Ricardo Rivas, periodista, Twitter: @RtrivasRivas

Memorias. Una constante en el trashumar de las civilizaciones. Memorizar. Recordar. No olvidar. Saber qué pasó. Pero... ¿es posible hacer memoria en soledad?

Enrique Santos Discépolo (1901-1951), en 1926, estaba en Montevideo, Uruguay. Era un poeta rebelde. Inconformista y sufriente. Compositor, músico, dramaturgo, cineasta. Enorme artista. Tenía clara la condición humana en la que escudriñó desde el sentido común. Fue un grande de toda grandeza. Pero cada día de su vida le costó mucho. Sin tener nunca asegurado el sustento ni la comida, sufrir, amar, escribir y cultivar amistades era su forma de vivir. No fueron pocos los amigos y conocidos de entonces que de cada letra suya aseguraban que era en todo o en parte su vida misma. Desde el tango, Discépolo planteaba una especie de lucha de clases con sus creaciones. Y así fue que cuando estrenó “Qué vachaché”, un tangazo, fue abucheado, silbado y hasta alguna moneda le fue arrojada sin que diera en el blanco. En el breve texto, describe una discusión propia de una pareja que no se lleva y, además, transita problemas económicos. La mujer, claramente cansada de su compañero, se lo dice con todas las letras: “Piantá (andate) de aquí, no vuelvas en tu vida. / Ya me tenés bien requeteamurada (contra la pared). / No puedo más pasarla sin comida / ni oírte así, decir tanta pavada. / ¿No te das cuenta que sos un engrupido? / ¿Te creés que al mundo lo vas a arreglar vos? / ¡Si aquí, ni Dios rescata lo perdido! / ¿Qué querés vos? ¡Hacé el favor!” clara descripción, pero va más allá. “Lo que hace falta es empacar mucha moneda, / vender el alma, rifar el corazón, / tirar la poca decencia que te queda... / Plata, plata, plata y plata otra vez... / Así es posible que morfés (comas) todos los días, / tengas amigos, casa, nombre... y lo que quieras vos. / El verdadero amor se ahogó en la sopa: / la panza es reina y el dinero Dios”. Más clara la señora, imposible. Con enorme sabiduría, sarcasmo e impiedad, remata con crueldad. “¿Pero no ves, gilito (bobo) embanderado, / que la razón la tiene el de más guita? (plata) / ¿Que la honradez la venden al contado / y a la moral la dan por moneditas? / ¿Que no hay ninguna verdad que se resista / frente a dos pesos moneda nacional? / Vos resultás, – haciendo el moralista…, / un disfrazao... sin carnaval...”, y cierra: “¿Qué vachaché? (vas a hacer) / Hoy ya murió el criterio! / Vale Jesús lo mismo que el ladrón...”. Duro. Durísimo, ¿verdad? Por cierto. Aunque vale recordar, siempre que El Nano Serrat nos enseñó que “nunca es triste, la verdad / lo que no tiene es remedio”.

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HACER MEMORIA

Poetas, rebeldías, carencias, autoritarismos, represiones. Hay quienes dicen que el siglo 20, además de ser el de las guerras, fue impiadoso. Hacer memoria. “Augusto Roa Bastos, su esposa Iris y su pequeño hijo Francisco descansaban en una de las habitaciones de la casa de Emilia, hermana del laureado escritor compatriota”. Con esa frase –ese acto de memoria– se inicia el “Caso 6″ del texto “Periodismo y cultura bajo represión stronista”, escrito por Rosa Palau, Elida Acosta Dávalos y José María “Pepe” Costa, amigo-hermano, colega periodista, docente y compañero en la defensa y promoción de los derechos humanos. Recomiendo su lectura. “La siesta fue interrumpida por golpes y voces fuertes. Cuatro policías de civil irrumpieron en la residencia y comunicaron a Roa Bastos que el gobierno había determinado expulsarlo del país”. De Paraguay. De su Paraguay que a la vez es el país de millones que eran avasallados por Alfredo Stroessner, el dictador, desde 15 de agosto de 1954. “La pareja apenas pudo tomar unas pertenencias y al bebé para luego ser alzados a una de las famosas ‘caperucitas rojas’, la patrullera oficial de la policía stronista, en la que fueron conducidos hasta la frontera con Argentina, en zona de Clorinda”. Era el 30 de abril de 1982. “Roa había venido hacía pocos días a Asunción, proveniente de Francia, con la intención de inscribir a su hijo en el Registro Civil. Quería anotarlo como paraguayo”, precisa el texto. En diciembre último, cuando este libro fue publicado, la memoria colectiva del Paraguay se enriqueció. También me enriquecí como lo hiciera muchos años antes en sucesivos diálogos que mantuve con Martín Almada, pedagogo, abogado paraguayo, ganador del Premio Nobel de la Paz Alternativo en Buenos Aires, en Santiago de Chile y en su casa, algún mediodía y primeras horas de una tarde, en mi querida Asunción. Memorias. Una constante en el trashumar de las civilizaciones. Memorizar. Recordar. No olvidar. Saber qué pasó. Pero... ¿es posible hacer memoria en soledad? “La memoria es siempre un fenómeno colectivo, aunque sea psicológicamente vivida como individual”, sostiene Pierre Nora (91), filósofo y académico francés. Alguna vez el profe Héctor “Toto” Schmucler, cuando cursaba una maestría en la Facultad de Periodismo de la Universidad Nacional de La Plata (UNLP), Argentina, lo dijo con claridad: “La memoria se construye también con todo lo que decidimos olvidar”. Añadió, palabra más palabra menos, que “si no fuera así, si pudiéramos memorizar todo, sería una práctica acrítica, una colección de datos, sin ninguna perspectiva ética”. Sus palabras, desde entonces, son parte sustancial de no pocas reflexiones y debates que sostenemos con colegas, amigos y amigas porque entendemos que para hacer periodismo –para contar historias– es imprescindible contextualizar también desde esa perspectiva. Era el caso de “Funes, el memorioso”, protagonista de aquel maravilloso cuento que escribió Jorge Luis Borges y se publicó en 1942, dentro de un texto llamados “Ficciones” que leo y releo desde cuando promediaba el 1966. “Es una larga metáfora del insomnio”, procuró sintetizar alguna vez el autor, aunque discrepo de esa aseveración que me parece escasa. Muy acotada. Concedo no obstante que, justamente, la falta o exceso de memoria puede ser un impedimento para dormir. Esa creación va mucho más allá y, si se quiere –como casi todo aquel libro de cuentos fantásticos– de ella se puede aprender y abrir los portones para la reflexión.

“Un pueblo sin memoria está condenado a repetir los errores del pasado”, Rosa Palau, Élida Acosta Dávalos y Pepe Costa.

LA HISTORIA DEL PRESENTE

El periodismo, desde la idea de que se trata de un oficio con el que también se cuentan historias, está (o debería estarlo) profundamente relacionado con la memoria. “Cuando nos preguntamos por las relaciones entre el periodismo, la violencia y la memoria surgen frases como estas: ‘el periodismo es la historia del presente’; ‘el periodismo es el día a día de la historia’; ‘el periodismo es el primer borrador de la historia’, dicen Patricia Nieto y Yhobán Camilo Hernández, investigadores profundos de la Universidad de Antioquía, quienes destacan además que aquellas “sentencias privilegian el valor que los textos periodísticos tendrán en el futuro, cuando los hechos dejen de ser noticia y los académicos aborden los medios de comunicación como repositorios de memorias periodísticas”. Estiman también que, en ese contexto, será el momento en que “los investigadores acudirán a los archivos (periodísticos) para obtener datos que los ayuden a describir un hecho o en busca de pistas para interpretar acontecimientos del pasado”. Valioso, por cierto. ¿Cómo pensar el futuro sin saber del pasado para tener en claro desde dónde venimos y, más aún, hacia dónde vamos? ¿Somos lo que somos desde que fuimos? Tal vez. Mucho de algunas de nuestras memorias no encaja en el contexto epocal. ¿Qué pasará con los archivos en la internet y lo que guardamos en la nube? “Mi memoria no es también tu memoria”, escuché afirmar con convicción a una estudiante en el transcurso de un debate universitario. Me sorprendió a medias. Pierre Nora aborda lo que llama el “desmoronamiento central de nuestra memoria” y lo vincula con “el fenómeno de la mundialización tan conocido, de la democratización, de la masificación, de la mediatización” con un “movimiento de descolonización interior” y el “final de las sociedades-memoria como todas las que garantizaban la conservación y transmisión de valores (tales como) iglesia o escuela, familia o Estado”. También apunta con su reflexión al “final de las ideologías-memoria, como todas las que garantizaban el pasaje regular del pasado al porvenir o que indicaban lo que había que retener del pasado para preparar el porvenir; ya sea que se trate de la reacción, del progreso e incluso de la revolución” y, en esa línea de pensamiento, enfatiza en “el modo mismo de la percepción histórica, (que) con la ayuda de los medios, se dilató prodigiosamente, sustituyendo a una memoria replegada sobre la herencia de su propia intimidad (con) la película efímera de la actualidad”. Por allí volaban mis pensamientos en esta noche de viernes cuando la medianoche –indetenible, como todo paso del tiempo– anunciaba la inminencia del sábado entre nosotros.

“Nunca es triste la verdad, lo que no tiene es remedio”, sostiene Joan Manuel Serrat.

EL OLVIDO

Refugiado en la vieja mecedora, sentí fuera de la casa una ruidosa tormenta con descargas eléctricas, fuertes vientos y lluvias copiosas, lo que induce a valorar mucho más la calidad del refugio hogareño. Un Tarapacá Gran Reserva Etiqueta Negra Cabernet Sauvignon del 2019 invade el paladar con los excelentes sabores de las viñas chilenas. ¡Gracias, hermano-amigo Mauricio Weibel Barahona! Levanto una copa por la amistad. ¿Será posible olvidar la amistad? “Todo está guardado en la memoria / Sueño de la vida y de la historia”, canta León. ¿Se olvidará lo que se quiere olvidar? “Todo está escondido en la memoria / Refugio de la vida y de la historia”. ¿Se olvidará aquel amor o aquel odio? “Todo está cargado en la memoria / Arma de la vida y de la historia”. El poeta, que todo lo puede, habita y trashuma el ecosistema de los olvidos y las memorias. “Hay quienes imaginan el olvido / como un depósito desierto / una cosecha de la nada y sin embargo / el olvido está lleno de memoria”, nos advierte Mario Benedetti, que tiene la convicción de que “hay rincones del odio por ejemplo / con un rostro treinta veces ardido / y treinta veces vuelto a renacer / como otra ave fénix del desahucio”. Claramente, memoria no es historia, aunque con ella se involucra. Sospecho que justamente, por esa mismísima razón, no encaja fluidamente en la poesía. ¿Será así? “La memoria es el recuerdo de un pasado vivido o imaginado (…) depende en gran parte de lo mágico y solo acepta las informaciones que le convienen” y, por ello, “es siempre un fenómeno colectivo, aunque sea psicológicamente vivida como individual”, explicó Nora a la colega periodista Luisa Corradini en algún momento del 2006. Memoria, recuerdo, historias. ¿Preocupación de académicos? No solo. La irrupción en la vida cotidiana de los constantes desarrollos tecnológicos que inducen a novedosas prácticas sociales –lo que de ninguna manera quiere decir que sean buenas o malas sino, simplemente, nuevas– ha potenciado lo que, desde siempre, también se asume como preocupación. El “de esto no se habla”, del que todos y todas alguna vez escuchamos o supimos de algún caso, se potencia porque Google –al igual que cualquier otro motor de búsqueda– parece saber todo de quien sea que fuere. La idea de que la información también puede ser vista como necesidad o carencia y, por tanto, se busca con denuedo, se extiende. De hecho, con solo consignar un apellido y/o un nombre todo sale y se hace público. La memoria como problema. La idea del “Se dice de mí” que con cierto desprejuicio cantaba, en tiempo de milonga, Tita Merello que cerraba entre aplausos cuando desafiante decía “yo soy así” y no importa el qué dirán, parece derrumbarse y el mercado procura responder a preocupados, preocupadas, prejuiciosos y prejuiciosas. Eliminalia, “una empresa española especializada en la gestión de la reputación” –¡joder!– como se anuncia en Wikipedia, que “fue fundada en 2011 por Diego Sánchez, conocido como Dídac Sánchez” cuyas “oficinas técnicas están en Kiev, Ucrania (…) es propiedad de Maidan Holdings, un holding con sede en Miami”, se ofrece “a borrar su pasado por completo” porque “usted también tiene derecho al olvido”. Sorprendente. Pero no es única. Honoralia, desde hace tres lustros, se presenta como “expertos en gestión de reputación online”. Se puede concertar citas en “teborramos.com”. ¡Fantástico! De aquí en más todos y todas podremos tener la esperanza de ser buenas personas porque así lo dirá el internet después, supongo, de pagar honorarios para comprar un certificado de decencia y honradez. Seremos buenas y buenos desde siempre y para siempre. ¿Será así? ¿Cómo saberlo? ¿Se verifica la razón de Discépolo de que “la honradez la dan por moneditas”? Allá por el inicio de los años 90, en el siglo pasado, don Mario Bendetti respondió a lo que esta madrugada de sábado pregunto sobre memorias y olvidos: “Ni el desamparo ni el dolor se borran / y las lealtades y traiciones giran / como satélites del sacrificio / en el olvido encallan buenas y malas sombras”. Esperanzadas y esperanzados de lo peor, aunque atractivo, absténganse.

Asistimos “al final de las ideologías-memorias, como todas las que garantizaban el pasaje regular del pasado al porvenir”, Pierre Nora.
“El olvido está cargado de memoria”, Mario Benedetti.


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