Impresionante el aumento de la canti­dad de adictos que no solo se revelan en las estadísticas, sino también ante nuestros ojos, en la realidad nuestra de cada día y que repercuten fuertemente en los actos de violencia y delincuencia que se expanden en el país. Esta alarmante situación es sin dudas un requerimiento de urgentes intervenciones por parte del Estado, los tiem­pos de transición seguramente irán afinando datos, que deben orientar necesariamente a planes que busquen erradicar el flagelo.

Es insostenible esta incertidumbre que viven las comunidades educativas y padres de fami­lia en general ante el temor de que sus hijos e hijas sean pescados por un mercado negro que acapara varios sitios como la vía pública consolidado en las narices de las autoridades y que tiene presos a miles de jóvenes que caye­ron tal vez por curiosidad, otros por escape a los problemas, otros simplemente por malas ligas, etc.

Este fin de semana, nuestro medio publicó que desde hace varios años un promedio de 20 a 25 mil consultas anuales registra en el Centro Nacional de Control de Adicciones. Oficialmente, a la población adicta se suma un promedio también de dos mil y pico de pacien­tes nuevos por año, en vez de mermar, crece.

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Así también, artículos periodísticos basados en datos del Ministerio de Salud señalan que las víctimas de adicciones son 65 % de hom­bres y 35 % de mujeres, de los cuales el 40 % de los registrados son de Asunción, el otro 40 % de Central y un 20 % del interior del país.

El negocio de vender drogas consiguió una logística que llega a puntos sensibles, rodean escuelas, centros deportivos, hasta iglesias. Han innovado el sistema de ventas incluyendo a infiltrados de estos lugares de gran concen­tración de jóvenes al extremo de que tienen a los mismos estudiantes facilitando el comercio.

Hay puestos de distribución en todas las ciu­dades del departamento Central, esto dicho por los propios referentes de los organismos de seguridad. Los medios de comunicación así también la ciudadanía se enteran cuando las fechorías de estos delincuentes detonan en violencia, robos y otros actos que generan conmoción social, hasta que estos no ocurren difícilmente son molestados por la ley.

La situación se agrava cada vez más y existen zonas rojas del comercio de drogas que prácti­camente son incontenidas por los organismos de seguridad, antinarcóticos, etc. El combate al consumo de drogas no ha ganado relevancia en los últimos años, la curiosidad, las dificul­tades y los momentos vulnerables han pesado más en las decisiones de quienes se volcaron hacia el uso de los estupefacientes.

En este contexto, hoy estamos lamentando la casi nula atención a la salud mental. El “cháke” no basta para desalentar el consumo dicen los especialistas. Hay que trabajar en el manejo de las emociones, cómo administrar las frustraciones y entre ellos no menos indis­pensable está el cómo saciar las curiosida­des sobre las drogas sin usarlas, más bien con informaciones que revelen las consecuencias crudas del desenlace de una persona adicta.

Pero, además de estas estrategias de disposi­ción de información y concienciación urgen operativos institucionales que conduzcan al desmantelamiento del negocio, lo que no solo se limita a la intervención de un local, sino a tareas de inteligencia que detecten las redes, el esquema y los cerebros de estas organiza­ciones que desde la marginalidad expanden el comercio ilegal.

Los órganos de control, antinarcóticos, de seguridad y judiciales necesitan sanearse y encaminar acciones que realmente bus­quen acabar con el negocio. Los distribuido­res están haciendo ostentaciones de abasteci­miento de mercado y fomento del consumo de drogas porque están quiénes les permiten.

Si no desarticulamos el ilícito de raíz, esta situación de violencia expansiva se tornará más peligrosa y nos tendrán como rehenes de la incertidumbre y el miedo de qué les puede llegar a pasar a nuestros jóvenes. Lastimosa­mente los números siguen creciendo en medio de una transición de Gobierno que, sin dudas, servirá a los malhechores a intensificar sus acciones; sin embargo, si desde la próxima administración arrancan con medidas bien concretas, estrategias puntuales de castigar a los cabecillas, el riesgo puede ir disminu­yendo.

No quedan ni tiempo, ni opciones, ni contem­placiones para los que diseminan el vicio y matan a nuestra gente. Es ineludible el reque­rimiento de que las autoridades se ocupen y demuestren eficiencia en el combate al con­sumo de las drogas, porque las derivaciones pueden ser muy lamentables como irreversi­bles para todos.

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