• Por Augusto dos Santos

El mundo atraviesa por un par de guerras que son mucho más sordas pero más determinantes del nuevo mapa geopolítico, incluso que esta que se libra entre rusos y ucranianos. En ambos casos se ejercen globalmente, tanto en la región como a nivel mundial. Pero las sociedades están tan bombardeadas por el fenómeno arrollador de la inmediatez que está perdiendo cada vez más esa vieja sabiduría ajedrecista: mirar media docena de jugadas para adelante.

El título de este primer comentario parafrasea un entrañable libro de Paulette Jiles y la película de Paul Greengrass con el inefable Tom Hanks, cuya trama lo lleva por los territorios de la concluida Guerra Civil leyendo periódicos para el público analfabeto y tratando de comprender a una niña alemana que encuentra por el camino. Se trata de eso, de un mundo hiperinformado que es, al mismo tiempo, incapaz de comprender qué sucede en los alrededores de su propia sombra.

Paraguay, Brasil, pronto Argentina, se encuentran en una nueva etapa decisiva para el dibujo de su cuadro de conducción de las políticas públicas de estos países en un momento de enorme complejidad. Aquí vale mencionar las dos guerras sordas que mencionábamos en el inicio del comentario: La primera es el debate sobre el nuevo ADN ideológico del poder. Las izquierdas y derechas a secas no son sino una descafeinada memoria de cuando la política la discutían desde lugares en los que percibías que Marx y Smith estaban eligiendo armas. Hoy ya no son herramientas con cierta lógica para representar el ecosistema de la política. Como en “La desaparición de la Santa” de Jorge Amado, cuando santa Bárbara “la del Trueno” pierde su ser de madera, salta de un barco y se mete en un barrio de lupanares, la política dejó de pertenecer a la política, en gran medida, para substanciarse hoy en superestructuras (entre ellas los conglomerados empresariales mediáticos) mucho más eficientes para pelear la nueva guerra. ¿Cuál es la nueva guerra? Un gran tema para esta serie que iniciamos.

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Aún recuerdo a don Ramón Leiva, un luchador contra la dictadura de Stroessner, desde el Movimiento Paraguayo de Liberación (Mopali) llegando a la radio los sábados -a fines de los ‘80- y abriendo el viejo portafolios de cuero, con su español “aporteñado” de exiliado-retornado. “Aquí publicamos un documentito ( siempre era un documentito) sobre la suba del precio de la canasta básica ...” o tal o cual tema. Ese pensamiento ya no existe, de proximidad de la política, fue arrebatado hace mucho tiempo por otros actores. Ni los partidos ya escriben “documentitos” ni hablan del precio de la canasta básica. Viven una perentoria necesidad de reactorizarse (permítanme la expresión en el quinquenio del “reinventarse”).

El raquitismo en la respuesta de estas organizaciones clásicas del gerenciamiento de la política hace que en la región y el mundo estén aflorando definiciones políticas mucho más pragmáticas, pero peligrosas, y prueba de ello son los populismos y sus aborrecibles variantes desde los nacionalismos extremos de derechas, que amenazan con devolver a Hitler montado en una carroza de exterminio contra migrantes y otros distintos, en una vereda, y en la otra, los fogoneros del “destruyamos todo” de izquierdas que a nombre de la imposición cultural desconocen historias y queman iglesias. Ambas formas son enemigas mortales de una sola razón, la democracia, y aparecen con la exactitud biológica de cualquier enfermedad que se apropia de un ser en razón de su debilidad. Ese ser no solo es el partido político, sino también lo es la política misma.

El segundo aspecto, global y regional, es la perspectiva que tiene China continental de dibujar un nuevo mapa de territorialidad en el tradicional patio de la hegemonía norteamericana, en América Latina. Ya no son los generales del Canal de Panamá enfrentados a los milicianos del Che. Esta es una guerra que se libra en los pizarrones de finanzas, y nadie tiene la tierra de las trincheras en la nariz.

Los nuevos desafíos de desarrollo de la región y su mirada hacia el pacífico son una chacra fertilizada para esta contienda entre los que estaban y los que quieren estar. Pensar que solo se trata de una iniciativa de China continental por cultivar inversiones y desplazar votos favorables a Taiwán es tan inocente como seguir creyendo en la universalidad del diluvio universal: lo que se pelea es mucho más voluminoso, es el dibujo del mapa de un nuevo mundo.

(Próxima entrega: En algún sitio de París)

Se trata de eso, de un mundo hiperinformado que es, al mismo tiempo, incapaz de comprender qué sucede en los alrededores de su propia sombra.

El segundo aspecto, global y regional, es la perspectiva que tiene China continental de dibujar un nuevo mapa de territorialidad en el tradicional patio de la hegemonía norteamericana, en América Latina.

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