Por Mario Ramos-Reyes
Filósofo político
Para la construcción de una democracia igualitaria lo primero es la elección, por parte del ciudadano, de las reglas de justicia sin saber de antemano si ellas le convienen o no a sus intereses. El filósofo político americano John Rawls defendía esta propuesta, pues decía, si supiéramos el futuro y cómo se implementarían esas reglas, las haríamos conforme a los mismos.
Una democracia refleja, después de todo, nuestros intereses, nuestros apetitos, y ellos no son necesariamente los ideales. Por eso el tema de la madurez o calidad democrática es delicado, difícil. Por eso las quejas, las nostalgias autoritarias, las tentaciones populistas.
Veamos un poco este asunto.
No sé lo que pensará el lector pero, lo que sí sé, es que la democracia, como régimen de organizar lo social, fue concebida, originariamente, como régimen político. Político en el sentido de que los seres humanos, por ese "instinto" a vivir juntos, se ven como "animales políticos" –al decir de Aristóteles–. Politicidad es ese deseo que poseemos todos, de manera igualitaria, y no por linaje o, dinero, de ser parte en los asuntos ciudadanos.
Por eso, la prioridad la tiene la política. Ni más ni menos. La democracia es un régimen de gobierno esencialmente político. No es económico. No afirmo con ello que lo económico no tenga su importancia, la tiene, sino que, en la articulación de lo social, la economía se estructura conforme a reglas, jurídicas, que nacen del juego político. No debe extrañar entonces que, a lo largo de la historia –y no me refiero al tiempo de "ñaupa", sino también a lo que nos pasa hoy–, se culpe a la política, o los políticos, que en el imaginario popular es lo mismo, de los males, falta de calidad democrática.
La política sería así la responsable de la inseguridad, la falta de oportunidades, la inseguridad ciudadana, la crisis de la democracia que nos afecta. Eso de gobierno del pueblo es para los políticos que ganan dinero con prebendas. La política es la que manda y no los méritos que se invoca. Ahí están los planilleros que son favorecidos y protegidos políticamente. Peor, si la democracia es la que nos trajo esta política, que no es lo que sonábamos –como me señaló un amigo desilusionado – era mejor el autoritarismo, la disciplina, el orden. Es más, si por lo menos se tuviera una economía que diera posibilidad a la mayoría, uno pasaría por alto muchas cosas.
Esta última imagen muestra una falsa creencia: la de que la democracia es una suerte de utopía soñada, por un lado, y la de que lo económico justificaría cierta falta de calidad de la misma. Mientras se come, no se protesta, sería el axioma.
No es tan así. La democracia es un régimen político que, como todo lo político, requiere del poder para ir cambiando las cosas. Lo económico está sujeto a ese poder, de ahí lo de economía política como decían los clásicos. Pero nada de eso económico, movido por los juegos del poder, es permanente, claro, puro. No existe esa utopía como lugar ideal de la democracia. Hay sí, un camino de lo peor a lo mejor pero que también, muchas veces, puede revertirse de la noche a la mañana. Progreso es ir hacia adelante, de lo menos hacia lo más, de épocas oscuras a épocas más claras. Pero también, lo contrario.
La política deviene así estirada del carro del poder que, insistimos, son lo propio en una democracia. No es la economía la que hace que una democracia sea tal. Es el poder político del que ejerce en nombre del pueblo. Por eso no se puede dejar la democracia en manos de los militares o de los financistas o de los grandes bancos. O en manos de los hacedores de opinión o el poder mediático. Insisto, una democracia es un hacerse, es un camino, un proceso. Cada generación debe profundizar, por eso, las políticas democráticas.
Pero si esto es así, y lo es ¿qué pensar entonces de la prostitución que se hace de la política en una democracia?
Para contestar a esto se debe volver al inicio. Prioridad de la política no significa reducción de todo a la política. Muchas ideologías, de derecha a izquierda, confieren primacía exclusiva a la política y al Estado, incluso la vida personal. La política expresa algo que de aquel que ejerce el poder, el ciudadano que es, ante que todo, un ser moral.
Y es ahí, creo, donde radica ese mal. El ciudadano, protagonista de la política, ya no tiene hoy muchos ideales, está cansado, descreído. Y todo ello afecta a la calidad de la democracia. Si hay planilleros es que existe una deficiente in-cultura del trabajo que la fomenta.
La educación de ese antes de la política por eso es la clave de una democracia. El ciudadano-persona es el sujeto de la política. La política es la prioridad de la democracia pero no se reduce a ella. Sería bueno comenzar a hablar de educación para la política y la democracia. El resto será mera consecuencia, pura añadidura.