Sentado en el sofá de la sala-comedor de su casa en J.A. Sal­dívar, Clemente Zapata, de 68 años, un bombero reti­rado diagnosticado con cáncer de peritoneo, toma mate. Este es ahora su único vicio. A mediados de setiem­bre ingresó al Hospital Nacional de Itauguá y allí permaneció 22 días, donde le amputaron las dos pier­nas debido a unos trombos que sufrió, complicación de la enfermedad.

Su cuadro era tan compli­cado que ese mismo día que acudió al servicio de urgen­cias del Hospital Nacional de Itauguá lo dejaron inter­nado en el área de Modula­res, donde permaneció por tres semanas. Tras la eva­luación clínica, la decisión de los médicos era irrever­sible y drástica: la amputa­ción. Era la única forma de salvar su vida, ya que debido a la gravedad de la situación existía riesgo vital.

La cirugía de la pierna dere­cha fue practicada días des­pués. Tras esto se inició el proceso para intentar salvar a la otra pierna, la izquierda, pero no hubo caso. Ambos miembros inferiores fueron amputados y su vida cambió radicalmente. De ser quien ayudaba, ahora es él quien necesita ayuda.

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Tras su delicado estado de salud y luego de la amputa­ción, la familia usó todos los ahorros que disponían. Las hijas pidieron créditos para poder salvar las situa­ciones diarias y salvar la vida de don Clemente. Si bien estuvo internado en el Hospital Nacional de Itau­guá, y muchos medicamen­tos lograban conseguirse en la farmacia, los gastos eran diarios, no solo para la com­pra de insumos, sino además para la logística en cuanto al cuidado.

Tras su salida del hospital, los gastos continúan, pues sigue requiriendo de medi­camentos que debe comprar, así como también pañal para adultos y cremas dérmicas, debido a que por estar todo el tiempo acostado o sen­tado, su piel comienza a que­dar sumamente sensible.

En sus años de juventud, desde los 15 años, sirvió como bombero voluntario. “Es mi pasión”, comenta a La Nación/Nación Media, mientras está sentado en el sofá, que ahora es su cama. “Me inicié en el cuartel de Florencio Varela, en Argen­tina”, recuerda. Hace más de 30 años conoció a su esposa, Mercedes, y tras ella vino a Paraguay, donde trabajó para la creación de varios cuerpos de bomberos volun­tarios.

Como bombero voluntario tiene más 50 años de servi­cio y ayudó no solo a sofocar incendios, sino además a sal­var miles de vidas mediante la asistencia rápida e inter­vención oportuna en los lla­mados de auxilio: accidentes de tránsito, atragantamiento, heridos de poda, practicando RCP, etc. Hoy él está postrado, completamente dependiente de otra persona y sin poder movilizarse por su cuenta, aunque tiene una silla de rue­das que consiguió gracias a la donación de una fundación, su vida cambió completa­mente.

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