EL PODER DE LA CONCIENCIA

El tema obligado del momento es Semana Santa, unos aprovechan para anotar a qué misa ir; otros, los confesados “herejes”, juntan monedas para ver cuánta cerveza pueden comprar ya que “fin de mes”, o sea el día de cobro cae el lunes posterior a Pascua, cuando las minivacaciones acabaron.

Esta profunda reflexión surge debido a que un conocido se me acercó para hablarme de sus planes de Semana Santa, que no eran ir a misa. Conocido en el barrio por pedir préstamos (que nunca paga), llegó con la intención de echarme el verso para después pedirme dinero para el trago.

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Comenzó hablando de fútbol, del nuevo técnico de Cerro, un tal Manolo, que según él no entiende nada, y que es otro fracaso seguro. Como se dio cuenta de que no me interesaba, cual ágil mono, rápidamente saltó a otra rama y comparó el fútbol con la política a ver si me enganchaba.

–”El equipo de fútbol, mi amigo, (“¿mi amigo?”) –comenzó– es como en la política, siempre hay contreras. Hay jugadores que le hacen la cama al técnico porque no quieren entrenar, supongo que eso le hicieron a Bernay, por eso le sacaron”.

En ese momento cometí el error garrafal. Solo dije “¿en serio?” tratando de hacerle entender que no me interesaba. Él cobró penal para Olimpia y chutó en el ángulo sin que yo pudiera reaccionar.

–”Sííí –contestó él mismo sin que nadie le preguntara ya que era un experto tejedor de la palabra– En el Congreso, por ejemplo, están los que se autodenominan opositores. Se valen de la idea de que es importante hacer contrapeso al gobierno, pero en realidad no aportan nada. ¿Hace cuánto que está la Celeste Amarilla? ¿Cuántos proyectos presentó? Con lo que cobra ya hubiera presentado al menos cien”, aseguró.

“Pero tiene problemas– dijo tocándose con un dedo la cabeza– un día viene vestida de gran señora y habla pausado como si dijera algo trascendente, pero al ratito ya está practicando para ser vocera de las mercaderas, gesticulando y diciendo groserías”.

“La Esperanza Martínez habla mucho y no dice nada provechoso, pero al menos no es grosera –continuó– y todos se dan cuenta. Ya ves, uno de los nuevos, el Nakayama ese va por el mismo camino. Hace unos días salió fuera del plato volador para juntarse con “su pueblo”, los estudiantes que se estaban manifestando por el arancel cero y apenas pudo hablar. Le escracharon, peló como la guerra. Trató de decir que él era como ellos, recibido de la Universidad Nacional, pero ni le dejaron terminar. Ya le conocen y cansa. Los jóvenes ya no se callan y los opositores siguen con su misma estrategia de siempre”.

“Hace décadas que se aburguesaron. Viven del Estado y también tienen metidos a sus parientes. ¿Por qué ellos mismos no impulsan el desafuero de Marito para que la Justicia investigue? La única respuesta es que son cómplices, prefieren pelear por sus intereses personales en vez de los de la ciudadanía, como debería ser. Para eso están allí, no para ostentar ser opositores”.

“Ellos mismos cada vez se aprietan más la soga en el cuello porque la gente se da cuenta. Los opositores cacarean por el color de la camisa del ladrón, pero ni siquiera mencionan el robo, a pesar de que ven bien que se está robando. Abren discusión y crean tendencia sobre los botones de la camisa, pero nada de castigar al ladrón. Pero cada vez están más solos”, dijo con un dejo de tristeza, momento en que aproveché para el contragolpe.

–Bueno, serán muy opositores, pero a ninguno les va a faltar el chanchito y la cerveza en esta Semana Santa. Yo, por el momento, tengo que ver de dónde sacar para esas urgencias –le expresé– y sin darle tiempo de reaccionar me despedí amablemente antes de que pudiera pedirme el préstamo. Fue el 1-1.

A toda prisa me alejé, ya que a este tipo de gente no se le puede dar ninguna ventaja. Imagínense, decir que los opositores son unos inservibles zánganos que viven sin trabajar a costa del Estado. ¡Las cosas que uno debe escuchar en estos días! ¡Qué grosero!

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