En una democracia, la diversidad del pensamiento es la regla y no al revés. Una de sus expresiones más relevantes es la posibilidad cierta de exteriorizar los puntos de vista diferen­tes, incluso, aquellos que confrontan radi­calmente, siempre en el marco del disenso respetuoso y de la convivencia civilizada y armónica que se establece de mutuo acuerdo en una sociedad. Esas pautas de relaciona­miento –siempre considerando dentro del Estado de derecho– quedan explícitamente manifestadas en un documento madre que se llama Constitución Nacional. Lo contra­rio es cuando la vida está regimentada por una cláusula única, donde el razonamiento propio y la reflexión crítica están penados por el autoritarismo que no tolera la disparidad de criterios. Las opciones del ciudadano, por tanto, son limitadas: o se somete a las condi­ciones imperativas del sistema o se anima a desafiarlo y asumir las consecuencias.

Quienes ya nacieron mucho antes de 1989 conocen perfectamente lo que aquí estamos describiendo y que sonarán increíbles e inex­plicables para las nuevas generaciones. Con­travenir la “verdad” oficial implicaba auto­máticamente dos sanciones, de acuerdo con la gravedad con que el Gobierno se sentía “agra­viado”: el apresamiento sin precisar de orden judicial (simplemente por una “orden supe­rior”) o el exilio por la vía del mismo procedi­miento. Las represiones más severas solían ser terroríficas, como los inenarrables apremios físicos, en grado de deshumanización absoluta, y hasta las desapariciones forzosas, tal como volvieron a revivir las víctimas sobrevivientes de la dictadura después de la condena de uno de sus más despiadados represores. Por alguna incomprensible razón sigue siendo materia pendiente dentro del plan curricular de las instituciones educativas nacionales. Es lo que han reclamado con insistencia en las últimas semanas los responsables de los organismos de derechos humanos para que se tenga una memoria fresca de lo que fueron aquellas déca­das trágicas del Paraguay. Especialmente para que los jóvenes aprendan a valorar y defender la democracia. Y la enseñanza de esos valores es una misión irrenunciable de las escuelas, entendiendo escuela en su concepto genérico, que engloba todo el sistema educativo.

Y debemos añadir un nuevo elemento: durante las ceremonias oficiales por el Día Nacional de los Héroes, celebrado el pasado 1 de marzo, la propia ministra de Cultura resaltó la necesi­dad de reforzar en la malla curricular las áreas de historia y de cultura. La elogiable idea tiene como propósito la preservación de la identidad nacional y el legado de quienes hasta ofrenda­ron sus vidas por amor a la patria en extraordi­narias batallas, a pesar de la ostensible inferio­ridad numérica de los soldados paraguayos, en defensa de la dignidad y el honor de nues­tro pueblo. El planteamiento se refuerza des­pués de que muchas personas, incluyendo algunos periodistas, desplegaran una cam­paña de banalización de esta trascendental fecha. Los nuevos héroes de la sociedad civil son, igualmente, valorables, pero no existe posibilidad alguna de comparación real con aquellos que pelearon en la guerra contra la Triple Alianza o la del Chaco. Hay una dimensión de distancia. Los sacrificios son diferentes. Los desenlaces, también. En el fondo, de lo que se trata es de mantener nues­tra identidad histórica y cultural, pero sin cerrarnos al mundo ni a otras culturas.

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Y un último punto, siempre dentro de la urgencia de replantear los contendidos del sistema educativo nacional, surge a partir de los preocupantes resultados en lectoescritura en referencia a los indicadores de compren­sión literal y comprensión crítica. La vicemi­nistra de Educación Escolar Básica, María Gloria Pereira, desarrolló varios proyectos para superar esta aguda dificultad de los estu­diantes que “no comprenden lo que leen” en un alarmante porcentaje. Fomentar la lec­tura cotidiana y la redacción creativa, más una metodología adecuada para la construc­ción del pensamiento crítico, en un marco de utilización correcta de la tecnología, tanto de parte de los docentes como de los alum­nos, son medidas impostergables para apun­tar hacia una sociedad más competitiva en cuanto a ventaja comparativa en nuestra rela­ción con los demás países.

Es necesario enfocarnos nuevamente en la historia del Paraguay hasta sus anécdotas más íntimas. De igual manera, se tiene que retor­nar a la lectura sistemática y formal, a la lite­ratura en sus diferentes géneros, incluyendo, cuentos, novelas, poesía y teatro. Sin negar que vivimos un tiempo obligado de tecnología, requerimiento imprescindible para la super­vivencia laboral, no deja de ser igualmente imprescindible humanizar de nuevo la educa­ción, sobre los principios y valores de la demo­cracia, la imaginación y la creatividad. Es la alternativa única para edificar una sociedad más justa, libre y solidaria.

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