es que jamás ha emitido una negación ante la vocación de encuadre que se le ha querido asignar. Sí, el tiempo está presente y sí, la sociedad puede utilizarlo para construir una gran etapa existencial.

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