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Parece que los intentos de integración regional siempre se tropiezan con la política.

No es frecuente que un país se retire de una organización internacional de la cual es el anfitrión. Sin embargo, es lo que hizo el 13 de marzo el presidente de Ecuador, Lenín Moreno. Ecuador se unió a otros seis países que se han retirado de la Unión de Naciones Suramericanas (Unasur), un foro de debate que alguna vez incluyó a los doce países del continente, criticándola por la “politiquería perversa de los autodenominados socialistas del siglo XXI”.

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Por si fuera poco, dijo que desea que su país recupere las deslumbrantes oficinas centrales voladizas de Unasur de 65 millones de dólares cerca de Quito, inauguradas en el 2014 y costeadas por su predecesor, Rafael Correa, llamándolas “una oda al despilfarro”. Quiere convertirlas en una universidad para los indígenas.

REHENES DE LA IDEOLOGÍA

Moreno es uno de los muchos presidentes sudamericanos que van a fundar el remplazo para Unasur llamado Prosur. Esta es una idea de Iván Duque, el nuevo presidente conservador de Colombia, y de su homólogo chileno, Sebastián Piñera, de centroderecha.

Al presentar esta idea en enero, Duque señaló que, más allá de una organización burocrática, Prosur será un “mecanismo de coordinación” que apoye la democracia y la economía de mercado. Piñera ha invitado a todos los doce países, excepto a uno: Venezuela.

Prosur es una manifestación del clima político cambiante en Sudamérica. Después de un período de hegemonía para la izquierda, de diversas vertientes, esta región ha virado a la derecha en elecciones recientes.

Sin embargo, lejos de ser una respuesta para la falta de unión regional, Prosur parece una reformulación del problema: que en Latinoamérica las instituciones regionales se han convertido en rehenes de la ideología y de los posicionamientos políticos efímeros. Pocas veces funcionan para promover la cooperación que beneficiaría a la larga a todos sus miembros.

LIDERAZGO POLÍTICO EQUIVOCADO

Fueron precisamente estas fallas las que condenaron a Unasur, una buena idea tergiversada por un liderazgo político equivocado. Sus orígenes surgen a partir de un deseo de Brasil de debatir el transporte transfronterizo y los proyectos energéticos. Para el momento en que se constituyó formalmente en el 2008, esos objetivos prácticos habían sucumbido ante la superposición de las ambiciones de dos presidentes de izquierda, el de Brasil, Luiz Inácio Lula da Silva, y el de Venezuela, Hugo Chávez, para crear un órgano dedicado a la solidaridad política y a la cooperación en materia de defensa, implícitamente en contra de Estados Unidos.

El último secretario general de Unasur, Ernesto Samper, ex presidente de Colombia, le comentó a The Economist en el 2015 que esta organización era el reflejo de “un escenario político” en el cual la mayor parte de los gobiernos era de izquierda.

Señaló que su compromiso con la democracia en la región era alcanzar “la validez real de los derechos sociales”, fórmula que hacía eco de la propaganda de Cuba y Venezuela. La oposición de Venezuela y sus muchos partidarios llegaron a ver a Samper como una marioneta del gobierno venezolano. Cuando terminó el mandato de Samper, una amplia coalición de países propuso a José Octavio Bordón, un astuto político de centro y diplomático de Argentina, como su sucesor. Venezuela lo vetó. Ese fue el golpe decisivo.

UN ERROR RETIRARSE

La suerte de Unasur es un símbolo de la profunda fractura provocada por el régimen de Venezuela y los amigos que le quedan en Sudamérica. También es una reprimenda a la política exterior de Brasil bajo el mandato de Lula y su sucesora, Dilma Rousseff. Sin embargo, parece un error retirarse en lugar de tratar de ignorar a Venezuela y reformar la organización. “No se supera una fractura creando una organización nueva conformada solo por tus amigos”, comenta un antiguo ministro del Exterior de Sudamérica, a quien le preocupa la “improvisación” que esto conlleva.

A muchos funcionarios sudamericanos que no tienen afinidad con la Venezuela chavista les parece bien el Prosur. Tal vez muchos países se queden fuera. Presionar a Venezuela a regresar a la democracia es una tarea que la región ha encomendado al Grupo de Lima, un órgano especial de catorce países que funciona razonablemente bien. El hecho de que incluya a Canadá no implica un problema existencial. Además, como lo describieron sus fundadores, Prosur no tendrá el peso de hacer el trabajo que debió haber hecho (pero no hizo) Unasur de colaborar para lograr medidas de integración prácticas, actuando especialmente como puente entre dos bloques económicos en Sudamérica, el Mercosur y la Alianza del Pacífico.

En cuanto a Unasur, quizá no muera por completo, sino que se una al grupo de los moribundos de Latinoamérica. Laurence Whitehead de la Universidad de Oxford ha escrito que la tendencia de las élites latinoamericanas hacia la más reciente moda ideológica ha convertido a esa región en un “mausoleo de vanguardias”. Ahora eso se aplica a sus instituciones de integración. Esta tendencia es un lujo que no puede darse una región que está rezagándose económicamente.

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