Este artículo recorre sucintamente algunos de los tópicos en los cuales se basan las jerarquizaciones lingüísticas con el fin de desmontar algunos prejuicios comunes en torno a la aptitud de las lenguas y sus hablantes.

Uno de los pilares teó­ricos en que se ha fundado el imagina­rio hegemónico sobre el esta­tus de las lenguas es la hipóte­sis de Sapir-Whorf, derivada de las ideas de los lingüis­tas estadounidenses Benja­min Whorf y Edward Sapir. Según estos autores, el len­guaje determina los modos de pensamiento. A partir de esto se sostiene que cuanto más expresiones tenga una lengua más apta será para generar formas complejas de pensa­miento y, en contrapartida, la ausencia de una palabra para nombrar algún concepto imposibilita la capacidad de pensar tal o cual represen­tación lógica.

Esto directamente implica hacer una jerarquía entre las lenguas en proporción a su repertorio léxico. Esta posi­ción, a la que se conoce como determinismo o mentalismo lingüístico, sostiene que la len­gua constriñe el pensamiento a tal punto de que al carecer de determinadas expresiones esos conceptos serían impen­sables dentro de ese universo, puesto que las gramáticas con­ducen los procesos mentales.

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Sin embargo, en oposición a esto podemos notar que muchas sociedades que no conciben la autonomía del campo artístico no poseen una palabra para nombrar el arte, lo cual no significa que no realicen asociaciones o vivan experiencias asimilables a un tipo de goce estético.

Esto más bien refleja que el arte no era una actividad separada de la vida y que, por lo tanto, no se precisaba abs­traerse de él para nombrarlo, puesto que tan arraigado se encontraba con la existencia cotidiana que pasaba como un aspecto más de ella. Además, por supuesto, de la fuerte vin­culación del arte con la ritua­lidad religiosa a tal punto que resulta difícil desvincularlos.

NECESIDADES Y CAPACIDADES

Así también, existen lenguas que no tienen términos para números superiores al cinco y esto se ha presentado como un indicio de supuesta preca­riedad lingüística. El antropó­logo Marvin Harris, al interro­garse sobre la posibilidad de que existan lenguas superio­res, analiza las necesidades culturalmente establecidas en cuanto a la disponibilidad de fórmulas que especifiquen o generalicen las cantidades numéricas.

Ante el hecho de que muchas sociedades preindustriales hayan agrupado las cantidades en denominaciones genéricas tales como “poco”, “mucho” o “demasiado” y que, en con­trapartida, las lenguas euro­peas cuenten con sistemas más específicos, se han construido nociones de prestigio social sobre las que Harris afirma:

“Estas evaluaciones no tienen en cuenta que hasta donde un discurso es específico o general refleja la necesidad cultural­mente definida de que sea espe­cífico o general, no de la capa­cidad de la propia lengua para transmitir mensajes sobre fenómenos específicos o gene­rales (...). La ausencia de cifras elevadas normalmente signi­fica que existe poca necesidad y pocas ocasiones en las cuales es útil especificar de manera precisa estas grandes cantida­des. Cuando estas situaciones se hacen más corrientes cual­quier lengua puede solucionar el problema de la numeración repitiendo el término mayor o inventando nuevos términos”, expone en su obra “Antropolo­gía cultural”.

Para ejemplificar esto último, el autor menciona que un indi­viduo de una sociedad simple puede nombrar e identificar entre 500 y 1.000 especies de plantas, en tanto que una per­sona de la ciudad apenas de 50 a 100, pues el repertorio de esta versa más bien sobre deno­minaciones genéricas como planta, árbol, flor, etc.

BILINGÜISMO Y DIGLOSIA

Ahora bien, tomando como punto de referencia el uso de las lenguas se ponen de mani­fiesto algunas de las princi­pales asimetrías en el seno de nuestra sociedad. El caste­llano es considerado el karai ñe’ê, “la lengua del señor”, y el guaraní es el ava ñe’ê, “la len­gua del indio”. Y ava es un tér­mino despectivo, algo que se asocia a todo lo indeseable. Como sociedad colonial sigue fuertemente arraigada la idea de que para ser “civilizados” hay que dejar de ser “indios”.

En este sentido, Bartomeu Melià sostiene que en nuestro país no existe bilingüismo, pues este no implica la sola coexistencia de dos lenguas y que, por lo tanto, lo que se verifica efectivamente es diglosia. En un contexto más general, tam­bién se registran casos de poli­glosia o multiglosia, puesto que dentro de las propias lenguas indígenas existe una hegemo­nía del guaraní en relación con otras que incluso están al borde de la desaparición.

Por ello, Melià asevera que “el estado de las lenguas en Amé­rica es uno de los mejores indi­cadores de lo que ha pasado con las sociedades america­nas”. Si la conquista empezó por la ocupación del territorio, la ocupación de la lengua es, en última instancia, su culmina­ción definitiva. Más aún, para este autor ningún proceso de dominación es tal en tanto no se constituya en una domina­ción por la lengua y a través de la lengua.

Este autor advierte sobre el ejercicio de la dominación sobre una lengua a partir de la limitación de su uso a los con­textos coloquiales y su exclu­sión de los ámbitos de la cul­tura.

“La moderna lingüística estructural admite gene­ralmente que nosotros no hablamos una lengua, sino que somos hablados por la lengua. En consecuencia, un pueblo que se des-lengua es un pueblo que se des-piensa, se des-dice y, finalmente, se des-hace (...). Ahora bien, el alingüismo es por desgra­cia un fenómeno posible. (...) Una lengua pasa a ser domi­nada cuando se la relega al coloquio íntimo y se le niega vigencia en lo que se ha dado en llamar el mundo de la cul­tura”, escribe en “Una nación, dos culturas”.

Ha’e, “ser” y “decir” en guaraní. Palabra y alma, una misma entidad. Por consiguiente, negar el uso de la palabra pro­pia mediante la asimilación forzada y la imposición de una lengua ajena es negar el mismo derecho a la existencia a estas sociedades.

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