Luis Ríos - Fotos: gentileza

El bordado es algo que está incrustado en la idiosincrasia nacional. Abuelas que pasaban el conocimiento a hijas, hijas que se convertían en madres y volvían a pasar esos conocimientos a su descendencia. Un emprendimiento trata de recuperar aquel ritual de enseñanza en distintos tipos de arte con hilos. Esta es la historia de La Picot.

Bordar es el arte de aplicar, mediante el hilo y la aguja, una decoración a una pieza de tela que se denomina fondo. No hay que confundir el bordado con los tejidos labrados, es decir, decorados en el telar. El bordado es una ornamentación adicional que se ejecuta después de la terminación del proceso de tejido y con frecuencia se bordaba sobre telas labradas de gran riqueza.

Invitación al canal de WhatsApp de La Nación PY

Hay mucho más allá de “reparar la ropa” en el arte de los hilos. En tiempos de prisas e inmediatez, cada vez son más los que se animan a iniciarse en esta técnica que solo requiere de paciencia y ganas de disfrutarla con calma. Hay a quienes les sirve como terapia de relajación y otros que buscan transmitir sentimientos, contar historias que tengan –más que nada– un hilo conductor.

“Desde los cinco años o quizás antes, mis papás siempre me daban pinturas para jugar. Siempre me gustó jugar con eso. Además, mi abuela, mis tías y mi mamá hacían cosas relacionadas al arte con hilos. Me acuerdo que mi mamá hacía bordados de piedritas en las zapatillas. Es como que siempre tuve esa inspiración de las mujeres de mi familia que hacían cualquier tipo de artesanía”, relata Iara Campos, artífice de La Picot y quien vivió ese ritual de enseñanza dentro de su familia.

Su fuerte está en el crochet. A lo largo de todo el mundo, este estilo también conocido como ganchillo se convirtió en una próspera industria casera, en especial en Irlanda y el norte de Francia, sosteniendo comunidades cuyo modo de vida tradicional había sido dañado por las guerras, fluctuaciones en la agricultura y el uso de la tierra y las malas cosechas.

“Mi mamá me enseñó el crochet y después en la adolescencia me fui probando otras técnicas. Creo que ya probé de todo y siempre estoy abierta a nuevas cosas. Ahora estoy empezando mi carrera en la Facultad de Arquitectura, tengo 19 años y estoy estudiando diseño y estoy profundizando mis conocimientos en el dibujo”, relata.

Iara quiso enseñar lo que aprendió en su familia y, por supuesto, generar una fuente de ingreso a través de eso que tanto le gusta hacer. Así, decidió enseñar lo que sabe a más gente.

EMPRENDER PARA APRENDER

La Picot nace de otro emprendimiento que Campos tuvo antes en el que elaboraba prendas, accesorios y otras cosas a base de crochet. Como tuvo cierto éxito, decidió probar haciendo un taller de crochet. “A mí siempre me apasionó enseñar y lo referente a la docencia. Cuando era chica quería ser profesora. Quería fusionar mis dos pasiones: el arte y ese deseo que tenía por enseñar”, comenta.

“Tengo una tía llamada Loli Cañete Arce. Ella tenía un emprendimiento llamado Mixifri con el que realizaba talleres y yo le ayudaba en la organización. Entonces, ya sabía de qué trataban y cómo se hacía, por lo que me animé a hacer uno propio. Lo hice en el Café Consulado y tuve ocho alumnos en esa primera vez”, recuerda.

Después se unió a Casa Fem, una organización de defensa de las mujeres, y empezó a dar talleres todas las semanas en ese lugar. “Por la facultad y otras cosas, tuve que parar un tiempo, pero hace poco volví con los talleres y ya con el nombre de La Picot”, aclara.

Ya con ese nombre, realizó hasta ahora tres encuentros: en el primero concurrieron cinco alumnos y aprendieron a hacer carteras de crochet a base de trapillo. El segundo taller iba a ser sobre bordado, pero la chikungunya tuvo otros planes para ella. En el tercer taller, que se realizó el pasado 1 de abril, exploraron el papel reciclado a partir de papel artesanal.

“La idea con este relanzamiento no es solamente enfocarme en el crochet, sino en otras técnicas para tejer: ya sea bordado con aguja, con bastidor o cualquier otro tipo de arte con hilos. Ahora, estoy probando con el taller de reciclado de papel artesanal. El objetivo es poder jugar con pinturas y con todo lo que fluya. Estoy empezando, vamos a ver qué tal va y hasta dónde podemos abarcar”, insiste Campos.

En el inicio de todo proceso de aprendizaje se esperaría que surgiera recelo a participar. Sobre esto, la instructora dice que antes de aceptar a un alumno, siempre intenta profundizar acerca del espacio que se crea con los talleres porque, además de aprender un arte, también es un momento para despejarse de la rutina diaria y de los problemas.

“Si bien vas a conocer gente nueva, tampoco es demasiada gente (porque es un espacio para máximo 15 personas y en promedio asisten 10), entonces no te vas a abrumar. Es la cantidad perfecta para compartir teniendo siempre tu espacio personal con tus materiales. Se intenta formar un espacio lindo para todos”, explica.

Al final es como si nos presentaran por primera vez a una persona; gradualmente nos vamos familiarizando con ella hasta entablar buenas relaciones en confianza. Lo mismo sucede con una asignatura o, en este caso, con un taller. “Hay gente que me dice: ‘Yo no sé y no entiendo nada de crochet. No sé ni cómo agarrar una aguja y seguro todo me va a salir mal’. Entonces, les digo que mucha gente cuando llegó tampoco sabía ni cómo meter la aguja en la tela”, afirma.

El objetivo no es “encerrar” a todos los estudiantes en una misma condición, ya que cada estudiante es único y se diferencia de los demás en cuanto a su desenvolvimiento en ese ambiente de aprendizaje. “Las clases son personalizadas, vamos llevando a cada persona a su ritmo. Las clases se adaptan dependiendo de cuánto le está costando a cada uno de los participantes”, asegura Iara.

LA ARTESANA

A Iara Campos la conocen en el circuito artístico como Iara Artesana y, según ella, desde muy pequeña ya sentía que su vida iba a girar en torno a ello. “Creo que mis primeras artesanías fueron las cosas que hacía para mis muñecas. Yo armaba sus casitas, su vestimenta, también me gusta mucho el diseño de modas. Más adelante, en el colegio, con la materia de Trabajo y Tecnología fui explorando más cosas. Nuestra profesora nos hacía hacer de todo y me di cuenta de cuánto me gustaba”, destaca.

En el transcurso de su historia personal, conoció diversas clases de bordados, caracterizados por el relieve que presentan, por la materia de que constan, o bien por el trazado de las figuras o las diferencias de puntos que se producen al bordar con la aguja. “Recuerdo que me gustaba el bordado en telas, bordaba canastas, bordado mexicano con mi tía Loli. Es como que mi tía Loli me impulsó en el bordado y mi mamá al crochet”, sostiene.

Ella hace hincapié en que, desde la infancia, su tía Loli Cañete siempre fue una inspiración para lo artístico. “Este año comencé a trabajar con ella en su empresa y estuve conviviendo, compartiendo y aprendiendo de ella durante casi cuatro meses. Mi tía influye mucho en mi forma de ver la vida. Me dijo que no siga una carrera que no me va a hacer feliz, que siga una donde sí me sienta satisfecha y feliz”, remarca.

La tía también tiene mucha influencia en otros aspectos más personales de la vida de Iara. “Ella siempre hizo lo que le parecía mejor para su autorrealización sin importar lo que diga la gente. En ese sentido, ella me ayudó mucho a crecer. En lo artístico, ella me enseñó todo, desde la primera puntada hasta lo más complejo. Mi tía Loli es una mujer que me llena el corazón”, confiesa con mucha satisfacción.

Campos empezó a estudiar la carrera de Química, pero se dio cuenta de que lo que realmente quería hacer era dedicarse al arte como forma de ganarse la vida. Por eso, decidió dar un giro y cambiar completamente de carrera. “Si no hago algún tipo de arte por lo menos una vez a la semana, no soy feliz. Mi alimento principal son los hilos. Eso es lo que más me define”, subraya.

Para ella, el arte es sinónimo de lucha y, al mismo tiempo, es amor por uno mismo y por los demás. “Hacer arte es conectarse con uno mismo. Es ese amor propio que uno necesita cada cierto tiempo y lograr que ese amor esté presente todos los días es el acto más importante que uno puede hacer para sí mismo”, refiere.

En su caso, siente que cada vez que está bordando, haciendo crochet o alguna manifestación artística, está expresando lo más profundo de su ser. “De eso se trata el arte, de expresar emociones, pensamientos y sentimientos. Es básicamente descargarse personalmente y de una manera muy linda. Además, el arte también es político, porque con el arte uno lucha”, cierra.

En estos tiempos en los que vivimos, de apuro constante e inmediatez en que todo es “para ayer”, lo artesanal, lo que requiere de un tiempo y un proceso, es cada vez más valorado. De ahí que la costura o el bordado van ganando cada vez más adeptos. Incluso a través de plataformas digitales van estableciéndose los creadores de este tipo de contenidos. Esto demuestra que estamos comprendiendo que no podemos estar corriendo 24/7 y que, en la vida, hay ciertas cosas que requieren paciencia para poder enhebrarlas correctamente.

Etiquetas: #Picot#bordado

Déjanos tus comentarios en Voiz