© 2019 Economist Newspaper Ltd, Londres. Todos los derechos reservados. Reimpreso con permiso.

La democracia está en riesgo en América Latina. El peligro va mucho más allá de Cuba, Nicaragua y Venezuela.

El gobierno del presidente Donald Trump no destaca por su observancia del presuntuoso principio político, así que John Bolton, el asesor de seguridad nacional de Estados Unidos, tocó una inusual fibra cuando afirmó en un discurso en Miami el mes pasado que “la doctrina Monroe está viva y sana”. La referencia al principio del siglo XIX mediante el cual Estados Unidos se adjudicaba el derecho de vigilar América Latina fue tomada como una advertencia para que Rusia y China no intervinieran en lo que solía llamarse “el patio trasero de Estados Unidos”. Bolton revivió esta doctrina anunciando nuevas sanciones económicas contra Cuba, Nicaragua y Venezuela, a las que le gusta llamar al “troika de la tiranía”.

Invitación al canal de WhatsApp de La Nación PY

Sin embargo, el tono de su discurso fue optimista, pero también amenazante. Una vez que la “troika” sea derrocada, explicó Bolton, habría una posibilidad de que existiera “el primer hemisferio libre en la historia de la humanidad”, desde “las rocosas canadienses cubiertas de nieve hasta el resplandeciente estrecho de Magallanes”.

El problema con la retórica enardecida de Bolton no es solo que el estrecho de Magallanes se enturbia más que resplandece, sino también que tanto su análisis como su receta están mal. La debilidad de la democracia en América Latina se extiende mucho más lejos del trío que Bolton señaló, y Estados Unidos no ayuda a fortalecerla acosando a sus vecinos del sur.

RAÍCES CON PROBLEMAS

En la década de los ochenta, América Latina pasó de ser una tierra de dictadores y juntas militares a la tercera gran región de la democracia en el mundo, junto con Europa y América del Norte. Desde entonces, la democracia ha echado raíces. La mayoría de los países latinoamericanos hoy gozan de más derechos y libertades que nunca antes.

No obstante, entre muchos latinoamericanos ha crecido el descontento con sus democracias. La economía de la región está estancada. La pobreza es más generalizada de lo necesario debido a una desigualdad extrema. Los gobiernos no están suministrando a sus ciudadanos la seguridad ante el aumento de los delitos violentos. La corrupción es rampante. El descontento de los electores, manifiesto en las redes sociales, ha ayudado a promover a líderes con una tendencia poco saludable a debilitar las instituciones democráticas.

La caída en desgracia de América Latina es más evidente en Venezuela y Nicaragua, países que se están convirtiendo en dictaduras; en la Cuba comunista, que se escuda detrás de esos dos regímenes, la esperanza de la reforma se ha frustrado. Pero en todo el continente, las amenazas a la democracia están creciendo.

EL PELIGRO DE LOS AUTÓCRATAS

Muchos electores latinoamericanos han abandonado a los moderados para favorecer populistas. Jair Bolsonaro de Brasil y Andrés Manuel López Obrador (conocido como AMLO) de México comparten una ambivalencia con la dispersión del poder y la tolerancia de opositores que son la esencia de la democracia.

Bolsonaro, quien ha hablado de su nostalgia por el gobierno militar, tiene a ocho generales en su gabinete de 22 personas; AMLO está debilitando a los centros de poder rivales, como son los gobernadores estatales electos. El “triángulo del norte” de América Central, mientras tanto, está dominado por gobiernos débiles y corruptos. En Honduras, un presidente conservador y aliado estadounidense, Juan Orlando Hernández, gobierna gracias a una elección enturbiada por el fraude. El presidente de Guatemala ordenó que saliera del país una comisión de la ONU que investiga la corrupción y que había ayudado a encarcelar a dos de sus predecesores.

Los electores eligieron populistas como Bolsonaro y AMLO —y pueden elegir a Cristina Kirchner, quien está preparando su regreso en las elecciones de octubre en Argentina— no para reemplazar a la democracia con una dictadura, sino porque quieren que sus políticos hagan un mejor trabajo. No obstante, en el siglo XXI, no son los tanques en las calles los que acaban con la democracia, sino los autócratas electos que van empeorando los problemas progresivamente y que de manera imperceptible se apoderan de las cortes, amedrentan a los medios y debilitan a las partes de la sociedad civil que les exigen rendir cuentas. Para cuando los ciudadanos se quejan, ya es demasiado tarde. Así sucedió en Venezuela con Hugo Chávez, y así está pasando ahora en Turquía.

¿ACOSADOR O ALIADO?

La principal tarea de evitar el peligro recae en los latinoamericanos. Necesitan deshacerse de las políticas de la corrupción y del nepotismo. Los políticos necesitan mantener su distancia de las fuerzas armadas y no tocar las instituciones que vigilan al gobierno. Sobre todo, los políticos necesitan reconectar con los ciudadanos comunes.

Estados Unidos necesita ayudar en lugar de obstaculizar la tarea de fortalecer la democracia. Hablar de la doctrina Monroe puede hacer que algunos latinoamericanos vean a su vecino del norte más como un acosador que como un aliado. En lugar de amenazar con complementar sanciones para Venezuela con acciones militares, debería trabajar más arduamente para combinar las sanciones con negociaciones. Y Trump debería reinstalar el programa de ayuda de 500 millones de dólares para el triángulo norte que canceló de manera abrupta este año, debido a que hay signos de que estaba ayudando a disminuir la delincuencia y la inmigración.

Aunque por lo general se le presta poca atención a América Latina en la política exterior estadounidense, pocas otras partes del mundo tienen mayor relevancia —por la inmigración, las drogas, el comercio y la cultura— en la vida diaria en Estados Unidos. Una América Latina democrática y próspera importa a ambos lados del río Grande. Trump necesita pensar más sobre cómo ayudar a que eso suceda.

Dejanos tu comentario