De hecho, figuraba dentro del presupuesto de previsibilidad la continua actitud hostil hacia el gobierno que asumirá el poder el próximo 15 de agosto, de parte de las dos cadenas mediáticas que intentaron, a través de una campaña desleal y mentirosa, evitar la victoria del electo presidente de la República, Santiago Peña.

Antes que concederle el tradicional periodo de gracia –los llamados “primeros cien días” de cualquier administración entrante–, continuaron con la sucia estrategia de desprestigiar a unas autoridades que ni siquiera, reiteramos, tomaron posesión de sus cargos. Con la herida de la frustración todavía sangrante se empecinan en diseñar un anticipado fracaso. Todas sus miradas futuras están ensombrecidas por el pesimismo, el escepticismo y la mala fe. Evalúan a los ministros ya anunciados como parte del gabinete con lentes de objeciones y críticas, previendo un escenario de caos apocalíptico para los meses por venir.

Nada les conforma. No pueden superar su estado de sucesivas decepciones en manos de quienes fueron declarados como el blanco de sus infames y ruines ataques. Estaban convencidos estos bloques periodísticos de que sus propagandas tendrían el efecto que ellos deseaban, pero el electorado les dio un revés rotundo en las urnas. Los candidatos de la Asociación Nacional Republicana (ANR) no solo se quedaron con el Poder Ejecutivo con la diferencia más amplia –más de 460.000 votos– de toda la transición democrática, sino que también tienen mayoría propia en las cámaras de Senadores y de Diputados. Y, está visto, les cuesta digerir tanta amargura desparramada en los últimos años. En síntesis, no pueden tragar su derrota.

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El recuento, aunque breve, siempre es necesario para que la memoria funcione como interpretadora de la realidad. Es el contexto que sitúa al público en la exacta dimensión de los hechos. Estas cadenas mediáticas, una dirigida por Natalia Zuccolillo y otra por Antonio J. Vierci, empezaron su campaña apenas el movimiento Honor Colorado presentó a sus candidatos para la Presidencia de la República, por un lado, y la Junta de Gobierno de la ANR, por el otro. Es decir, Santiago Peña –con su dupla Pedro Alliana– y Horacio Cartes. Mezclaron ingredientes de los más diversos para tratar de empañar ambas postulaciones. Primero en las internas del Partido Colorado. Se jugaron abiertamente por los representantes de Fuerza Republicana: Hugo Velázquez (luego reemplazado por Arnoldo Wiens) y el mandatario actual, Mario Abdo Benítez. No hubo un solo día, uno solo, en que no hayan disparado sus violentos ataques en contra de sus enemigos políticos.

Fueron el eco de los furibundos agravios provenientes de las carpas del oficialismo. Paralelamente, ocultaban los grandes hechos de corrupción que se enseñoreaban en todas las instituciones del Estado. Se hicieron de los desentendidos ante las graves denuncias que íbamos publicando en nuestros medios, con pruebas documentadas, con montos y fechas de los actos de latrocinio. Mientras, estos conglomerados periodísticos flirteaban con las autoridades del Gobierno. Durante la pandemia, que fue aprovechada para saquear los recursos públicos, realizaron programas donde periodistas y ministros montaban verdaderos circos como elementos de distracción ciudadana.

Lo mismo ocurrió durante los meses previos a las elecciones generales del 30 de abril pasado. Apostaron a la Concertación Nacional y su candidato Efraín Alegre, también presidente del Partido Liberal Radical Auténtico (PLRA). Informaciones apologéticas para la oposición y látigo sin tregua para los colorados. Menospreciaron la inteligencia del pueblo, su capacidad de discernimiento y su libertad para optar. Con una propaganda descarada pretendieron influir en la decisión del soberano y dirigir su voto hacia los candidatos de su predilección. De ahí que la derrota de sus elegidos fue, también, la derrota de estos medios. De manera que lo que hoy estamos viendo no es sino la prolongación de aquella campaña, ya lo dijimos, que había empezado años atrás. Y está visto que así seguirán durante el próximo quinquenio. Pero sus sucias maniobras ya no penetran en la conciencia colectiva.

Así quedó demostrado en las internas republicanas y en los comicios generales. No son el gran elector que pensaron que eran. El verdadero gran elector –el pueblo– les dio las espaldas y una ejemplar lección que todavía les cuesta aprender. Cuando se pierde credibilidad es muy difícil recuperarla. Sobre todo, porque no cesan en su malacia de versión falseada de los hechos. Estamos más que seguros que la ciudadanía sabrá apreciar la buena gestión de Santiago Peña, por más que se esfuercen sus detractores mediáticos en continuar con su perversa campaña de desprestigio. La verdad tiene su propio peso. Y la sociedad sabe distinguirla perfectamente para diferenciarla de las patrañas. Estas cadenas mediáticas, tarde o temprano, tendrán que aprender a perder y dejar de mentir.

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