EL PODER DE LA CONCIENCIA

Según la crónica, en diciembre del 2017 comenzó el cataclismo. El precandidato ganó las internas y en apenas unos días la maldición del candidato “Desastre” se comenzó a palpar en el país, ya que en enero del 2018 se anunciaban más de 20.000 damnificados por las inundaciones. No había pasado ni un mes y las cosas pintaban mal.

Para abril, medios internacionales hacían ver el aumento del drama de la inundación y que ya eran 88.000 las personas que habían sido desplazadas “en la mayor crecida en medio siglo”. La negra nube definitivamente se instalaba en la república cuando ese mismo mes el candidato ganaba las generales. El segundo sello se había roto.

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Para noviembre otro medio digital recordaba que había 7.500 familias ribereñas afectadas por la crecida del principal río y para mayo del 2019 Vatican News reportaba el aumento a 62.000 familias afectadas por las inundaciones.

Como las antiguas plagas de Egipto, la ira divina pasó del agua y se transformaba en fuego que comenzó a consumir bosques, cosechas, animales, todo lo imaginable. Era setiembre del 2019 cuando Infobae publicaba que en el país se había declarado la emergencia ambiental por la cantidad de incendios forestales. En poco tiempo unas 37.000 hectáreas de bosques habían sido consumidas por las llamas. Era el tercer sello.

Y aunque estas atrocidades se traducían en récords de desgracia, las oscuras conjunciones planetarias no se contentaron con enviar conjuros gastados y surgió hasta ese momento la peor de todas: la pandemia, en diciembre del 2019.

Entonces, el país entendió el verdadero significado de una palabra muy de moda: corrupción. A fuerza de reiteración, pronunciarla se había vuelto costumbre y su sentido se diluyó como el humo. Sin embargo, con la pandemia las personas se dieron cuenta de la vileza, de la podredumbre, de lo agusanada que estaba la ambición de las autoridades que, no solo se enriquecieron a costa de la muerte de sus compatriotas más vulnerables, sino que endeudaron al país como nunca antes. Un sello más.

El infierno se había desatado: en octubre del 2020 un portal exponía que “durante el mes de setiembre del 2020 se registraron 109.884 focos de calor en todo el país, mientras que en setiembre del año anterior (2019) se habían registrado 97.323 focos. Este 3 de octubre se llegó a registrar 10.765 focos de calor y a la fecha, en lo que va del día, la cifra llega a 576 focos de calor”.

Con el fuego desde el cielo y la muerte rondando las calles, la población se refugió en su casa. El desempleo llegó a límites nunca antes vistos, la crisis económica se convirtió en mundial solo comparable a la de la Segunda Guerra Mundial o la Gran Depresión, la peor crisis financiera de la historia de la humanidad.

A pesar de los esfuerzos de los científicos por detener la pandemia mediante vacunas generadas en tiempo récord, de nada valió para el país debido a la miserabilidad estatal. El gobierno no gestionó en forma y no compró los inmunizantes y el mendigo recibió donaciones de países amigos que sirvieron para comenzar a proteger a la población.

Mientras, los muertos por la enfermedad sumaban de a miles. Fue y es la mayor cantidad de fallecidos en una época de “paz y progreso”. Otro funesto récord del Nube negra.

En tanto que este jugaba a que le aplaudieran por inaugurar asfaltados, nuevas olas de la enfermedad se gestaban: de covid-19 la rebautizaron oficialmente como SARS-CoV-2, Alpha, Beta, Gamma, Delta, Ómicron... siempre apareciendo nuevos récord de fatalidad.

El denso y oscuro nubarrón flota sobre el país desde que él se autocoronó como el verdadero y único dios, con poder absoluto y permiso sin límites con extensión a los miembros de su corte.

Y a pesar de que cada año la semilla de la esperanza era sembrada en el surco de la ilusión, una nueva tormenta amanecía en el horizonte.

Así, el sicariato se convirtió en algo normal, las cargas de drogas pulularon por todos los caminos, la economía entró en recesión durante ciclos seguidos y la sequía estableció un inédito récord, pero lo peor nunca llegaba. El destino siempre tenía un as de espadas bajo la manga para ganar cada partida.

Supongo que esta generación debe estar agradecida a ese Nube negra que convoca desgracias. Por ejemplo, ninguno de nosotros tuvo jamás “la suerte” de ver una verdadera guerra, a no ser la del Golfo, que fue transmitida por televisión como si fuera una película.

Pero el telón de infortunio que este desastroso protagonista convoca, ahora abre una posibilidad bélica de escala planetaria. No es cualquier guerra, es la que todo el mundo temió siempre, desde aquel octubre de 1962 cuando el buque de carga soviético Kislovodsk que transportaba misiles nucleares fue obligado a alterar su curso hacia Cuba ante la certeza de la última y definitiva Tercera Guerra Mundial.

Ahora la guerra comenzó. Nadie recuerda qué sello roto es, solo que las potencias se amenazan con el dedo en el botón. Tampoco se sabe si alguien quedará para contarlo.

Hay veces que es mejor pensar que todo es coincidencia, que todo el mal que nos rodea es efecto producido por el encierro de la pandemia y que padecemos de alguna enfermedad mental curable porque si pensamos con la razón, tantas pesadillas seguidas no son posibles. Y sin embargo, al despertar está él de nuevo, con su cara de “Moópiko che aikuaáta” y su nube negra bailando sobre su cabeza.

Es hora de que se vayan él y todo su séquito podrido porque con él nos dimos cuenta de que el mañana siempre puede ser peor.

Etiquetas: #Nube#negra

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