Cuando el domingo último el presidente Santiago Peña convocó a los responsables máximos de los organismos del Estado, mucha gente no se ima­ginó la trascendencia de esa reunión. La cumbre de poderes fue el acto político de mayor importancia en los primeros días del nuevo gobierno. Hay que darle el valor que tiene y hacer que fructifique en los más diversos sectores mediante la contribución de todos los organismos del Estado. Si hay una tarea común y de muy gran envergadura es la lucha contra la corrupción y los delincuentes que la generan tanto en la estructura guberna­mental como en el tejido de la nación.

La gigantesca corrupción con todas sus consecuencias patógenas es una enfer­medad cancerosa terriblemente perju­dicial que ha tomado casi todos los orga­nismos del cuerpo del Paraguay. Pelear contra esa dolencia mortal no es cosa de poca monta, y no hay que ahorrar nin­gún esfuerzo ni instrumento para el combate. Es como un incendio: si no se lucha rápidamente y en todos los fren­tes contra el avance de las implacables llamas, en cualquier momento todo que­dará bajo el paso del fuego implacable. Y de las cenizas no se puede hacer mayor­mente nada.

En eso radica el valor político e institu­cional de la cumbre de poderes organi­zada el pasado domingo por el primer mandatario, ocasión en que sembró la semilla de la colaboración entre los diferentes organismos estatales para luchar contra el delito y los delincuen­tes. No solo les inculcó a los presiden­tes de poderes y altos funcionarios la necesidad de asociarse contra la delin­cuencia, también les pidió que partici­pen activamente en la lucha que desea encarar contra esa terrible maldición. Desde el punto de vista teórico, nada hay más lógico que el hecho de que todos los poderes del Estado luchen con­tra el delito y sus consecuencias. Pero en la realidad eso nunca ha ocurrido de manera sistemática ni coordinada, y cada uno hacía lo que le parecía. Las consecuencias de tal situación son alta­mente visibles si se quiere obtener bue­nos resultados en la vida del país: cada vez hay más y mayores casos de corrup­ción, con hechos de delincuencia en que participan amplios sectores de funciona­rios que deben luchar contra el mal. En otras palabras, hacer las cosas en forma descoordinada y sin la fuerza reque­rida, como fue la política del gobierno anterior, solo sirvió para la extensión del delito y el aumento del número de malhechores, es decir, colaborar pasiva­mente con la corrupción.

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Si el país quiere conseguir resultados positivos contra el delito y sus hacedo­res, no se puede esperar pasivamente para ver qué pasa. Se debe actuar utili­zando todos los medios y con la inter­vención activa de amplios sectores. Por eso el presidente convocó a las máximas autoridades de todos los poderes para invitarles a armar una política adecuada y diseñar mecanismos de acción con­junta contra el enemigo común.

El encuentro del domingo último no fue para las fotografías y las crónicas perio­dísticas, como creerán algunos. Consti­tuyó una reunión de trabajo, por lo que en el próximo encuentro que se fijó para el jueves cada sector tendrá que presen­tar un proyecto operativo propio para la tarea común que se llevará adelante.

El presidente fue muy claro cuando explicó que en la agenda entre los res­ponsables de los poderes trataron la lucha frontal contra la corrupción, que es un eje central, resaltando que la “corrupción es un flagelo que erosiona la fortaleza de las instituciones que impide el desarrollo”. Y remarcó que “este es un desafío que tiene que encontrarnos más unidos que nunca”.

La cumbre de poderes fue un gol de media cancha del mandatario. La socie­dad paraguaya y sus instituciones deben acompañar la lucha contra la corrupción y la delincuencia, porque se trata de un terrible enemigo común.

No faltaron los críticos, entre los que están algunos medios periodísticos, que no vieron con buenos ojos que se trabaje contra los delincuentes de manera con­junta. Algo tan razonable y de sentido común, que es difícil entender qué tie­nen en la cabeza. Porque si una sociedad no se une para combatir a los delincuen­tes, corre el riesgo de que en el futuro se junte solo para llorar a sus víctimas.

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