• Por Josías Enciso Romero

Pontífices de agorerías, profetas de carpas, vigías de agua dulce, lectores de horóscopos, frotadores de bolas de cristal, videntes de loterías y prueberas de San Juan (que activan todo el año) durante los últimos meses, desde sus tronos periodísticos, lanzaron sentencias apocalípticas sobre el impacto negativo que representaba el presidente de la Junta de Gobierno del Partido Colorado, Horacio Cartes, para las aspiraciones presidenciales de Santiago Peña. Como mínimo le podría ojear, de ojeo. O provocarle py’aruru, kamby ryru jere, tesa rasy y hasta tiricia. Y ahí es donde mi lógica se extraviaba. Porque, si tal cosa fuera cierta, ¿no deberían haber estado felices y contentos, puesto que todos ellos apostaban fervorosamente por Efraín Alegre? Eran los canales cotidianos para reproducir el discurso de odio que supuraba rencor y revanchismo del candidato de la Concertación Nacional. Aunque hoy quieran negarlo con devoción de apóstatas.

A pesar de que trataba de encajar las piezas, con artesanal paciencia, siempre terminaban sobrándome algunas. Quería entender a los eruditos de la opinión política, pero no hubo caso. Ni con diccionario a mano. En vez de saltar de felicidad porque el que es citado cien veces al día en los medios era “lastre”, “ancla”, “peso muerto”, entorpecía, según sus sesudas reflexiones, la marcha de Santiago Peña, con aires de derrota. Por tanto, la falacia era la única conclusión posible. Un argumento de apariencia válida, pero cuya finalidad es la de manipular al lector, oyente o telespectador. Es por eso que andaba perdido. Porque la falacia vulnera todo principio lógico. No es la razón sino un pensamiento engañoso y fraudulento el centro de sus exposiciones. La intención, claramente, es tratar de persuadir mintiendo. Y así lo hicieron. Y así también les fue, como dirían aquellos hombres de prensa de la época de los caballeros y del sarcástico decir. A pesar de los pesares, Santiago Peña fue electo como nuevo inquilino del Palacio de López. Ganó sin despeinarse y sin apartarse del titular de la Asociación Nacional Republicana. No escribimos sobre hechos consumados. Lo hicimos antes, con la escrupulosa lectura de los diarios que todavía no aprendieron a soportar su absoluto descrédito ciudadano. Por eso perdieron. ¡Y grande!

Sospecho, y es lícito hacerlo, que estas cadenas de hegemonía desnutrida y descolorido prestigio mandaron realizar algunas encuestas. Y no las publicaron porque no respondían a sus intereses. Por eso sus periodistas se volvieron curanderos, astrólogos y quirománticos. Detectaron síntomas analizando el contenido turbio de la botellita levantada hacia el sol, descifraron el futuro electoral de nuestro país mirando las estrellas o leyendo las líneas de las manos. El diario de la calle Benjamín Constant publicó una síntesis de las evaluaciones de sociólogos, analistas políticos, historiadores, periodistas que comentan hechos (igual que el suscrito), hematólogos y presuntos egresados de una universidad que está en la ciudad de Cambridge, Estados Unidos, para concluir –con una candidez que encandila– que se llegó a la “recta final sin poder determinar quién será el nuevo presidente”. Mi honorable vecino, don Cecilio, temprano que mostró la edición del citado periódico: “¡Mirá!, me grita, dos autos de carrera a lo Fangio (con Peña y Alegre en los volantes), que están oreja a oreja”. Valga la metáfora por expresiva. Aunque nada más lejos de la realidad aquella imagen. Pero uno ve lo que quiere cuando es terco y malintencionado.

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El diario de la calle Yegros no se quedó atrás en su gráfico: Peña y Alegre peleando, codo a codo, por llegar primero a la meta. Detrás, Paraguayo Cubas deteniendo de la cintura al candidato de la Concertación Nacional. Previamente, un conocido analista llegó a la conclusión de que serán unas elecciones muy reñidas. Prácticamente un empate. Y en medio, una serie de entrevistas a quienes adivinan el futuro mirando las cartas. Así de kachiãi nos volvimos. Pillos y peajeros (además de onanistas) del periodismo tercermundista. Pero nada funcionó. El proscripto de ayer, hoy ya presidente, es buscado para ser entrevistado. A como dé lugar. Y, bueno, ya era hora. Más vale tarde que nunca. Ahora se volvieron profetas, pero de lo obvio. Es tiempo de relaciones públicas. Así como lo hicieron con este gobierno, el más corrupto de nuestra historia, que se está yendo. ¡A Dios, gracias! Lejos de ser un periodismo de contrapoder, fue un periodismo cómplice del poder. A los amigos de los patrones no hay que incomodar con preguntas indiscretas. ¿Dónde se ha visto? ¡Ich!

La intención, claramente, es tratar de persuadir mintiendo. Y así lo hicieron. Y así también les fue, como dirían aquellos hombres de prensa de la época de los caballeros y del sarcástico decir.

Sospecho, y es lícito hacerlo, que estas cadenas de hegemonía desnutrida y descolorido prestigio mandaron realizar algunas encuestas. Y no las publicaron porque no respondían a sus intereses.

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