- Por Augusto dos Santos
- Analista político
La reciente exaltación fascista de un candidato que planteaba clausurar un medio por publicar encuestas que le eran desfavorables no es un hecho aislado, es nada más un forúnculo de un sistema herido por el canibalismo político y la defunción del diálogo.
“La grieta” es un aporte más del voluminoso y rico inventario argentino de apelativos, que ha servido para designar un proceso no novedoso, pero con particularidades específicas, a partir de la primera década del siglo XXI, caracterizado por la confrontación del progresismo kirchnerista versus el conservadurismo macrista.
No novedoso porque las polarizaciones han marcado la historia de los conflictos políticos, pero sí con la particularidad específica del “arte” que han tenido que construir a partir de tal polaridad, un relato de beneficio para el uno y para el otro; tanto es así que en todo el camino de la última década en Argentina, la crítica al adversario ha tenido primacía por sobre las propias propuestas sectoriales, lo que a su vez ha forzado un camino deprimido en proacciones y rico en una parafernalia de tortazos de ida y vuelta como en una película chaplinesca de las primeras décadas del siglo pasado en las que había acción, pero iba muda. No había diálogo audible.
Esta última es la tercera característica de estos procesos de grieta, la defunción del diálogo como herramienta política, lo cual sí ya configura un punto crítico porque si bien la ausencia de propuesta y los tortazos todavía pueden describir un proceso político de bajo presupuesto político, la ausencia de diálogo ya aporta un factor pernicioso, un daño medular, en tanto la política, en el sentido democrático de su existencia, ha nacido para el consenso y los partidos; en tanto partidos (y disculpen la apariencia de un juego de palabras) son partidos porque son parte de un todo y no porque tienen que vagar aislados por la Vía Láctea.
PARAGUAY
Pero en rigor, pretender que “la grieta” sea un evento que no nos toca en Paraguay es tan estúpido como seguir discutiendo si la choclotorta es o no el chipa guasu porteño. La fractura de la sociedad política a consecuencia de la incapacidad de la clase dirigente de generar soluciones es un enorme problema paraguayo tanto como argentino, y lo peor es que sus consecuencias son similares y sus riesgos también.
Quizás la diferencia radica en la forma como se ha construido “el beneficio del Estado” en Paraguay (único error del pacto de gobernabilidad) que ha repartido en mayores y menores acciones el empleo público entre colorados, liberales y otros sectores políticos de mayor a menor proporción, lo cual si bien es un asunto vital para describir el factor clientelista de la política paraguaya, lo dejaremos para un siguiente comentario.
UN CARAGUATATY DE POLARIZACIONES
Si todo el itinerario histórico de la política paraguaya ha estado marcada por el bipartidismo, este modelo de dos capataces cuidando la política ha persistido pese a los revestimientos novedosos de su corpus (victoria de Fernando Lugo en el 2008, esencialmente). Sin embargo, tales polos han estado marcados por rabiosas disputas internas, algunas de las cuales llegaron a episodios de sangre como el asesinato del vicepresidente Argaña (1999) y la fractura institucional del Partido Colorado con el surgimiento del partido oviedista. En todo este camino, y hasta hoy, las disputas internas de la ANR y en el PLRA han sido voraces y encarnizadas, lo que a diferencia de la Argentina generó grietas internas, además de las interpartidarias, con una consecuencia rica en paradojas: el debilitamiento de la construcción de consensos, pero al mismo tiempo el fortalecimiento de las bases partidarias por una razón muy fácil de explicar: cuando hay guerra hay movilización. Cuando hay movilización hay caudal electoral.
SIN EMBARGO
El gobierno que asuma en agosto del 2023 debe estar dispuesto a administrar un modelo fundacional e inédito, sencillamente porque el Paraguay tiene condiciones, escala y cultura para hacerlo: la edificación de un proyecto de consenso será un imperativo de la hora, releyendo las doctrinas de los grupos de interés, releyendo sobre la representatividad de las instituciones, releyendo todo, que es como se acortan las distancias.
“La grieta” es un aporte más del voluminoso y rico inventario argentino de apelativos, que ha servido para designar un proceso no novedoso, pero con particularidades específicas, a partir de la primera década del siglo XXI.
Pero en rigor, pretender que “la grieta” sea un evento que no nos toca en Paraguay es tan estúpido como seguir discutiendo si la choclotorta es o no el chipa guasu porteño.