Semana agitada, bordeando la histe­ria que termina en afonía, vivieron los medios de comunicación, periodistas y políticos que mantienen, hasta hoy, su incondicionalidad al expresidente de la Repú­blica Mario Abdo Benítez. Pretendieron extor­sionar –esa es la expresión más adecuada para pintar el cuadro– a fiscales y jueces con presio­nes, amenazas y escarnio público, como deses­perados recursos para obstaculizar el proceso de imputación al exmandatario y varios de sus colaboradores, basada en la utilización viciada de informaciones confidenciales –algunas con el agravante de estar manipuladas, fraguadas y adulteradas– en una estrategia perversa y sucia para perjudicar a sus enemigos del siempre cal­deado escenario de la política, desembozada y desvergonzada defensa de quien carga sobre sus espaldas –no decimos conciencia, porque carece de ella– el peso de la muerte de 20.000 compa­triotas, hombres, mujeres y niños, durante la pandemia del covid-19, en la cual él y sus secua­ces emplearon el miserable mecanismo de acu­mular y acrecentar sus espurias fortunas mal­versando los 1.600 millones de dólares que debieron destinarse a la compra de medicamen­tos, insumos, equipamientos y la construcción de hospitales de emergencia. Hubo fallecidos por falta de oxígeno y no dijeron nada en los cinco años de ese desgobierno atroz, lleno de corrup­tos, mediocres e improvisados. No podían, por­que tenían la boca llena. Eso sí, invitaban a sus programas de radio y televisión, que más pare­cían espectáculos de circo a funcionarios de alto rango para que se explayaran sobre lo que ellos querían, y como querían, ante la mirada compla­ciente y la actuación bufonesca de sus conducto­res. Ninguna pregunta quemante ni por azar.

Pero hoy pretenden vanamente erigirse en las voces de la honestidad, la justicia y el Estado de derecho, cuando que tienen un pasado plagado de sus antónimos. La verdad no depende del gri­terío desaforado de los simuladores y farsantes, sino de la coherencia interna de las premisas y sus conclusiones válidas. Por ejemplo, en abril de 2020, nuestro diario y dos o tres parlamentarios de la oposición evitaron una millonaria estafa por la compra de los famosos “insumos chinos” defectuosos. La estafa, finalmente, quedó en grado de tentativa, pero los medios amigos solo se hicieron eco del hecho cuando ya no tuvieron más remedio.

El ejercicio militante no asumido de algunos tra­bajadores de la prensa (en su concepto abarcador de todas sus modalidades) ha deteriorado su cre­dibilidad hasta su irremediable pulverización. Directores de orquesta, impostadas sopranos y fingidos tenores han utilizado indistintamente las máscaras de cera de la comedia, el drama y la tragedia. Del histrionismo petulante y de mal gusto pasan a la voz grave de oráculos y pitoni­sas que anuncian el apocalipsis para, finalmente, lanzar sus inflamados tridentes de condena sobre una sociedad devorada por el cataclismo. Personajes sin talento y sin escrúpulos disfru­tan de las efímeras y artificiales luces de una supuesta fama que tiene fecha límite. Carentes de toda creatividad y de una estética narrativa han transitado por el fácil y retorcido canal de la procacidad, la chabacanería y el ultraje impune a la honra ajena. Todo en nombre de la libertad de expresión a la que han prostituido sin con­templación alguna. Solo ellos tienen la facultad de agredir, injuriar y calumniar. Pero apenas se les recuerda que son personas que no están por encima de las leyes, zapatean y declaman que la democracia está herida de muerte. Estas corpo­raciones mediáticas y algunos satélites insignifi­cantes, cuando no pueden ser verdugos, se meta­morfosean en supuestos mártires de la prensa. Por fortuna, muy pocos ya les llevan el apunte. Por eso han perdido memorables batallas en que opusieron toda su artillería de infamias y calum­nias para destruir a sus enemigos y defender a sus cómplices.

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Contrariamente a los que sostienen que el pueblo es fácilmente manipulable, tenemos la certeza, a razón de las pruebas cotidianas, de que no come vidrio. Nos gusta hablar el lenguaje llano, senci­llo, porque un editorial no debe estar reservado únicamente a gente de un cierto nivel intelec­tual, como se presuponía erróneamente, sino que debe ser transversal a todos los compartimentos culturales de una comunidad, para que el men­saje tenga alcance popular. Las poses de sabe­lotodo, de propietarios de la verdad y de reserva moral del país ya no funcionan más. Porque han sido descubiertos en la ruin instrumentación de la prensa como garrote político en contra de sus oponentes empresariales y, también, políticos, y como azote sobre la justicia y sus órganos juris­diccionales. Y lo hacen con la sangre fría de los asesinos seriales.

Ya dejaron de transmitir las noticias, para crear­las. Y, más grave aún, sus personajes, porque de eso se trata, suplantaron a la noticia misma. Y desde esa infatuada altura, que solo existe en sus mentes, no han tenido reparos ni escrúpulos para tratar de torcer, contaminar y hasta truncar los procesos legales que afectan a sus compin­ches de correrías. Sobrestimados en su propia credibilidad e influencia en la opinión ciuda­dana, pretenden conceder indultos e impunidad desde sus medios respectivos; mientras, parale­lamente, desatan las más grotescas intrigas en contra de sus enemigos comunes. Veremos cómo reaccionan cuando se destape la podrida olla de la corrupción del anterior gobierno. Ante la con­tundencia de los documentos probatorios solo les quedará la opción de rechinar los dientes.

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