En plena pandemia, en pleno silencio escribía “El silencio de los árboles” o “El silencio de los vecinos”. Hoy me quedo en silencio ante tanta verdad escrita por César Augusto Morra, un análisis que contribuirá a interpretar muchos “silencios de la arquitectura asuncena”, recordando a Chloethiel Woodard Smith, una de las más grandes arquitectas norteamericanas que dejó su impronta en el paisaje urbano de Asunción. A partir de ahora, empieza mi silencio.

  • Por Toni Roberto
  • tonirobertogodoy@gmail.com
  • Fotos: Gentileza
  • César Augusto Morra
  • Contribución inédita para esta página del arquitecto César Augusto Morra, sobre la antigua Embajada americana inaugurada a finales de la década del 50.

US EMBASSY - ARQUITECTURA DEL SILENCIO

Parte de las páginas más ilustres de nues­tra arquitectura empiezan a formar un frag­mento cada vez más grande rodeado de un silencio cada vez más silencioso, si se me permite este aforismo. Juego de palabras. Escuchar el silen­cio puede ser muy perjudicial para oídos sensibles, pero más aún si la ocasión se hace pro­picia para escuchar también la voz de la conciencia. Suele presentarse así a veces una porción de ciudad, una zona determinada de un sector o barrio, que de repente pasa a convertirse en parte de la his­toria al momento en que des­aparece de la vida cotidiana, común de todos los días, a la que nos acostumbramos en nuestro paso por este mundo.

A los que somos muy mayores, a veces nos duele cuando una obra de arquitectura reco­nocida por distinguida, que formó parte del escenario de nuestra vida, sobre todo joven, en aquella época del esplen­dor, de pronto como queriendo apresurar el descorrer el telón que decora la escenografía del paso del tiempo, se esfuma, evapora.

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El apuro o prisa por pre­sentar lo nuevo, por abrir camino rápidamente a una nueva modernidad obliga a hacer lugar, nuevo espacio para instalar lo más reciente, la novedosa novedad. Qué es lo moderno, nada nuevo, sino simplemente lo que llega para empujar al presente hacia atrás, hacia el olvido.

Antigua residencia Mendes Goncalves. Hoy sede de la Embajada americana, Asunción, c. 1900

Por tanta persistencia, hoy casi es común de tanto en tanto escuchar no solo a los arquitectos, sino también las quejas de los miembros de un vecindario, todos ami­gos o por lo menos conocidos, respecto a cierta modifica­ción en el entorno motivada por el derribo de alguna obra pequeña e inolvidable, un edificio histórico, la altera­ción del perfil del barrio por la aparición súbita de cuer­pos desconocidos o el impre­visto desplegar de máquinas destruyendo plazas y parques olvidados o simples espacios verdes perdidos, como si el ser humano y su ciudad no necesi­taran aire fresco para la vida.

Los que conocimos y vivimos la Asunción del siglo pasado, que no está tan lejos, de seguro tenemos en la memoria los paseos por las flamantes ave­nidas enmarcadas por her­mosos árboles, naturalmente verdes y además llenos de vivos colores en la primavera, lapachos, yvyra pytã, chiva­tos, jacarandá. Ni qué decir de la mezcla de aromas y colores en algún cruce de avenidas y encuentro de aceras.

En uno de estos sitios prefe­renciales, a mediados de los pasados años 50 el gobierno de los Estados Unidos de Amé­rica, sintiéndose privilegiado no siendo para menos, consi­deró un terreno de grandes dimensiones como lugar apro­piado para la construcción de la nueva sede de su Embajada en el Paraguay.

Embajada americana. Diseño: Walter Gropius. Atenas, c. 1956

A poco de terminada la II Gue­rra Mundial, victoriosos los aliados, los norteamerica­nos iniciaron una época de bienestar en varios ámbitos de la vida. Tratando de apa­recer ante la sociedad como el país líder del mundo occi­dental demostrando su poder, uno de los programas que aco­metieron con decidida ambi­ción fue construir una gran serie de sedes diplomáticas en numerosos países exhibiendo la imagen de la representación mediante la arquitectura.

Al efecto su gobierno convocó a renombrados arquitectos a quienes fue encomendando la delicada tarea de instalar los íconos representativos para mostrar al mundo la figura de esta nueva sociedad.

El proyecto en Asunción fue otorgado a la única mujer entre un sinnúmero de pro­fesionales agraciados con los encargos, Chloethiel Woo­dard Smith.

Al finlandés Eero Saarinen, ya ciudadano americano, famoso por la terminal aérea de Trans World Airlines-TWA en el actual aeropuerto JFK-Ken­nedy de Nueva York o los con­juntos de la General Motors en Michigan le adjudicaron el proyecto de Londres.

Embajada americana. Diseño: Ed Stone. Nueva Delhi

Walter Gropius, el alemán que fundó y dirigió la más impor­tante Escuela de Arquitec­tura y Diseño que marcó todo el siglo XX, la Bauhaus ins­talada en Weimar, viviendo luego en los Estados Uni­dos dirigiendo entonces la Escuela de Arquitectura de Harvard, fue llamado para la sede de Atenas. Prestigioso además por sus logros arqui­tectónicos como el proyecto de la misma escuela en Ale­mania o el emblemático edi­ficio con 56 pisos Pan Am de Pan American en Nueva York, hoy en manos de nuevos pro­pietarios.

El americano Edward Durrell Stone se encargó de Bagdad, el catalán José Luis Sert trabajó para Nueva Delhi y el maes­tro austríaco-americano Richard Neutra con profusa obra en California proyectó la de Karachi (entonces Pakis­tán), en pocos años convertida en Consulado, en un bello edi­ficio racionalista.

Ciertos casos de algunas sedes latinoamericanas como las de México o La Habana, además escenario de notorios aconte­cimientos políticos, se suma­ron a la lista, hoy casi inolvi­dable, cuando al poco tiempo estos proyectos comenzaron a llenar las principales publi­caciones de arquitectura, con­virtiéndose en piezas de colec­ción pasando a la historia, como verdaderas leyendas.

A inicios del siglo XXI, el Gobierno norteamericano interpretó que el medio siglo transcurrido desde los años 50 era razón demás para creer que el ciclo de aquellas míti­cas obras, se había cumplido, empezando entonces a dise­ñar el plan que las renovaría o reemplazaría actualizándo­las acorde a las exigencias de nuevos tiempos.

La nueva sede para Paraguay, programada en principio para terminarse en 2017 sufrió un pequeño atraso tanto como otras varias en este tiempo de postergaciones conoci­das. Hace poco más de un mes el flamante edificio se compromete con el futuro y se ubica en la parte más alta del terreno, casi diríamos al fondo si pensamos todavía en su principal acceso sobre la avenida Mariscal López.

Otras nuevas alrededor del mundo, marcan este ciclo del nuevo siglo recogiendo el pensamiento original, como la gran contribución norteamericana a la afirma­ción de la arquitectura como la marca más representativa de la ciudad.

Al inicio apenas de su instala­ción se convierten en nuevos hitos. La flamante de Londres, recientemente inaugurada, cuyo proyecto fue otorgado a la firma Kieran Timberlake, luego de una rigurosa prese­lección previa de distinguido jurado, llevó a cuatro finalis­tas a la última instancia. La misma es una sugestiva torre de cristal y cubos de plástico en forma de malla con célu­las que convierten la luz solar en energía y actúan a modo de parasoles, protegida por un foso a manera de los antiguos castillos, recreando tiempos de inseguridad, hoy comunes.

Pero aquella sede anterior en suelo británico hoy pasa a manos de una corporación hotelera importante que bus­cando mantener una imagen representativa encomienda una intervención al arqui­tecto David Chipperfield, destacada figura actual, con la misión de reconvertirla en pieza de atención, mante­niendo su estructura e imbo­rrable imagen ya histórica en Grosvenor Square.

Feliz decisión la tomada antes con respecto a Paraguay. Pre­monitoria también al encar­gar a Woodard el proyecto de nuestra sede. En la época, la relativamente joven profe­sional aún apuntaba a una carrera de privilegio, tal como se cumplió más tarde. En circunstancias de que su esposo fuera asignado a tra­bajos en Bolivia, vivieron por años en el altiplano. La arqui­tecta aprovechó el tiempo en sus tareas de investigación y especialización para estudiar a fondo las exigencias climáti­cas y ambientales de la arqui­tectura tropical sudameri­cana, base de sus estudios de perfeccionamiento. Por sus méritos, fue agraciada con una beca Guggenheim, funda­ción que respaldó sus tareas.

Su proyecto en Asunción, aus­tero y provisto de una digni­dad acorde al medio en que se insertó no pudo ser mejor. La preciosa obra, además insta­lada en un parque caracterís­tico de la zona se transformó en poesía.

Un simple diseño rectangu­lar encerrado en un volumen de dos pisos es una lección de equilibrio y dominio de las proporciones de los cuerpos en el espacio. Consideradas con sumo cuidado las prin­cipales funciones adminis­trativas estaban interpreta­das con soltura y flexibilidad. Técnicamente la estructura era limpia y racional, y como muestra esta condición téc­nica fue realzada tanto como valorizada visiblemente en el diseño.

En realidad, llena de virtu­des de excelencia destacando el mérito de su arquitectura, su relación con el ambiente se transformó gracias a los conocimientos suyos en la piedra angular de su filoso­fía de trabajo.

Integrada profundamente al sitio recoge con sabidu­ría los valores ancestrales de la arquitectura paraguaya incorporando la sencillez y claridad en el diseño, regula su relación con el entorno mediante espacios privile­giados con la sombra, domina los vientos y maneja la pene­tración solar resguardando el interior. Un proyecto nortea­mericano que consideró fun­damental e inspirador el res­peto a nuestra cultura, modo de vida y el lugar como puntos fundamentales de su ideación. Un sorpresivo regalo.

Nueva Embajada americana. Londres

Los materiales escogidos con abundante uso de ladri­llos rojos a la vista y los cerra­mientos externos confor­mando los limpios tejidos de convocó o ladrillos artísticos artesanales envolviendo las galerías perimetrales típicas de la arquitectura paraguaya caracterizaron el diseño pul­cro y cuidado de sus cuatro fachadas. Idea expuesta des­tacada como fina imagen del edificio. Conocedora como pocos de la arquitectura tro­pical esta autora en su pro­yecto domesticó los vientos predominantes, norte y sur, coronando la cubierta con una lámina ondulante a modo de doble techo asegurando el confort natural del edificio canalizando y filtrando tales corrientes disminuyendo notoriamente la tempera­tura ambiente interior. Nada de artilugios técnicos artifi­ciales, solo intuición y diseño.

Con una actividad sin pausas en la segunda mitad del siglo pasado, Chloethiel Woodard fundó y dirigió unas cua­tro compañías y estudios de arquitectura y urbanismo, además de planeamiento territorial, que trabajaron preferentemente en la costa este de Estados Unidos cons­truyendo un sinnúmero de conjuntos habitacionales, de oficinas y edificios en las ciu­dades principales incluyendo Nueva York y Washington.

Convertida en una presti­giosa y reconocida influyente arquitecta norteamericana, le encomendaron el proyecto del Parque del Capitolio y el pro­yecto y dirección del Plan de Renovación Urbana de Was­hington con atención espe­cialmente a la delicada zona suroeste. Entre otros proyec­tos destacados con su firma se cuenta además la terminal Ronald Reagan del Metro en el aeropuerto de Washington.

Aquel viejo proyecto en Asun­ción entre 1955 y 57, vital, totalmente contemporáneo fue casi una advertencia de todo lo que lograría en años sucesivos. Respetada y apre­ciada por sus colegas, en 1989 recibió el Premio Centenario del IAA-Instituto Americano de Arquitectos por su servicio continuo al colegio, la comu­nidad y su profesión.

Recientemente, la obra ins­talada en territorio nortea­mericano en Asunción des­apareció del paisaje urbano, demolida a pesar de su signi­ficación. Aunque puedan exis­tir razones, difícilmente nada llegaría a justificar su derribo.

Su perfil y figura por su incues­tionable valor la incorporó a la estructura urbana con qui­lates propios destacando su presencia. Hoy forma parte de la arquitectura del silen­cio que dibuja los momentos pasados irremediablemente que oscilan entre la pérdida de la memoria como si la historia no haya existido y la neblina del futuro que, a sabiendas de su inestimable hechizo, las arrastra hacia el olvido.

Nos queda la esperanza de que habiendo estado en manos tan responsables, efectivas y severas que han trazado con disciplina, orden y jerarquía el plan antici­pado que fue concretado en la lejana época, para los muy jóvenes, de la década de 1950, la nueva generación nortea­mericana que trabaja los pro­yectos del siglo XXI, las reme­more como un faro tratando de emular, o intentando al menos, de alcanzar la alta calidad de las obras maes­tras significativas de aquel tiempo.

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