Los destierros, exilios y persecuciones en ese país de América Latina lastiman la memoria de quienes valoran la humanidad como merecedora de libertad de pensamiento y en todos los sentidos. Una mirada a la realidad de hoy, cuando resucitan algunos temidos fantasmas del odio.

  • Por Ricardo Rivas
  • Periodista
  • Twitter: @RtrivasRivas

“Con Gabriela lo habla­mos muchas veces”, nos dijo aquella mujer nonagenaria con la que dialogábamos periodís­ticamente en un pequeño e indefinido espacio en el interior del Museo Gabriela Mistral en Vicuña, región de Coquimbo, en mi que­rido Chile, cuando aún no llegábamos a completar la primera mitad de los años 90 en el siglo pasado. Con Pablo Poli –por enton­ces un joven camarógrafo periodístico de excelencia, hoy cineasta prestigioso– nos sumergimos en el más profundo de los silencios. Advertimos que los ojos de aquella señora estaban desbordados por las lágri­mas. Alguna caía por su mejilla derecha. Quizás, ni siquiera hablaba con noso­tros.

Era como si no estu­viéramos. “Fue muy triste saber que lo mataron, pero mucho más terrible es no saber dónde están sus res­tos”. Miró hacia una nada colmada de recuerdos que, claramente, la habitaban y transitaba. “Federico (Gar­cía Lorca) nunca quiso ni aceptó dejar su tierra. Le ofrecieron exiliarse en Colombia, en México, pero a todo se negó. Desde el 16 de agosto del 36, cuando lo apresaron, no supimos nada más. Con los años, Gabriela (Mistral) me dijo que lo ase­sinaron dos días más tarde en un camino que conduce a Alfacar y lo arrojaron en una fosa común en ese mismo luga”. La entrevista terminó. Respetuosamente y casi en puntillas nos des­pedimos de Isolina Barraza, que apenas respondió y bajó con su mirada hasta el piso de madera. Desde la puerta volví mis ojos hacia ella. Aunque solo creo haberla visto moviendo los labios. Parecía ser parte de una tertulia susurrante en cuyo transcurso las tertulianas y al menos un tertuliano compartían secretos y pen­samientos. Sin embargo, se la veía sola.

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Ernesto Cardenal, la historia de un resiliente.

“VOLVER A PASAR POR EL CORAZÓN”

Rodol fo Livingston –”arquitecto y urbanista”, como él mismo se definía hasta su partida el 6 de enero pasado en Mar de las Pampas, unos 1.640 km al sur de mi querida Asun­ción– me explicó muy didác­ticamente, con la paciencia de un enormísimo maestro, cuando promediaban los años 80, que “recordar es volver a pasar por el cora­zón”. Con Isolina aborda­mos sus recuerdos y creo que, con Pablo, nos retira­mos en el momento justo en que dejó de hablarnos para trialogar con toda la fuerza de su corazón sostenida por la memoria. Amor y memo­ria. Memoria y amor. En el camino de regreso a La Serena no cruzamos pala­bra alguna. Solo los colo­res naturales del “desierto florido” ambientaron los duelos de aquella mujer que los hicimos nuestros. Fue tiempo para la reflexión.

En algún lugar nos detuvi­mos brevemente para gra­bar aquel paisaje desértico inolvidable al que regresé mucho tiempo después con Cristian Rivas, el mayor de nuestros hijos, al que le conté –como recuerdo imborrable– aquellas horas que nos detuvimos para dis­frutar de la desértica ari­dez que, desde niño, me atrajo luego de la que fue mi primera lectura de “El principito”, al que Antoine de Saint-Exupéry en 1943 imaginó, justamente, en un desierto –el Sahara–, hasta donde llegó desde el Aste­roide B-612, un humilde pequeño muy sabio que en ocho días se hizo amigo de un aeronauta que allí se estrelló con el avión que piloteaba. Curioso, por cierto, porque la trama de ese texto fantástico y eterno Saint-Exupéry la escribió en Nueva York, donde estaba exiliado. Los médanos no siempre son de arena. Las soledades tam­bién pueden construirse en desérticas megalópolis rodeados de millones de nadies. Exilios. Destierros. Desiertos. ¿Olvidos? Jamás.

ENFRENTAR AL DESTINO

Tiempo para la reflexión, para la meditación. Alguna vez Lorca, cuando ya estaba bajo amenaza de muerte inevitable y le propusieron el exilio para salvar la vida, no solo lo rechazó, sino que explicó su negativa con pre­cisión: “Yo soy español inte­gral y me sería imposible vivir fuera de mis límites geográficos; pero odio al que es español por ser espa­ñol nada más, yo soy her­mano de todos y execro al hombre que se sacrifica por una idea nacionalista, abs­tracta, por el solo hecho de que ama a su patria con una venda en los ojos. El chino bueno está más cerca de mí que el español malo. Canto a España y la siento hasta la médula, pero antes que esto soy hombre del mundo y hermano de todos. Desde luego no creo en la fron­tera política”. Valiosa rei­vindicación de lo propio, de lo que es de uno y de lo que uno es con todo aquello que nos constituye para ser lo que somos desde que fui­mos.

En el ruidoso silencio de Coquimbo comprendí y aprendí una de las verdades de “El principito”: “No se ve bien sino con el corazón”. De allí que, desde esa fina perspectiva, es justo y nece­sario afirmar que “lo esen­cial es invisible a los ojos”. Certera sentencia. “No hay nada más bello / Que lo que nunca he tenido / Nada más amado / Que lo que perdí”, canta el Nano a Lucía, como confesión que rubrica en una célebre “carta de amor / que se lleva el viento / pin­tado en mi voz / a ninguna parte / a ningún buzón”. Por allí andan mis pensa­mientos en esta noche de viernes cuando la mediano­che arrasa con el inicio del sábado. Vuelvo a escuchar a Gioconda Belli, quien, en tono de plegaria cívica, recita una vez más su “Can­ción de cuna para un país suelto en llanto”. Extraña dolorosamente –hasta el llanto– a su Nicaragua ensangrentada. Releo, en el diario El País de España, a Sergio Ramírez, exiliado en el pasado en Costa Rica para protegerse del dic­tador Anastasio Somoza Debayle y ahora en Madrid para protegerse del dicta­dor Daniel Ortega. “La idea de que te pueden quitar el país es absurda, no tiene ningún sentido. Ningún sentido legal, porque va en contra de la Constitución de Nicaragua.

Ni siquiera existe la pena de destierro, son penas bárbaras que fue­ron eliminadas desde el Ilu­minismo. Y luego la idea de que alguien te pueda arran­car algo que está viviendo dentro de ti, que es tu país... Eso te convence de que es absurdo”. Creo encontrar algún punto de contacto con Lorca en esa tan con­tundente como resiliente expresión. Coincido en que es absurda la idea de que te pueden quitar el país en el que naciste, fuiste niño y aprendiste a crecer, a creer y a descreer para volver a crecer, a creer y a descreer. Es una verdad incontrastable y, al mismo tiempo, el amanecer de la resiliencia. Lorca, final­mente, no murió el 19 de agosto de 1936.

Recuerda Isolina Barraza: “Con Gabriela (Mistral) lo hablamos muchas veces. Fue muy triste saber que a Federico García Lorca lo mataron, pero mucho más terrible es no saber dónde están sus restos”.

NADIE ESTÁ A SALVO

Destierros, exilios, perse­cuciones, encarcelamien­tos, desplazamientos for­zados. Las diásporas se multiplican. Nadie está a salvo en tierra nicara­güense. El obispo cató­lico Rolando Álvarez tam­bién está encarcelado y rechazó el destierro. “Yo lo entiendo”, dice Ramírez, quien destaca que “es muy importante observar que el monseñor no es un líder político terrenal. Es un líder espiritual, un ser profético, un hombre de un peso ético enorme. (Y) cuando se niega a subir al avión, lo está haciendo por estas convicciones suyas de que su deber es que­darse. Y cuando dice ‘dis­fruten de la libertad, yo voy a pagar por ello’, no está siendo retórica.

Está hablando con la verdad”. Cuatro décadas atrás, otro religioso y poeta, Ernesto Cardenal (1925-2020), en el mismísimo aeropuerto de Managua, el 4 de marzo, fue castigado por el papa Juan Pablo II (santo cató­lico desde el 27 de abril del 2014), que lo suspendió en el sacerdocio por adherir a la teología de la liberación y ser ministro de Cultura de Daniel Ortega y el Frente Sandinista de Liberación. Años después, en el que fue el anteúltimo retorno de Ernesto a Buenos Aires, hablamos de aquella san­ción que aún pesaba sobre él y tanto lo lastimaba. También me contó de su bronca, desde cuando promediaban los 90, con Daniel Ortega, al que llamó “dictador”. Recuerdo su sonrisa pícara, su blanca y brillante cabellera y su palabra irónica: “Muy pocos fuimos desterra­dos, por nuestras ideas, de Nicaragua–me fui a vivir en Solentiname, ‘lugar de los artistas’ o ‘de des­canso’, según quien tra­duzca– y de la patria celes­tial”. El 18 de febrero del 2019, cuando Cardenal tenía 94 –después de 35 años– el papa Francisco lo rehabilitó. Volvió al sacer­docio en plenitud. Recobró la pertenencia ese “líder espiritual, (ese) ser pro­fético, (ese) hombre de un peso ético enorme”, como Sergio Ramírez catego­riza al obispo Álvarez, pri­sionero de los dictadores Ortega y Rosario Murillo.

Rodolfo Livingston (1925-2023), arquitecto y urbanista: “Recordar es volver a pasar por el corazón”.

TRÁGICO DESTINO

Trágico destino el de Nica­ragua y el del pueblo nica­ragüense. Aunque la trage­dia no solo se limita en esa geografía en la que crece la emigración, las tristezas, las ausencias. Enormes condenas. Bruno Catalano, un gigante creador, escul­tor y migrante, explica que “siempre busca el movi­miento y la expresión de los sentimientos” con cada una de sus obras que impresionan porque parecen incompletas. Asegura que así las realiza porque “viniendo de Marruecos (su tierra natal) yo mismo cargué esas maletas llenas de recuerdos”. También se crece en las ausencias que nos hacen resilientes. “Tantas veces me mataron / Tantas veces me morí / Sin embargo estoy aquí / Resu­citando / Gracias doy a la desgracia / Y a la mano con puñal / Porque me mató tan mal / Y seguí cantando”.

La resistencia comenzó. Con la ley en nuestras manos. Un “grupo de expertos en dere­chos humanos sobre Nica­ragua” de las Naciones Uni­das, después de analizar en detalle lo que allí sucede, fue claro en un informe sobre el avance de la tarea que les fue encomendada. “Estas violaciones y abu­sos fueron perpetrados de manera generalizada y sis­temática por motivos polí­ticos, constituyéndose en crímenes de lesa humani­dad de asesinato, encarce­lación, tortura, incluyendo violencia sexual, deporta­ción forzosa y persecución por motivos políticos”. “Tantas veces me borra­ron / Tantas desaparecí / A mi propio entierro fui / Sola y llorando / Hice un nudo en el pañuelo / Pero me olvidé después / Que no era la única vez / Y seguí cantando”. En el sur del sur, esa melodía fue una suerte de canción litúrgica cuando nos robaron las libertades, nos desaparecieron 30.000 esperanzadas vidas ente­ras y también la asumimos como una especie de himno a la libertad con memoria cuando los dictadores fue­ron vencidos. “Cantando al sol como la cigarra / Des­pués de un año bajo la tie­rra / Igual que sobreviviente / Que vuelve de la guerra”. La libertad y la democracia, desde siempre y para siem­pre, son asuntos pendientes.

El desierto florido en Coquimbo, Chile. El punto justo para reflexionar y comprender a Isolina Barraza desde la perspectiva de Antoine de Saint-Exupéry y “El principito”.
“No se ve bien sino con el corazón” porque “lo esencial es invisible a los ojos”, enseña el Principito a un aviador que se estrelló en un desierto. Antoine de Saint-Exupéry escribió esa obra exiliado en Nueva York.

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