Calgary. Por desgracia, Canadá no está preparada para desplazar los combustibles fósiles. Pedro Pereira Almao está haciendo magia industrial en su laboratorio en la Universidad de Calgary. Líneas de una fila de tanques alimentan una cámara del tamaño y la forma de un avispero con dos gases de efecto invernadero: dióxido de carbono y metano. Transcurrido menos de un minuto, el otro extremo escupe fibra de carbono, un material más valioso que se usa en automóviles, aviones, palos de golf y otras cosas útiles. Pereira comenta que el proceso, desarrollado junto con Mina Zarabian, estudiante de doctorado, podía convertir plantas de energía, siderúrgicas o cualquier cosa que queme combustibles fósiles en negocios rentables, limpios y ecológicos. Usar gases residuales para producir fibra barata puede dar lugar a nuevos usos, como la madera terciada ultrafuerte.

Pereira y Zarabian no son los únicos que imaginan un futuro distinto para Alberta, la provincia canadiense en donde Calgary es la ciudad más grande. En otro edifico en el mismo campus, Ian Gates y su equipo están transformando bitumen pegajoso de las arenas asfálticas en bolitas que pueden transportarse en vagones de ferrocarril sin calefacción. Las “bolas de bitumen”, que parecen dulces de regaliz, pueden refinarse en petróleo, reconoce Gates, pero puede haber un mercado mucho más grande para su uso en otros productos elaborados a base de carbón. El programa “Bitumen Beyond Combustion”, financiado por el gobierno, está explorando lo que Alberta puede hacer con los 165.000 millones de barriles de petróleo en las arenas bituminosas además de quemarlo. Entre algunas de las ideas prometedoras se encuentran usar el bitumen para hacer fibras de carbono para compuestos de alta tecnología, vanadio para baterías y acero, y asfalto de alto grado para carreteras.

LA TRAMPA DE LA ARENA BITUMINOSA

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Alberta produce el 81 por ciento del petróleo y el gas de Canadá, que en su mayoría se exporta. No obstante, está pasando por una mala racha. Los precios del Western Canadian Select, el referente de su crudo pesado, comenzaron a presentar una caída pronunciada en julio, ocasionada por la sobreproducción, los trabajos de mantenimiento de las refinerías y la falta de capacidad de los oleoductos. Sin embargo, Rachel Notley, quien encabeza el gobierno de la provincia, a cargo del Nuevo Partido Democrático de izquierda, está redoblando la apuesta al combustible fósil; le está exigiendo al gobierno federal acelerar la construcción de un nuevo oleoducto hacia la costa oeste; quiere que se construya una nueva refinería, probablemente con apoyo gubernamental y también ha manifestado que retrasará un límite prometido a las emisiones de las arenas bituminosas de Alberta. Notley descarta la idea de que otras industrias puedan algún día remplazar al petróleo, la considera fantasiosa. “En casa montamos a caballo, no sobre unicornios”, dijo recientemente en una reunión en Ottawa.

Esta es una mala noticia para Justin Trudeau, el primer ministro del Partido Liberal, cuya estrategia nacional para combatir el cambio climático está en peligro de derrumbarse. La meta declarada de Canadá es reducir sus emisiones un 30 por ciento por debajo de los niveles de 2005 para 2030. Eso implica frenar la producción de petróleo y gas de Alberta, provincia que genera la mayoría de las emisiones de gases de efecto invernadero, puesto que en 2016 produjo casi 263 megatones del total de 704 megatones del país, derivados principalmente de la producción de petróleo y gas. Junto con Saskatchewan, un productor de energía mucho más pequeño, es una de las dos provincias con aumentos de dos dígitos en las emisiones entre 2005 y 2016, incluso mientras el promedio nacional disminuyó un 3,8 por ciento.

PRESIÓN MUNDIAL

En agosto, Notley retiró su apoyo al plan de Trudeau cuando el gobierno federal no se opuso de inmediato a un fallo judicial para detener la construcción de un oleoducto, conocido como el proyecto Trans Mountain Expansion. Este oleoducto habría casi triplicado la cantidad de crudo de Alberta que se transporta hacia una terminal cercana a Vancouver, con destino a los mercados mundiales. Ontario, Saskatchewan y Manitoba ya se habían opuesto al plan de Trudeau, quien tiene el poder de hacer que avance. Sin embargo, Canadá se rige con base en el consenso entre el gobierno federal y los de las provincias.

La intransigencia de Alberta puede no estar a su favor. La presión mundial para descarbonizarse está en aumento. La provincia enfrenta la competencia de Estados Unidos, su mayor cliente por mucho y ahora un exportador neto de petróleo. Al final, Alberta tendrá que reducir su dependencia al petróleo. Esa conversación ya está dándose entre los académicos, los trabajadores de la industria petrolera y del gas y el público en general. No obstante, sin liderazgo político es probable que la transición sea problemática.

Notley tiene razones políticas para mantener su interés público en el petróleo. Por ley debe convocar a una elección antes de finales de mayo. En las encuestas de opinión, su partido está muy por debajo del Partido Conservador Unido de derecha, liderado por Jason Kenney. Es más fácil para ambos políticos culpar al gobierno federal que admitir que la industria del petróleo y la provincia padecen debido a heridas autoinfligidas.

EQUILIBRIO PRESUPUESTARIO EN EL 2023

Las fortunas de Alberta aumentaron cuando los precios del petróleo eran altos, pero la provincia no ahorró lo suficiente para cuando cayeran. El dinero que había entrado a raudales a las arcas gubernamentales durante una serie de auges petroleros que comenzaron en 1947 salió igual de rápido. El fondo de riqueza soberana de Alberta, creado en 1976, ha sido saqueado con tanta frecuencia que contiene la irrisoria suma de 17.500 millones de dólares canadienses (13.000 millones de dólares). El fondo de Noruega, que se estableció catorce años después, tiene alrededor de un billón de dólares, en parte debido a que sus pozos petroleros son más lucrativos, pero también porque sus líderes han sido mucho más ahorrativos.

La ventaja de esta estrategia es que la provincia tiene buenos hospitales, escuelas y autopistas. Los ingresos petroleros han hecho de Alberta la única de las diez provincias de Canadá que no tiene un impuesto provincial sobre las ventas. No obstante, cuando los precios del petróleo caen, tal como comenzó a pasar en 2014, los ingresos gubernamentales se desploman y los presupuestos se congelan. Alberta pronostica un déficit de 8.000 millones de dólares canadienses este año y no espera equilibrar el presupuesto sino hasta el 2023. El índice de puestos vacantes en Calgary es de más del 27 por ciento, un aumento del cuatro por ciento en comparación con el 2012.

Ni los científicos más soñadores imaginan que Alberta pueda renovar su economía de la noche a la mañana. El petróleo y el gas representan una cuarta parte del producto interno bruto de la provincia y continuarán siendo la porción más grande por décadas. Los otros dos sectores más importantes, la construcción y los bienes raíces, aumentan y caen a la par de la industria petrolera. No obstante, la renuencia incluso a enfrentar la necesidad de cambio es preocupante. “Mucha gente piensa que siempre hemos sido petróleo y gas, y no piensan que es posible cambiar”, comenta Terry Ross de la Facultad de Ingeniería Schulich en la Universidad de Calgary. Para una provincia de jinetes, es una carencia peligrosa.

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