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Podría transformar su país, pero también puede causarle un gran daño.

“Por fin, la esperanza venció al miedo”, afirmó Luiz Inácio Lula da Silva tras su victoria en las elecciones presidenciales de Brasil hace 16 años. Muchos brasileños se alegraron por la elección de Lula, un ex líder sindical de izquierda que se comprometió a ayudar a los pobres con un optimismo que bordeaba en el éxtasis. El gobierno encabezado por su Partido de los Trabajadores logró cierta prosperidad en un principio, pero sus trece años en el poder concluyeron con una pesadilla de depresión económica y corrupción. Dilma Rousseff, la sucesora seleccionada por Lula, enfrentó un juicio político en el 2016. Lula cumple una sentencia de doce años en la cárcel por corrupción.

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El temor y enojo resultantes llevaron al poder a Jair Bolsonaro, quien tomó posesión el 1 de enero. Será un tipo distinto de presidente: un verdadero social conservador, admirador de la dictadura militar que dominó Brasil entre 1964 y 1985 y polémico, en contraste con la actitud conciliadora de la mayoría de sus predecesores. Sin embargo, los brasileños lo han recibido casi con la misma esperanza que recibieron a Lula. Tres cuartas partes de la población afirman que les gusta lo que han visto desde su elección.

En muchos aspectos, parece que no tienen motivos para sentirse esperanzados. La trayectoria de Bolsonaro durante sus siete periodos en el Congreso no fue nada destacada. Con frecuencia denigra a las mujeres, ha elogiado a los torturadores del antiguo régimen militar y provoca a la policía para que mate a más sospechosos de delitos.

Todo parece indicar que sus nuevas designaciones como ministros de Relaciones Exteriores, Educación, Medio Ambiente y Derechos Humanos serán más perjudiciales que positivas. Con todo, en algunas áreas ha demostrado tener ideas sensatas. En particular, si en verdad se propone hacer lo que ha dicho con respecto a la economía y puede poner en marcha sus políticas, podría mejorar el futuro de Brasil. Los brasileños tienen derecho a la esperanza. Un repunte cíclico que ya ha comenzado le ayudará.

A Bolsonaro, capitán retirado del Ejército, no le viene de manera natural ser un liberal económico. Sin embargo, le confió la política económica a un genuino creyente en los mercados libres. Paulo Guedes, ex banquero con un doctorado de la Universidad de Chicago, tiene la intención de aligerar muchas de las cargas que han afectado la economía. Desde 1980, el producto interno bruto ha crecido en promedio solo un 2,6 por ciento, muy por debajo de muchas otras economías de mercados emergentes. Guedes desea desregular, simplificar el código fiscal que impone muchas cargas a las empresas, privatizar empresas públicas y reducir el enorme déficit presupuestario, calculado en un siete por ciento del PIB el año pasado.

Reconoce que la reforma más importante será reducir los costos de las pensiones, que absorben el 12 por ciento del PIB, una cantidad similar a las cifras de otros países más ricos y viejos y que, de seguir así, alcanzará dimensiones impresionantes.

Los cambios serán dolorosos. Habrá que elevar la edad efectiva de jubilación (Bolsonaro comenzó a recibir su pensión militar a los 33 años) y cambiar la regla para ajustar el salario mínimo, al que están ligadas las pensiones. Si no se aplican estas medidas, el gobierno tiene pocas esperanzas de contener su creciente deuda pública y cumplir con una enmienda constitucional que congela el gasto en términos reales. En contraste, una reforma ambiciosa podría mantener la inflación y las tasas de interés a un nivel bajo, y así acelerar la recuperación de Brasil y su crecimiento a largo plazo.

DESIGNACIÓN DE MORO

La otra área de oportunidad de Bolsonaro es aprovechar los avances de Brasil en el combate a la corrupción. Los escándalos que enfurecieron a los electores se dieron a conocer principalmente a través de la policía, algunos fiscales y jueces, en especial los que estaban a cargo de las investigaciones en el caso Lava Jato, o lavado de autos, desde hace cuatro años. Bolsonaro designó al juez más destacado en el combate a la corrupción, Sérgio Moro, para encabezar un Ministerio de Justicia ampliado, que se encargará de delitos de todo tipo.

Moro fue el primer juez que declaró culpable a Lula. Al unirse al equipo de Bolsonaro, se expuso a acusaciones de que tenía planes políticos desde un principio. Su respuesta es que el combate al crimen y la corrupción requiere mejores leyes, además de un sistema judicial revigorizado. El nuevo ministro de Justicia ahora debe demostrar que habla en serio.

Si Bolsonaro logra reformar la economía y depurar Brasil, podría dar rienda suelta al potencial que su país ha desperdiciado tanto tiempo. Nada sería de mayor agrado para The Economist. No obstante, para hacerlo debe ponerle fin a su carrera de provocador para convertirse en un estadista y dejar de tener solo un respeto selectivo por la ley.

También debe abandonar su actitud tibia con respecto a la reforma de las pensiones, la política más importante de su gobierno, y darle su apoyo total. Bolsonaro todavía debe demostrar que puede darles malas noticias a los electores, como que es imposible costear sus pensiones, y que es capaz de trabajar con el Congreso. Si no reacciona con rapidez, los brasileños quedarán decepcionados de nuevo.

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