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Cancún, México.

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La actitud del presi­dente no es su único problema. El denso y húmedo aire de Cancún causó que muchos de los asistentes a la edición de este año de México Cum­bre de Negocios, la cual comenzó el 20 de octubre, cambiaran sus trajes por guayaberas, las elegantes camisas que suelen usar los políticos populistas. Sin embargo, el clima de nego­cios del país los hace sudar. El presidente, que usual­mente visita la cumbre, no llegó este año. Andrés Manuel López Obrador (conocido también como AMLO, por las inicia­les de su nombre) estaba ocupado recorriendo pue­blos en Oaxaca, un estado empobrecido del sur del país. Su ausencia es sim­bólica de la incertidumbre del sector privado durante su gestión.

Los empresarios han tenido dificultades para entender a AMLO desde que se con­virtió en presidente hace un año. No le quitó el sueño can­celar la construcción de un aeropuerto de 13.000 millo­nes de dólares en Ciudad de México muy preciado por el sector privado. Debido a que las empresas fueron aliadas de los gobiernos pasados, él las culpa por los fracasos del país. Su remedio es medi­cina de control estatal.

CAUTELA

Su retórica crítica y la toma de decisiones repen­tinas han sembrado des­confianza. En julio, el pre­sidente pidió renegociar el contrato de gasoductos fir­mado con una corporación canadiense por su predece­sor, Enrique Peña Nieto. El sector del petróleo nueva­mente ha sido cerrado a la inversión privada, pues se ha dado marcha atrás a las reformas de Peña Nieto. Eso ha hecho que las empresas sean cautelosas. La inver­sión bruta fija cayó un 8% en el año posterior a la elección de AMLO en julio pasado, el descenso más pronunciado en varios años.

El presidente tampoco ha logrado mejorar la econo­mía titubeante de México, que apenas se salvó de entrar en recesión este año. Las firmas que dependen del mercado nacional han sido las que han sufrido el mayor impacto. El precio de las acciones de Cemex, una compañía cementera, ha bajado un 20% este año debido a tambaleos en la construcción. Los empresa­rios de turismo y los expor­tadores a Estados Unidos son menos vulnerables. Y el inesperado ganador emerge: durante un panel en la cum­bre, una mujer susurró que las ventas de su firma de cosméticos están creciendo rápidamente debido a “la mayor liquidez de las clases más bajas”, gracias al gasto de AMLO en los pobres.

Entre las malas noticias, los empresarios más impor­tantes han hecho fila para adherirse a la causa del pre­sidente. Carlos Slim, el hom­bre más rico de México, dice que comparte al “100%” las metas de AMLO de erradi­car la pobreza, el crimen y la corrupción. “Perdimos nuestra visión durante muchos años”, dijo Carlos Salazar Lomelín, presidente del Consejo Coordinador Empresarial (CCE), un grupo de cabildeo. “Nues­tro bienestar estaba en un muy buen nivel y dejamos de ver a la sociedad”. Esta muestra de admiración es una estrategia para ingre­sar a la esfera de influencia del presidente.

Salazar y AMLO conversan semanalmente. El CCE ha ayudado a resolver la dis­puta por el gasoducto, orga­niza charlas regulares sobre energía entre el gobierno y las empresas (lo que eleva la esperanza de que la inver­sión privada de nuevo sea permitida) y está trabajando con el gobierno en una ini­ciativa de ley sobre infraes­tructura. Estas estrategias para agradar evitan que leyes negativas empeoren, afirman personas dentro del gobierno. Los empresa­rios no temen que México se convierta en Venezuela, dijo Alberto Bello, editor de Expansión, una revista de negocios. Más bien, les preocupa que se pueda con­vertir en un país similar a Argentina, en donde la rela­ción con el gobierno es tan tóxica que a menudo no con­versa con el sector privado cuando crea políticas.

Adaptarse a un nuevo régi­men está lejos de ser el único problema. En la cum­bre todo el mundo se queja de que la inseguridad está aumentando con rapidez, y se intercambian experien­cias de robos a bodegas y secuestros. Un financiero extranjero lamentó el ritmo aletargado de la actividad en los tribunales y en las ofici­nas de gobierno de México. El país ha padecido algunos de estos problemas desde hace tiempo, y muchos dudan que puedan resol­verse mientras los jefes se pavoneen en ropa populista.

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