La peregrinación a Caacupé es una de las más importantes de la fe católica en toda Latinoamérica. Alrededor de 2 millones de personas se acercan a ella, desde este año Basílica de la Virgen, para renovar promesas, para pedir por salud, trabajo, para agradecer favores recibidos.

La devoción como fenómeno tiene gran arraigo en la tradición, en la transmisión de generación en generación de este culto mariano que se afirma madres y abuelas, pero también en los hombres de la familia. Se los puede ver con velas en la mano a niños y adultos, haciéndose parte de un rito que se entiende ancestral.

El poder de reunirse era conocido por los antiguos y tenía fines de prosperidad. Allí quizá radique el fondo de esta marcha anual que si bien es religiosa, tiene también mucho de pagana, de fiesta popular.

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El efecto de juntarse consigue en un punto, reunir la energía en multitud para después distribuirla en los individuos en una suerte de baño colectivo que deja cansancio y alivio, que renueva esperanzas para enfrentar la dura lucha diaria en un país que padece profundamente de la injusticia. La fiesta mariana este año nuevamente estuvo marcada por las fuertes críticas de los celebrantes durante el novenario de la Virgen.

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