Este domingo, Toni Roberto hace un homenaje a Esperanza Gill con motivo de su gran muestra retrospectiva que contiene su producción artística desde 1962, que se encuentra expuesta en el Centro Cultural El Cabildo hasta el mes de abril.

Son las 12 del medio­día. La ciudad es un fuego y arde. El pronóstico del tiempo se repite de medio en medio y el Cabildo toma el color de los paisajes urbanos de Esperanza Gill. Empezar a recorrer el espacio de la planta baja lleno de duen­des del pasado y en silencio me hace imaginar caminar de la mano de la autora de esta enorme retrospectiva, desde su paso por los talleres del español Francisco Torné Gabaldá, las experiencias pictóricas con la legendaria Cira Moscarda en su viejo taller al costado del parque Carlos Antonio López allá al inicio de los años sesenta, recuerdos de los vernissage de antes, del viejo Centro de Estudios Brasileños hasta nuestras caminatas por la ciudad para ubicar algún punto histórico de Asunción.

Esta muestra me rememora muchos detalles de aquellos recorridos urbanos a los que algunas veces nos acompañó el inevitable Cheo Veláz­quez. Uno de los más recor­dados es el trayecto desde la antigua Villa Heyn, hoy Scavone, hasta la esquina de Bestard y España, bus­cando “el punto exacto” donde decían había nacido el mariscal López, en una zona denominada Carrillo Cue, según los planos de Fede­rico De Gásperi y de lo que hasta hoy recuerda la vecina de Manorá Ati Troche como “la zona de la caballeriza” hasta finales de los años 70, en los que fueran los domi­nios de su padre Julio César Troche Figueredo.

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Recorrer cada una de esas viejas pinturas bañadas de sol me llevan indefectible­mente hasta “Testimonios de la Asunción”, aquel libro con prólogo de mi recordada profesora Idalia Flores de Zarza. Es además cami­nar por la ciudad desde los recuerdos de su padre Juan Bautista Gill; los caminos reales, la Asunción colonial, la bahía, riachos y lagunas que aún resuenan en algún rincón de la ciudad debajo de asfaltos o empedrados en nombre del despiadado pero a veces necesario “progreso”.

Esperanza Gill. Asunción

UN RECORRIDO POR EL PASADO

Sigue el recorrido y de las enormes pinturas en ocre continúan saliendo recuer­dos y personajes, tardes de café con la autora y moti­vadora de este domingo, una iluminada y congelada esquina, o tal vez la cúpula de la Encarnación vista desde la terraza del fondo de su casa “estilo barco”, como le llaman algunos, ahí en la calle O’Leary casi Estrella, que sigue incólume convi­viendo con “setentosos” ras­cacielos y recordando las tardes de Esperanza yendo a la parroquia de La Encar­nación con sus tías.

Ida de los Ríos me decía hace unos años: “Cuando estudiábamos arquitectura en los años 60, en ningún momento escuchamos la palabra patrimonio”. Pen­sando en ello, Esperanza Gill desde principios de aquella década reivindicaba la ciudad, sus calles y las casonas. En este camino no puedo dejar de mencionar al crítico de arte y “asun­cenólogo” Manolo Prieto, quien durante años desde sus páginas de la contratapa del viejo Correo Semanal decía refiriéndose a nuestra homenajeada: “Esa tarea de inapreciable validez docu­mental la desarrolla con un estilo muy propio, determi­nando su personalidad en una visión nostálgica, acen­tuada por su predilección en el uso de los colores neutros, tanto en el óleo como en la acuarela”.

Esperanza Gill. Asunción

Yo hoy después de tantas décadas y al mirar esta mues­tra agrego a las palabras de Prieto su trabajo en cerámica, sus grabados, sus dibujos y hasta los vestidos pintados que contienen esta muestra.

Han pasado más de sesenta años de la primera muestra colectiva de Esperanza, lo cual me emocionó al ver la invitación que le hacía a su padre en mayo de 1962 rea­lizada en aquella época, en la novel galería del Hotel Guaraní y un poco menos tiempo de su primera mues­tra individual inaugurada el 2 de junio de 1976, además de innumerables exposicio­nes en galerías y centros cul­turales, muchos de ellos ya desaparecidos, pero Espe­ranza Gill ha permanecido fiel a su manera de pintar, más allá de los dictados de círculos áulicos del exterior y del interior también. Deci­dida a mantener la auten­ticidad que la caracterizó siempre.

Esperanza Gill. Asunción

Hoy Esperanza está con nosotros de manera dis­tinta. Con el paso de las décadas pude entender no solo su decidida manera de ser honesta con su obra, sino también con sus recuerdos de “cerros, arroyos, lagos y ríos”, como diría parte de una música con letra de Ortiz Mayans. Esperanza logró hacerle emocionar a este frío corazón con su ciu­dad ocre.

En su nombre dejo este domingo mi riguroso blanco y negro, y los convierto en ese color de sus siestas del sol del Paraguay, que sumó amor a mi ciudad natal junto a otros referentes de aque­llas épocas como Hermann Guggiari, cuyo centenario de nacimiento se cumple justo ahora; Núñez Soler, el propio Torné, Pedro Di Lascio o Jacinto Rivero, de una ciu­dad que ya está solo en los recuerdos, en el color de sus obras y en algún arroyo que sigue sonando al llegar el silencio de la noche.

Esperanza Gill. Asunción
Esperanza Gill. Asunción
Esperanza Gill. Asunción

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