Jorge Zárate, jorge.zarate@nacionmedia.com - Fotos: Eduardo Velázquez y Dani González

Una familia de payasos muy especial está preparando una gala para setiembre próximo para festejar las cuatro décadas en el camino de las sonrisas. El grupo que nació en el exilio español de Jorge “Bochín” Brítez creció en nuestro país con presentaciones hasta en los sitios más remotos y con los públicos más diversos. Un recorte de memoria y celebración en esta charla que mantuvo con Nación Media. Pasen y ocupen sus asientos que la función está por comenzar.

“A mí me gusta tomar el mate de la pava”, dice Jorge “Bochín” Brítez en su hogar-estudio de Isla Bogado mientras la hace despegar de un brasero luminoso en la tarde fresca de Luque.

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El mate es ceremonial y la historia fluye junto al fuego. “Nací en Asunción, me crié en Oviedo, me malcrié en un pueblo de Madrid y vivo en Luque”, dice él resumiendo lo propio.

Allí, en un jardín mágico en el que se preservan especies raras de la flora nativa como el manduvi guasu, sale un repaso de la vida de Bochín Teatro Clown, la compañía que fundaron en Madrid con Marisa Cubero y que desde toda su vida integra Aura Brítez, actriz y gestora, hija de los dos.

Marisa la Payasa recuerda que fue un 2 de mayo de 1983 “porque son las fiestas cuando se liberaron los españoles de los franceses y se levantaron en Móstoles, el pueblo de los alrededores de Madrid donde yo vivía entonces. Para esos festejos lo contrataron a él, a mí y a otras 20 personas. Entonces payaso y payasa, nosotros dos, el 5 de julio estábamos viviendo juntos”.

Después de aquel festejo compartido, Marisa cargó un Fiat 124 con sus cosas y se fue “a vivir con el muchacho este, no sabíamos ni cómo nos llamábamos entonces… La conclusión de esta historia es que mi novio me hizo payé seguramente. Kavure’i rague (risas)”.

PIONEROS

Ya juntos, los payasos hacían espectáculos a la gorra en el parque El Retiro de Madrid, siendo de los primeros artistas callejeros que alegraron esa primavera democrática española. “Fuimos los pioneros y Jorge estuvo en un festival de teatro de calle que se hizo en Madrid, por primera vez estuvo en el Odín Teatret, con Eugenio Barba; estuvo con un mollo de gente de esas raras que había antes por ahí y todos quedaron encantados con el payasito paraguayo”, cuenta.

Y sigue: “Oye, el payasito triunfó y en una primera visión la gente dice qué linda historia de amor, como una cosa muy bonita que puede verse superficial, pero aquí hubo un compromiso de vida y uno solidario con este planeta, con las luchas de los pueblos”.

Era un momento especial porque “empezaron a abrirse las casas de cultura en cada barrio y nosotros estuvimos en la inauguración de casi todas ellas, era espectacular”, recuerda Marisa.

Jorge recuerda después la gira por Europa que lo llevó a conocer a los grandes maestros de su arte como Popov, Dimitri y el gran Marcel Marceau. En ese momento en que “empezaron a salir de las pistas de circo y empezaron a invadir las calles los anuncios, los teatros. Y nosotros ahí dentro de esa dinámica nos metimos a esa competencia, que fue buena, porque nuestro trabajo fue seleccionado para el Festival Mundial del Circo del Mañana, en París, Francia. En principio íbamos a ir por España, pero justo hubo el golpe en el 89, así que en el 90 decidimos ir por Paraguay. Y entonces fue la primera y única vez, hasta hoy, que dentro de ese festival estuvo un paraguayo”, señala.

Francia, Alemania, Suiza, Austria, Italia aplaudieron a Jorge y Marisa en esos años de multiplicar risas por Europa.

También anota un lamento porque su pasaporte paraguayo no le dejó cruzar la Cortina de Hierro para ir a Alemania Oriental, en ese entonces, ni a Moscú, al más grande festival de payasos del mundo. “Tampoco pude ir al Circuba”, cuenta, “porque mi pasaporte decía bien claro: Válido para todos los países del mundo, excepto los comunistas”.

Entonces vuelve la risa con una anécdota peculiar. “¡Después de todo eso, ahora aparecí afiliado al Partido Colorado!”.

NUEVO COMIENZO

Jorge cuenta que “en Europa vivíamos relativamente bien. Llegamos a construir nuestra propia casa en la sierra de Madrid, con arroyos, con bosque, así que teníamos la parte bucólica y trabajábamos en los mercados medievales en espectáculos por los que pasaban 60 a 70 mil personas en un fin de semana. Así que en teoría estaba todo hecho y en eso cae la dictadura de (Alfredo) Stroessner y empieza la apertura, por lo que entonces decidimos cerrar todo y venir a empezar otra vez”.

Aura recuerda que tuvo que decidir entre España y Paraguay: “Yo me podía quedar con mi abuela, pero decidí también venir. Había venido sola a los ocho en avión y después a los doce fue la vez que pudimos venir los tres y creo que fue al volver del viaje que ya nos sentamos a hablar de instalarnos en Paraguay”.

Un período trascendente en la vida de la familia fue el que transcurrió entre 2002 al 2005: “Teníamos una casa alquilada aquí, veníamos medio año y pasábamos medio año allá en España. Entendíamos que era la solución del migrante, aunque después nos dimos cuenta de que el exiliado, el migrante tendrá esa condición toda su vida”.

Como recuerda la joven, “él siempre veía que los migrantes se van y regresan en su vejez y su idea era venir con tiempo, con vitalidad, como para transmitir también su conocimiento, pero fue mi mamá la que le dijo ‘¡vamos!’”.

MENSAJE Y ARTE

Marisa cuenta que conseguir su personaje de Pokacoska le llevó unos 10 años. “Me puse ese nombre porque nunca me valoro, soy muy ‘pocacosa’ y como los artistas de circo siempre se ponían en España nombres rusos para parecer gua’u que eran más importantes, pues yo dije Pokacoska porque me sonaba más ruso”, cuenta mientras Aura destaca la pelea por encontrar un lenguaje en el arte en un diálogo que acompaña la tarde fresca bajo los árboles.

Jorge dice que el arte no es portador de mensajes. “O sí, pero si alguien se propone hacer un mensaje, la está cagando. Por ejemplo, el “Guernica” de Picasso es un alegato contra la guerra, pero vos ves el cuadro y no todo el mundo se siente enternecido. Hay gente que conoce el antecedente y he visto gente llorar viendo el cuadro, ¿no?, porque hay un relacionamiento. Lo que sí nosotros hemos hecho aquí, por suerte, es trabajar con distintas organizaciones que manejan temas interesantes, sobre todo de medioambiente, por ejemplo”.

En uno de sus trabajos importantes recorrieron el Chaco llegando a 30 asentamientos con una organización que se llama Pro Comunidades Indígenas. “Llegábamos y decíamos: ‘¿Cuál es el problema aquí de la gente?’. ‘El acceso al agua’, nos respondían. Entonces nosotros tratamos el tema del agua e indirectamente, como una cosa lógica, llegamos a que es una carencia, una falta de respeto a los derechos humanos. Hacer otra cosa sería un panfleto, que es a lo que estamos habituados a veces con gente que viene y te dice ‘Nosotros tenemos que ser revolucionarios…’.

A mí me da lo mismo la gente de derecha o de izquierda si se puede conversar con ellos. ¿Cuál es el drama a nivel político? La ignorancia entre la gente que se dice de derecha y entre la gente que se dice de izquierda hace que no podamos iniciar un diálogo de construcción. Y entonces agarramos la bandera y decimos ‘ese es facho’, ‘ese es zurdo’. Cualquier cosa “háke los zurdos”. Yo digo, ¿dónde están?, ¿quiénes son?”.

Sigue desarrollando la idea sobre cuál es a su parecer la principal falencia en nuestras sociedades: “Falta diálogo en la sociedad en general, puntos de encuentro, no puntos de desacuerdo. Porque si no, en teoría, hay como dos bandos que dicen buscar el bien para la sociedad, pero viven realmente de espaldas a la búsqueda de un consenso… Ahora se ha dado una situación bastante curiosa. ¿Se acordarán ustedes todos estos meses antes de las elecciones que hubo una confrontación muy grande sobre el tema de la agenda 2030, sobre los provida y los otros, ¿verdad? Y era una batalla encarnizada entre los legisladores, entre la gente de la calle. Terminaron las elecciones y sigue sin haber una discusión seria sobre esto”, dice ejemplificando.

EL ARTE Y EL BARRIO

“La casa está en constante construcción porque de a poquito se va haciendo todo. Está bien, porque es la única manera que tenemos también, ¿verdad?”, dice Bochín.

Y agrega: “Realmente, si uno quiere generar un cambio, uno necesita tener una infraestructura para competir, no solamente en la parte de calidad creativa de tu proyecto. Por ejemplo, un excelso guitarrista necesita un buen instrumento. Entonces si nosotros queremos trabajar en el interior con comunidades campesinas e indígenas, necesitamos el manejo de los dos idiomas, el guaraní y el castellano. Y mover los equipos con una furgoneta en condiciones, un equipo de sonido, una microfonía adecuada, el local para ensayar y gente formada.

Para Brítez, el arte tiene una función educativa que trasciende el mero goce estético o la alegría de la risa para enfrentar e incluso superar el lado duro de la vida como, por ejemplo, ofrecer opciones de una mejor vida para jóvenes “infractores” que a raíz de diversos problemas pasaron por el sistema penitenciario.

“Son 20 años que vivimos acá y no es fácil, aunque ahora estamos un poco más calmados, el barrio ha tenido épocas peores. Tres de los niños que han estado aquí están en la cárcel y eso es muy fuerte, es muy duro”, apunta Brítez con un dejo reflexivo.

Y la escena es tragicómica. Un adolescente drogado buscando dinero para seguir fumando chespi. “¿Te acordabas de mí?, ¿no? Y yo ko me iba a las 3 de la mañana para palmear en tu casa, pero ya estoy mejor. ¿Cómo está Bochín?”, escenifica Aura.

“Por suerte, esa generación de chicos en droga pasó. Siempre creo que una de las motivaciones también de la Casa de Arte es tratar que los chicos conozcan otra forma de ver la vida. Que tengan la apertura de venir a hablar con nosotros y que tengan también ese acceso a los libros, al arte, al teatro”, apunta.

Bochín agrega: “Tener esta puerta para que los chicos conozcan algo diferente es maravilloso. Y es un poco lo que nos mueve también como casa. Creo que el cambio siempre va a estar en los niños y en los jóvenes. Y lo organizamos también. La primera vez que tocamos aquí, se subían todos por la muralla. Un día les junté a todos en la plaza y les dije: ‘A ver, los ensayos son abiertos, pero no siempre. Si estamos practicando, a veces no podemos estar pendientes de ustedes. ¿Quieren ir a casa?’. ‘Sí, sí’. Entonces se van al portón, tocan la puerta y si yo veo que es un día que pueden pasar, pasan”, comenta.

Todo comenzó con la visita de Pepito Ron, un payaso que llegó de intercambio y se prestó al ensayo abierto, se hizo correr la voz y la casa se volvió teatro. “Les decía vayan a casa a ver un concierto. Va a venir Ricardo Flecha, va a venir Rolando Chaparro, estuvieron los de La Múcura en otra farra”, dice.

La compañía hace también trabajos solidarios en festivales barriales, para lo cual piden que se los llame con antelación al (0982) 121-145 a fin de agendar convenientemente.

Aura habla sobre las dificultades del trabajo en una compañía independiente en la que cada fecha de trabajo es importante. Pero igual dice que el esfuerzo vale la pena al punto de que dejó un trabajo fijo para darle más fuerza al proyecto.

“Entonces cuando me di cuenta de que si yo vendía dos cuentacuentos o dos cumpleaños a la semana durante un mes, me salía lo mismo que el estrés de irme todos los días a la oficina. Y que además estaba gestionando cada vez más los proyectos de Bochín, que estaban saliendo cosas gracias a mi esfuerzo. Dije ‘¿yo qué hago acá?’. Y claro, es tirarte el vacío porque vos tenés que generar mes a mes para tener y administrarte cuando hay alguito más porque el otro mes no sabés si hay”, comenta.

Bochín no puede con el genio: “¡Y perdimos el único sueldo fijo que teníamos en la familia!”, dice para desatar las risas una vez más.


NACE UN PAYASO

“A mí desde niño me llamaron mucho la atención los circos que llegaban en los 60 a Coronel Oviedo. Todos los años venían los circos”, relata Jorge “Bochín” Brítez sobre cómo nació en él esta pasión.

Así se fue conociendo a la gente de los circos. “Algunos de ellos siguen vivos hasta hoy. Forman parte de nuestra asociación. Y entonces, entre varios niños, lo que hacíamos nosotros cada vez que se iba un circo era construir en nuestros patios nuestros trapecios, nuestras cuerdas de equilibrio. Y nos conocíamos todas las comedias. A mí me fascinaba ese mundo de los payasos y por ahí empezó realmente mi amor”.

Después fue la escuela primaria, donde “siempre yo intervenía con alguna poesía o con algún cuento, con alguna historia. En el colegio pasó igual. Y ya en la adolescencia empezamos a trabajar con un grupo de teatro con el que combinábamos un poco también los elementos ya circenses que habíamos aprendido con nuestras juntadas”.

–¿Y cuándo fue la primera vez que te vestiste de payaso?

–Hay una foto con Wal Mayans, que será del 77 o 78 más o menos, que muestra que ya trabajábamos nuestras comedias de payaso. Lo hacíamos con Wal y con Arturo Pereira. La gente venía con sus linternas, sus lámparas y ahí hacíamos la velada. Pero nosotros de día nos íbamos en grupo a las escuelas a anunciar que a la noche había velada.

Comenzamos como un relleno, pero acabó convirtiéndose en un punto vital de nuestro relacionamiento con el público la presencia de los payasos.

En el 82 el Paraguay estaba convulsionado. “Estaba feo. Y nosotros en Aty Ñe’ê éramos un grupo contestatario, los compañeros caían presos, otros iban al exilio, todo era así. Hasta que un día, no sé quién, alguien, me avisa, porque así era la cosa y me dice ‘Jorge, andate, porque te tienen fichado’.

Entonces yo fui a buscar a las distintas embajadas en Asunción quién podía darme una beca o algo para poder moverme. Latinoamérica estaba vetada porque en todos lados había gobiernos militares. El único que me dio un papel fue el Centro Cultural de España Juan de Salazar, que cuando eso estaba a cargo Paco Corrales, en donde decía que yo era un colaborador de la embajada. Tengo esa carta. Y eso fue lo que me sirvió a mí en el aeropuerto cuando conseguí un billete para viajar.

Así yo salí en los ochenta y a partir de ahí, trabajar la calle, la soledad, la tristeza. Sentirte obligado a salir como tantos otros paraguayos.

–El payaso tiene como algo de lenguaje universal, la risa como instrumento infalible…

–¡Sí!, ¡claro…! ¡Más que la música…! La sonrisa es un elemento genial, ¿no es cierto? Insufla vida.

–¿Cómo viven ustedes ese momento en que consiguen despertar una sonrisa, una alegría?

–Realmente eso es el feedback, el retorno, es un enriquecimiento de ambas partes. Es algo muy especial. Eso es, vos lanzás y... realmente es una recarga… un toma y daca.

–¿Y de qué se ríen los payasos?

–¡Del público! (risas). Ese es el corazón., porque si no tienes la capacidad de reírte de ti mismo, vas yendo mal. Aunque vale decir que uno si está solo, no se ríe. Si estás entre tres, cuesta. Se siente observado. Cuando uno está arropado por más gente, es cuando se descarga.

Por eso, un circo vacío es muy triste. Es muy difícil sacar una risa de un circo vacío. El payaso sabe dónde va a actuar y sabe muy bien lo que va a funcionar, tanto como lo que no, porque de eso depende su comida y también su alegría. Pero su comida es muy importante.

–¿Es un arte que requiere mucha formación?

–El payaso es muy selectivo. Tengo una biblioteca muy extensa que habla de todo esto y algún día, ojalá, podamos tener un Instituto del Circo en el que podamos ponernos a investigar y a estudiar esto. Hasta ahora el payaso está en el mismo nivel de los chistes del Cachique y del puto. O sea, está en el mismo esquema de desprestigio.

Los propios políticos utilizan. “Esto es un circo”, dicen. “Estos payasos”, dicen. ¿Y por qué hacen eso? Porque la ignorancia es muy grande. En Paraguay tenemos 19 pueblos indígenas y cuando hablamos del torpe, del ignorante, del que mete la pata, es Cachique. O en las comedias populares sale uno que se hace el maricón y la gente se ríe, se mata de la risa porque hace un estereotipo. Hay todavía mucho prejuicio, nos falta muchísimo.

–¿Sería buscar la risa fácil nomás con el recurso de siempre?

–A pesar de que la comedia del arte está basada en los clichés, en el cliché del viejo, del enamorado, del pícaro, no se queda en eso. En el teatro popular, a nivel universal, ¿de quién hablamos? Hablamos de Shakespeare, hablamos de Cervantes. O sea, hablamos de una calidad en la pluma y en los planteamientos de la comedia del arte. Pero aquí, en la época de la dictadura, se hacía un tipo de teatro maniqueísta y pobre, que llenaba el Teatro Municipal con chistes baratos, donde estaba ausente el criterio crítico.

LA MAGIA DE LA DULZAINA

Una compañera inseparable de Jorge “Bochín” Brítez es la dulzaina castellana, un instrumento de sonido especial que tiene además una historia muy curiosa. “Estando con Arturo Pereira, identificábamos los instrumentos que se usaban en la época en el Paraguay: violines, guitarrones, harpa, clarinete y de casualidad me encuentro con la chirimía, que me pareció rarísima, pero la cosa quedó allí”.

Años después, “estando yo actuando en los pueblos en España escucho este sonido árabe tan bonito y me digo ‘esta es la chirimía’. ¡Y allí me doy con que la chirimía es la dulzaina… Entonces empezamos a utilizar las dulzainas en las fiestas en los mercados temáticos medievales y ahí yo empecé a irme detrás de los payasos tratando de aprender y lo primero que me enseñó mi maestro fue a tocar temas de dulzaina para que siempre se la identifique porque en la dictadura de Franco todos estos instrumentos populares fueron ninguneados.

Y bueno, es algo que nos quedó también la voluntad de enseñar, de seguir transmitiendo. Así que aquí tenemos saxos, las trompetas, clarinetes, guitarra para que la gente venga a aprender”, invita.

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