En estos días se ha compro­bado una vez más que mucha gente que dice estar a favor de la gente, especialmente la más necesitada y pobre del país, finalmente son los que menos desean que aquellas logren la oportunidad de mejorar sus condiciones de vida.

Es lo que ocurre con el programa de alimentación escolar (“Hambre cero”) junto con la financiación de la gratuidad de los cursos de admi­sión y de grado en las universidades públicas e instituciones superiores así como en los de formación docente, propuesto en su momento por el Eje­cutivo y aprobado recientemente por el Congreso.

El programa “Hambre cero” y la financiación de la educación supe­rior para aquellos sectores como la niñez y los jóvenes es la prueba tan­gible de que los que dicen represen­tar a los más vulnerables en realidad pretenden que los mismos sigan en la total orfandad para así usarlos como carne de cañón para sus objetivos políticos.

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Por decir lo menos, mantener en la pobreza sin alimentación adecuada a los niños es tan despreciable como indignante. El programa “Hambre cero” además de ampliar la cobertura para ciertas zonas geográficas del país donde luego de las verificacio­nes hechas por las autoridades y por las propias familias existen niños que no desayunan y otros no almuerzan para ir a la escuela, se vino a convertir en un programa nunca antes hecho.

Y como se propuso y además se hizo entonces había que ponerle palos a la rueda. Medios periodísticos y políti­cos azuzados por el veneno del des­precio hacia los más pobres empe­zaron a emitir desinformación y mentiras.

El objetivo que tenían es hacer mos­trar que si lo hace el Gobierno, en este caso proveniente del Partido Colo­rado que tanto odian, tiene que ser malo porque lo bueno solo puede darse si son ellos los que impulsan medidas de carácter popular y bene­ficioso.

Se creen inmaculados. Los únicos capaces de hacer el bien, situación que como sabemos demuestra un alto grado de autoritarismo, de discrimi­nación y desprecio hacia los demás, en especial hacia los que no tienen la oportunidad de alimentar a sus fami­lias y luego proveerles de una educa­ción en el nivel universitario.

Para comprender a fondo este tema es dejar en claro que el programa “Ham­bre cero” y así como la financiación de la educación no están desconecta­dos como si fueran compartimientos estancos. En ningún modo es así. Si se consigue que nuestros alumnos en la etapa de formación inicial escolar tengan los necesarios aportes nutri­cionales, pues los niños no solo mejo­rarán sus niveles de atención en las aulas, sino también podrán estudiar más y mejor hasta lograr acceder a los niveles superiores en la educación universitaria.

¿Son acaso nuestros niños más pobres diferentes a otros que al levantarse por la mañana encuen­tran su desayuno delicioso y nutri­tivo? ¿Son acaso nuestros niños más pobres los que no pueden tener una mejor oportunidad como otros que lo tienen? La respuesta a estas interro­gantes está en tener valores que toda persona de bien debe alguna vez res­ponderse y si puede que lo ponga en práctica.

Fue esto lo que el presidente San­tiago Peña propuso de manera firme cuando se refirió al programa “Ham­bre cero”, como de igual modo lo hizo con la financiación de la gratuidad de los cursos de admisión y de grado en las universidades públicas e institu­ciones superiores así como en los de formación docente.

Todavía más, la alimentación escolar así como la educación en los niveles antes citados se encuentran blinda­dos, no pueden ser reprogramados y provienen de los gastos del Tesoro Nacional para su cumplimiento en el presupuesto de gastos, un hecho sin precedentes en nuestra historia polí­tica y económica que, por supuesto, a los promotores del infortunio y de la envidia tampoco les agrada.

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