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La profesión desaconseja cada vez menos el endeudamiento.

En los últimos tres meses del 2018, el gobierno federal estadounidense tomó préstamos por 317.000 millones de dólares, equivalentes a cerca del 6% del PIB trimestral. El déficit se ubicó 1,5 puntos porcentuales por encima de la cifra registrada para el mismo trimestre el ejercicio anterior, a pesar de que la tasa de desempleo bajó a menos del 4% en el período transcurrido. En términos de efectivo, en un solo trimestre Estados Unidos pidió prestado lo mismo que en todo el año en el 2006, cerca del tope del ciclo económico previo.

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En otra época, este tipo de cifras habrían causado histeria entre los críticos del déficit del país. La diferencia es que ahora hay muy pocos críticos, por lo menos en las salas del Congreso. Los republicanos fueron los arquitectos del plan fiscal del presidente Donald Trump que no se ajusta al presupuesto. Algunos demócratas están menos dispuestos que nunca a permitir que sus manos queden atadas con reglas fiscales que los republicanos por lo regular desobedecen. A principios de este año, algunos demócratas progresistas instaron a Nancy Pelosi, presidenta de la Cámara de Representantes, a desechar reglas de pago inmediato conforme a las cuales es necesario cubrir el gasto nuevo con aumentos equivalentes en los impuestos o compensar con recortes al gasto.

La reacción de los economistas es todavía más sorprendente. Las escuelas de pensamiento heterodoxas han cuestionado desde hace tiempo la idea de que el gasto público deba pagarse con los impuestos. La “teoría monetaria moderna”, que resume esas nociones, es cada vez más popular entre los políticos de izquierda. La carismática y recién estrenada congresista de Nueva York, Alexandria Ocasio-Cortez, es una de sus partidarias.

Los economistas ortodoxos tradicionalmente han sido más precavidos. “El gasto público debe pagarse ahora o más adelante”, escribió Robert Barro, de la Universidad de Harvard, en un artículo seminal publicado en 1989. “Un recorte en los impuestos de hoy debe ir a la par con un aumento equivalente en el valor presente de los impuestos futuros”.

Los tambaleos en las tasas de interés generaron en el pasado ondas expansivas que afectaron a todo Washington. En 1993, el asesor político demócrata James Carville reflexionó que, si acaso existiera la reencarnación, querría regresar a este mundo en forma del mercado de bonos. “Puedes intimidar a todos”, dijo con sarcasmo. En un ejemplo más reciente, Carmen Reinhart, de la Universidad de Harvard, Vincent Reinhart, de la gestora de inversiones Standish Mellon Asset Management, y Kenneth Rogoff, ex economista en jefe del Fondo Monetario Internacional que ahora trabaja en Harvard, publicaron resultados de una investigación basada en la hipótesis de que los periodos en que la deuda del gobierno supera el 90% del PIB se asocian con ralentizaciones sostenidas en el crecimiento económico.

Sin embargo, en la actualidad parece que cuando el gobierno obtiene préstamos, se genera menos preocupación que antes, e incluso algunos economistas convencionales están reconsiderando la postura de la profesión de desaconsejar el endeudamiento. Antes temían que produjera un efecto de reducción en la inversión privada, es decir, que los bonos soberanos captaran capital que podría haberse invertido en el financiamiento de proyectos más productivos del sector privado. No obstante, desde hace cuarenta años, las tasas de interés reales han ido a la baja en todo el mundo la mayor parte del tiempo, lo que sugiere que en realidad muy pocas inversiones compiten por los ahorros disponibles, en vez de ser demasiadas como se creía. De hecho, los préstamos que obtiene el gobierno podrían causar un aumento en las inversiones privadas nuevas.

El gasto público en infraestructura puede producir un alza en los rendimientos de la inversión privada, lo que a su vez generaría más inversión.

HAY QUE PAGAR LAS CUENTAS

Lo sorprendente es que, también en este aspecto, la situación es menos definida de lo que podría pensarse. La experiencia de Japón, donde la deuda bruta como proporción del PIB supera el 230%, sugiere que, aunque los niveles de endeudamiento sean muy altos, es posible que los acreedores no pierdan interés, por lo menos en economías avanzadas que obtienen préstamos en su propia moneda. Además, en una conferencia reciente Olivier Blanchard, otro ex economista en jefe del FMI, subrayó que cuando el ritmo del crecimiento económico supera la tasa de interés aplicada sobre la deuda de un país, es mucho más sencillo manejar el endeudamiento. En tales casos, la deuda asumida en el pasado se reduce de manera constante como proporción del PIB sin que sea necesario gravar nuevos impuestos. De cualquier forma, es posible que la deuda aumente si los déficits anuales superan cierto nivel, como sucede ahora en EEUU. Con todo, a las tasas de interés y de crecimiento actuales y en vista de que los déficits se mantienen al 5% del PIB, tendría que pasar más de un siglo para que la razón de deuda bruta de EEUU con respecto al PIB alcanzara el nivel actual de la japonesa.

Por supuesto, es posible que aumenten las tasas de interés. Sin embargo, por lo regular las tasas de crecimiento tienden a superar la tasa de interés. Blanchard enfatizó en la conferencia que, desde 1870, la tasa promedio de interés nominal sobre la deuda estadounidense a un año ha sido del 4,6%, mientras que la tasa promedio de crecimiento anual del PIB nominal ha sido del 5,3%. Las tasas de crecimiento han estado por encima de las tasas de interés en todas las décadas desde 1950, salvo en los años ochenta. Nicholas Crafts, de la Universidad de Warwick, escribió que la diferencia entre las tasas de interés y de crecimiento contribuyó más a reducir la carga de la deuda británica en el siglo XX que los superávits presupuestarios. De hecho, la deflación inducida por la austeridad en los años veinte frustró las intenciones de liquidar las deudas de la guerra.

De ser necesario, los gobiernos cuentan con herramientas para manejar cargas de deuda abrumadoras. Reinhart y Belen Sbrancia, del FMI, enfatizaron que la represión financiera funcionó como una herramienta vital para reducir la deuda en las décadas posteriores a la II Guerra Mundial. Durante este período, la inflación desplazó las tasas de interés reales (es decir, ajustadas por la inflación) a cifras negativas. Así se fijó de hecho un impuesto a los ahorradores que, debido a las restricciones al movimiento de capital, no podía evitarse con facilidad. La represión también tiene sus costos, pues limita el flujo de capital a sus usos más productivos. Con todo, no es probable que tenga efectos devastadores en una economía moderna madura.

BONOS SIN FIN

Los gobiernos tampoco pueden seguir obteniendo préstamos sin parar. Independientemente de la reacción de los acreedores, existe un tope para la cantidad de efectivo que el gobierno puede poner a disposición de sus ciudadanos, pues su gasto puede agotar la capacidad productiva de la economía e impulsar los precios al alza a un ritmo acelerado.

No obstante, en los últimos diez años los políticos han estimulado muy poco las economías. Los países ricos han pasado mucho más tiempo por debajo de su capacidad productiva que por encima de ella, con un grave costo económico. Esto se debe, en parte, al temor exagerado hacia la deuda pública fomentado por los economistas. Pero la experiencia ha dado indicios de que los gobiernos tienen restricciones presupuestarias más laxas de lo que se creía, y además gozan de una mayor libertad de lo que se pensaba para apoyar la economía cuando se encuentra en dificultades.

Por fortuna, los economistas se van percatando de esta situación.

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