Por José Altamirano, Ex ministro de la Corte Suprema, Director del Instituto de Desarrollo del Pensamiento Patria Soñada

El concepto de valor traduce la propiedad que corresponde a un ente (una persona o una cosa) por el hecho de que es apreciado, apetecido, querido por alguien o por un grupo de personas, y que constituye meta o fin de un querer justificado. La educación es un valor social, y el valor social de la educación se identifica con la utilidad que tiene la educación para el bienestar personal y social.

Cuando en una sociedad, y es el caso de la nuestra, la educación no es valorada, no es debidamente ponderada y no es considerada un bien apreciado, apetecido o querido, naturalmente ella (la educación) no figurará en la escala de prioridades buscadas, salvo en la porción de su aporte para la mascarada del status social. Y es así que en nuestro medio, en gran medida, el anhelo de llegar a ser universitario y pertenecer a la cohorte de estudiantes de la educación superior, traduce más el esfuerzo para poder encontrar en la Universidad a una celestina o alcahuete donde exhibir status y producir encuentros sociales, que el lugar donde capacitarse, donde formarse bajo los rigores de las exigencias de las ciencias.

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Muchos son los factores que inciden en la instalación de esta situación y francamente estimo pérdida de nuestros escasos recursos embarcarse en la búsqueda dirigida a identificar responsables, o para satisfacer el afán de encontrar culpables; y, por tanto, más honesto asumir que todos somos culpables y que es más razonable encarar la realidad para atacar decididamente sus falencias.

Una universidad, en puridad, no es universidad si no investiga. Una universidad presupone niveles o stándares básicos relacionados con la calidad de la enseñanza y la pertinencia social; y estas dos exigencias no se lograrán mientras la sociedad no vuelva a considerar a la educación como un valor preponderante en los primeros escaños de su propia escala de valores.

Cuando se afirma que ciertas instituciones no funcionan, normalmente impulsado por un voluntarismo exacerbado, antes de testear sus auténticas potencialidades, antes de verificar los motivos o causas de su no funcionamiento satisfactorio se las desacreditan, se las etiquetan de ineficientes e inmediatamente se pretende cambiarlas o eliminarlas. Cuando es necesario cambiar hay que cambiar, pero cuando no es necesario cambiar es necesario no cambiar!

Un dato imposible de desconocer es que nuestros jóvenes estudiantes becarios en otros países se distinguen en sus estudios. Un estudiante con una buena beca estudia porque está despreocupado de su alimentación, su pensión, su vestido y sus costos. Su trabajo es estudiar y estudia. En nuestro medio el estudiante trabaja y si puede estudia porque está apremiado. Entonces, por qué si queremos una universidad calificada y que investiga, antes de crear nuevos organismos, no la potenciamos adecuadamente mejorando substancialmente las infraestructuras y las pagas a los docentes, otorgando becas apropiadas a los estudiantes en el país bajo seguimiento y tutorías, e incentivando las investigaciones con reconocimientos y premios. Todas estas iniciativas incluidas en específicas disposiciones de Políticas Públicas de mediano y largo plazo relacionadas con la educación superior. Una inyección (financiera y política) de esta magnitud y característica sin dudas inducirá a la sociedad toda a revalorizar la educación y dispondrá a nuestros estudiantes a estudiar, a exigir y producir excelencia, y a investigar.

Sería una desafiante apuesta y una vigorosa inversión, advertido de que la mejor y más rentable de las inversiones es la inversión en el hombre.

Por otra parte, es más sensato esperar resultados positivos de estas apuestas que de los vaticinados como que se producirán con los esquemas elaborados por el voluntarismo por muy legítima y loable que sea la intención.

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