La madrugada del sábado último, el grupo terrorista palestino Hamás sorprendió a todo el mundo al ata­car a Israel ocasionando cerca de un millar de muertos. El acto militar fue totalmente sorpresivo y ha causado el asalto más letal contra los judíos desde el Holo­causto, de acuerdo con la interpretación de algunos especialistas. El ataque puede dar comienzo a uno de los capítulos más san­grientos que cabe esperar en estos tiempos, de acuerdo con la evolución de los aconte­cimientos y la posterior amenaza israelí, según la opinión de los especialistas.

Debido a ello, la humanidad se encuentra otra vez ante la infame confrontación de pueblos a través de las armas a causa de los terroristas que solo quieren matar, cuando también se pueden negociar pacíficamente las diferencias existentes.

La reacción internacional no se hizo espe­rar y casi todo el mundo condenó dura­mente el acto más sangriento y con mayor cantidad de víctimas que se recuerde de un grupo terrorista en los últimos tiem­pos. Aunque fue un hecho lamentable como todo asesinato de personas, un sector del mundo, especialmente de países árabes antiisraelitas, aplaudió el hecho o, en todo caso, no lo reprobó. Por razones políticas que se podrían explicar, aunque muy difícil de justificar desde el punto de vista legal y humanitario.

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Pero lo más lamentable es que hasta en el seno de la Organización de las Naciones Unidas (ONU), el organismo que engloba a todos los países del orbe, no hubo una­nimidad para condenar el terrible accio­nar de los atacantes. Lo que significa que hay naciones y Gobiernos que, lamenta­blemente, están a favor y hasta aplauden los actos terroristas. Una horrible realidad muy difícil de entender.

La respuesta de los judíos no será solo mili­tar, según anunciaron las autoridades israe­litas, con ataques a los centros donde están los efectivos enemigos. Irá mucho más allá, pues se ha cortado la energía eléctrica, la provisión de alimentos y de combustibles para los habitantes de la Franja de Gaza.

Nuestro país ha cuestionado oficialmente el ataque terrorista y ha expresado su apoyo al Estado de Israel con el que tiene excelentes relaciones. Tanto el presidente Santiago Peña como el Ministerio de Rela­ciones Exteriores han señalado su rechazo al terrorismo en todas sus formas y resalta­ron la solidaridad paraguaya con el pueblo de Israel.

Quién hubiera pensado que esto pudiera ocurrir en el siglo XXI, en pleno auge de la civilización humana y en medio de la vigen­cia de los derechos humanos.

Un acto terrorista es la expresión de la vio­lencia más terrible que suele perpetrarse contra objetivos civiles. Obedece siem­pre a motivos políticos y se ensaña espe­cialmente no contra objetivos militares, sino contra la población civil, sin elemen­tos para prevenir ataques ni armas para defenderse. Por lo cual constituye una de las expresiones más cobardes de cualquier tipo de terror. Y, por consiguiente, una de las manifestaciones más repudiables de la violencia humana que causa muertes de niños, mujeres y hombres indefensos y pro­voca un inmenso dolor a los pueblos.

Por eso cualquier acto terrorista de la calaña y el grupo que fuere es condenable y se tiene que rechazar en todos los térmi­nos. El asesinato vil de gente inocente no es una lucha aceptable por ningún motivo político, racial, religioso o económico. Por lo que merece el repudio unánime de todos los seres humanos.

Sus responsables políticos y militares tie­nen que sufrir la condena moral de todos, aparte del castigo penal que establecen las leyes para tales crímenes. Por todo ello, los Gobiernos de los países y todos los pueblos del mundo no solo deben rechazar los actos terroristas. También tienen que lograr en los estrados judiciales que se condene penal­mente a los responsables de tales acciones de alta criminalidad. No hacerlo sería como premiar con la impunidad a los asesinos que cometen crímenes tan graves.

Matar a los que han matado en un con­flicto puede ser entendible dentro de la lógica de una confrontación bélica. Pero no es el remedio que requiere la civilización humana para terminar con la tragedia de la violencia.

El mundo necesita que se haga justicia cas­tigando a los criminales y que al mismo tiempo se negocien los conflictos de manera pacífica.

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