El nuevo acuerdo ecologista que ofrecen los demócratas en gran medida prescinde del análisis del costo-beneficio.

Tratándose de acuerdos, este nuevo pacto fue muy grande. El plan del presidente Franklin Roosevelt para sacar de la crisis a Estados Unidos cambió de manera permanente el perfil de la economía y de la política del país. Los partidarios de un “Nuevo Gran Acuerdo Ecologista” albergan ambiciones similares. Aunque aún es confusa, esta propuesta, apoyada con gran pasión por la representante Alexandria Ocasio-Cortez, una nueva congresista del estado de Nueva York, ha sido recibida con un asombroso entusiasmo en Washington. Es un absoluto rechazo al planteamiento económico ortodoxo relacionado con el cambio climático.

En economía, el cambio climático es un gran y sencillo ejemplo del fracaso del mercado, con su respectiva solución sencilla. La gente toma decisiones que dañan el medio ambiente debido a que sus beneficios personales al hacerlo (por ejemplo, usar el automóvil para ir a trabajar) superan los costos personales (el precio del combustible para el auto). Sin embargo, las actividades que generan emisiones también imponen costos sociales –muertes por contaminación y choques, la participación de las emisiones de carbono en el cambio climático– que no influyen sobre la decisión de las personas de conducir el auto en vez de caminar o usar el transporte público. Así pues, a fin de resolver el problema climático, los gobiernos solo tienen que incluir el costo social del carbono en los precios que paga la gente. La propuesta más sencilla es gravar las emisiones que corresponden a ese costo social. Las actividades que emiten carbono se vuelven más caras y la gente reduce de manera eficiente sus emisiones como respuesta a los precios. Es una propuesta refinada respaldada por The Economist. En enero, una lista distinguida de economistas bipartidistas firmó una carta que se publicó en The Wall Street Journal pronunciándose a favor de una versión que reembolsará el ingreso del impuesto al carbono como un dividendo fijo y universal.

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MÁS ECOLOGISTA E IGUALITARIA

Sin embargo, un gravamen contundente al carbono es políticamente difícil de alcanzar. Existen esquemas que fijan un precio al carbono, algunos a través de un impuesto y otros mediante un sistema funcionalmente parecido de permisos negociables para producir emisiones de carbono. Sin embargo, solo está cubierta más o menos una quinta parte de las emisiones globales, y solo cerca del uno por ciento de las emisiones sujetas a ese esquema pagan un precio de hasta 40 dólares por cada tonelada métrica de dióxido de carbono, el punto mínimo del rango de entre 40 y 80 dólares que se considera necesario para limitar el calentamiento a no más de 1,5 ºC con relación a las temperaturas previas a la industria. El tiempo es corto. Y otras políticas que a los economistas no les gustan mucho, como las subvenciones ecológicas y las restricciones regulatorias, no han aportado una mejor solución al problema climático.

Los nuevos negociadores del pacto ecologista opinan que el secreto estriba en hacer que la economía sea más ecologista y más igualitaria. Su plan todavía no está bien definido, pese a que se espera que los demócratas emitan pronto una propuesta legislativa que pueda ofrecer más detalles. Sin embargo, sus objetivos principales son claros. Propone pasar a una energía el 100 por ciento limpia y renovable en una o dos décadas, y a emisiones inexistentes para mediados del siglo.

Quizás se incluyan los precios del carbono, pero el énfasis está en otro lado. Los partidarios exponen que una cuantiosa inversión pública reforme la infraestructura del transporte y la energía; el respaldo amplio del Estado para las industrias ecológicas, con el objetivo de convertir a Estados Unidos en un exportador importante de tecnologías limpias; e iniciativas a gran escala para ayudar a los trabajadores mediante capacitación, esquemas de ubicación en el empleo y quizás una garantía de empleo en el Estado (en esencia, una promesa de empleo público a cualquiera que esté desempleado contra su voluntad). Los partidarios son imprecisos acerca de los costos y el financiamiento. No obstante, para descarbonizar la economía tan rápido, con seguridad se requerirían enormes sumas de dinero, algunas de las cuales se recabarían por medio de préstamos y otras, casi con certeza, mediante impuestos para las personas acaudaladas.

ECONOMÍA POLÍTICA

¿Por qué entremezclar los temas del cambio climático y de la desigualdad económica que aparentemente no están relacionados? Para algunas personas, el interés radica en la economía política. Cualquier plan para liberar una economía industrializada de la dependencia de combustibles fósiles generará perdedores. A fin de tener éxito políticamente, debe movilizar a grupos de triunfadores más poderosos y apasionados que los de perdedores. Los planes de gravar el carbono y abonar las ganancias como dividendos pueden parecer atractivos; ¿qué votante podría resistirse a reembolsos en efectivo?

Pero los beneficios, desde la reducción de emisiones hasta el pago de dividendos, se comparten y se dispersan, mientras que los costos se concentran en unas cuantas industrias políticamente poderosas. Un reembolso de cien dólares por el carbono al mes sería demasiado pequeño como para movilizar a una masa crítica de votantes, mientras que el impuesto asociado provocaría una campaña abierta por parte de las empresas poderosas de combustibles fósiles. Por el contrario, un nuevo acuerdo ecologista podría prometer suficientes beneficios a los grupos de interés que estén bien organizados, como los sindicatos obreros y los fabricantes nacionales, a fin de formar una coalición política ganadora.

Para otros, el nuevo acuerdo ecologista es algo más revolucionario. Roosevelt vio la crisis como una amenaza a la democracia liberal y como el producto de un sistema económico que pone las ganancias por encima del bienestar del trabajador. De igual forma, los activistas de izquierda ven el cambio climático como el resultado del capitalismo desenfrenado. Buscan resolverlo por medio de la redistribución del poder económico y político.

CON ACTITUD ECOLOGISTA

Desde cualquier perspectiva, hay muchas cosas en el nuevo acuerdo ecologista que inquietan a los economistas. Es verdad que muchos aprueban que el gobierno financie los bienes públicos como la infraestructura y la educación. Algunos le encuentran sentido a adoptar las mejores soluciones posibles para problemas graves cuando la propuesta ideal es políticamente insostenible. Sin embargo, el nuevo acuerdo ecologista en gran medida prescinde del análisis de los costos y los beneficios de la política relacionada con el clima. Generaría grandes oportunidades para la captación de rentas y el proteccionismo, sin la garantía de que lleguen los beneficios para el clima que se han prometido. También podría descartar del pacto los aumentos a los impuestos que sofoquen el crecimiento y los peligrosos altos déficits.

Desde luego, lo mismo podría decirse del nuevo acuerdo, o sin duda del intento de ganar la Segunda Guerra Mundial. En realidad, la crítica sobre el planteamiento económico para el cambio climático implícita en el nuevo acuerdo ecologista no es que esté equivocado o sea poco realista en términos políticos, sino que es un error de categoría, como tratar de derrotar a Hitler con un impuesto al fascismo. El cambio climático no es un problema de mercado que pueda corregirse por medio de la fijación de precios, desde este punto de vista, sino que es parte de una crisis social terrible. Es difícil juzgar esos argumentos sin mirar en retrospectiva a varias décadas anteriores. Pero parece que van ganando y aumentando la posibilidad de que, por el momento, los economistas hayan perdido la oportunidad de encabezar la lucha contra el cambio climático.

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