Señor candidato, en estas elecciones votaré con convicción, como siempre. Sin embargo, ya fui defraudado en varias oportunidades y engañado hasta el cansancio. Voté el cambio y me dieron más de lo mismo. Voté por la honestidad y el Palacio se convirtió en una cueva de ladrones. En alguna ocasión voté incluso contra mis propias convicciones respaldado en mis valores a un presidente que repartió hijos por todos lados aún siendo sacerdote, aunque eso realmente no fue lo que me sorprendió.

Aún así, no pierdo las esperanzas. Si dejara de votar sería como entregarme y regalar el futuro de mis hijos, de los hijos de mis amigos y de las personas que quiero.

Dicen que somos un país rico, que generamos tanta riqueza que si se distribuyera equitativamente nos daría para vivir con dignidad sin tener que mendigar cosas tan elementales como la salud o la educación. Principios consagrados en la Constitución que son saqueados por los gobernantes de turno.

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Sin embargo, esta vez no voy a pedirle que no robe, porque tenemos comprobado tradicionalmente que el poder corrompe, y a esta altura creo que se trata de una extraña enfermedad que ataca a la mayoría de los políticos, consumiendo primero sus principios y luego su dignidad, ya que llegado un momento los políticos roban descaradamente sin importarles lo que la gente de calle diga o piense de ellos.

Nosotros les decimos buitres, ladrones de guante blanco, senarratas o dipuchorros, y dentro del Congreso nadie se inmuta, se indigna o se avergüenza. No es una buena señal. La corrupción no conoce colores y la impunidad la abriga al calor de una justicia complaciente.

Entonces lo que quiero pedirle a usted señor candidato, a usted que es nuevo o que aspira por primera vez al poder, que se rodee de buenas personas. Tengo esperanza. Pero la realidad ya no perdona.

Si todos llegaran a un pacto para robar menos, quizás la educación pueda llegar a todos, en los hospitales no moriría más gente por falta de recursos y los campesinos no tendrían que venir todos los años a la capital para exigir un trato digno.

Si así lo hiciera, quizás podríamos salir del atraso y la pobreza, y en unas próximas elecciones volveríamos a votar por usted.

Pero si así no fuera, tenga por seguro que yo, mis amigos y muchos de los que leen estas líneas no lo olvidaremos. El país que soñamos es posible. Con respeto y esperanza le saludo atentamente.

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