Muy cerca ya de las eleccio­nes del domingo 30, es bueno que la ciudadanía vaya viendo las partes de los verdaderos rostros de ciertos can­didatos y que se conozcan las mentiras que van encubriendo con sus discursos de ocasión. Para ello nada mejor que ir sacándoles las mascarillas, muchas de ellas ya muy conocidas, y mostrar las certezas indiscutibles que van a desen­mascarar sus falsedades.

La experiencia demuestra que nada hay más peligroso que inventar ficciones para tratar de encubrir la realidad, porque más temprano que tarde desaparece la simulación y se divisan con todo su peso los acontecimientos de la existencia.

La ficción, por más imaginativa y agra­dable que sea, no puede reemplazar a la realidad. No es un hecho cierto. Y por ello solo sirve para entretener o para engañar, porque en el fondo es una falsedad, más o menos atractiva, pero una acción menti­rosa al fin.

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Eso es lo que ocurre cuando el candi­dato de la Concertación quiere buscar los votos de la gente haciendo promesas dis­paratadas, firmando ciertos documentos como el presidente de la República que no es, creando el gabinete de un gobierno inexistente, inventando hechos que no son. Al querer convencer que las mentiras que inventa son verdades irrefutables, comete actos de imperdonable deshones­tidad en un político que está aspirando a la conducción del país. ¿Cómo la gente puede creerle a alguien que está min­tiendo mediante las fábulas que inventa para afianzar su campaña electoral? ¿En qué cabeza entra que se le pueda dar fe a una ficción que puede ser un cuento más o menos atractivo, pero cuento al fin?

En todo caso se pueden aplaudir las ocu­rrencias según sean más o menos agra­dables para el buen humor y causen hila­ridad, como se festeja la gracia de un payaso. Pero a nadie con la mente equi­librada se le puede ocurrir aceptarlas como si fueran una certeza indiscutible.

Eso es lo que ocurre cuando el candidato de la Concertación, pomposamente se apersona a una escribanía y, con la com­plicidad o buen humor del escribano, firma un decreto del Poder Ejecutivo, fingiendo ser el presidente de la Repú­blica del Paraguay. Según las normas vigentes, un decreto del Ejecutivo es un instrumento legal que suscribe y puede firmar solamente la persona que ejerce la titularidad real de la Presidencia de la República. Y nadie más. Cualquier otra persona que dice firmar un decreto está cometiendo un acto de falsedad jurídica indiscutible o de ficción engañosa, que solo se puede aceptar en una obra teatral como parte de la ficción que se está repre­sentando sobre tablas.

Los escribanos son profesionales del derecho a cargo de la función pública que deben dar veracidad a los hechos reali­zados por ellos o sucedidos en su pre­sencia, dándoles el carácter legal que corresponde y para otorgarles seguridad jurídica. Por eso, por ejemplo, cuando se vende un inmueble o alguien asume un cargo se hace ante la presencia de un escribano, a fin de otorgarle el peso legal necesario y respaldar la validez jurí­dica del hecho. No para mentir poniendo como ciertos algunos hechos de ficción, como en el caso que se comenta. A menos que se esté jugando y haciendo teatro para divertir a la platea.

Teniendo en cuenta los juegos de algunos políticos, no está demás afirmar que el presidente de la República del Paraguay y demás autoridades solo se eligen en los comicios generales establecidos según las leyes y que siguen las prescripciones del sistema jurídico vigente.

Las elecciones en las que se seleccionan a los principales funcionarios del país son los actos de mayor seriedad y tras­cendencia jurídica de la democracia. Sus consecuencias son inapelables y nada ni nadie puede objetar su validez ni cambiar sus resultados por ocurrencias o capri­chos de ninguna índole. Por eso no es una redundancia insistir en estas aseveracio­nes, sobre todo teniendo en cuenta que existen candidatos que prefieren recurrir a la simulación para estafar a la gente y así ignorar y hasta rechazar la realidad.

Los cuentos y otras obras de ficción pue­den resultar agradables y entretenidos. Pero a pesar de ello, constituyen solo una mentira. Y no es bueno dar alas a las fal­sedades, porque sería aceptar el engaño.

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