Aquellos que ganan un salario alto en un país rico y no tienen un buen contador, con seguridad trabajan casi la mitad del año para el Estado. En el caso de alguien con un salario promedio, ni siquiera un contador puede ayudarle a evitar los impuestos por nómina y gasto.

La mayoría de nuestras quejas en el tema de la tributación se relacionan con la cantidad que el gobierno nos quita y cuánto de lo recaudado en realidad se desperdicia. Casi no se habla de la forma en que se recaudan los impuestos.

El gran problema de los sistemas tributarios actuales no se reduce a su impresionante complejidad y vacíos legales de siempre, sino que, además, son terriblemente anticuados. Por eso son menos eficientes y más injustos, además de que es más probable que entren en conflicto con las prioridades del gobierno.

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El mundo necesita rediseñar sus sistemas tributarios para adaptarlos al siglo XXI.

DESPLUMANDO AL GANSO

Jean-Baptiste Colbert, el ministro de Finanzas de Luis XIV de Francia, es célebre por haber comparado el arte de la recaudación fiscal con la habilidad de “desplumar a un ganso de tal forma que se obtenga la mayor cantidad de plumas con el menor número posible de graznidos”. Los sistemas tributarios varían de una economía a otra; por ejemplo, en Europa se grava el impuesto al valor agregado, mientras que en Estados Unidos no. Sin embargo, en la mayoría de los países se distinguen tres defectos que hacen evidente cómo ha fallado el arte de desplumar al ganso.

El primero es que no se aprovechan oportunidades. La vivienda que es cara, muchas veces debido a la escasez de tierra, les ha redituado enormes ganancias a los propietarios de inmuebles en las ciudades globales grandes. En esos lugares, el precio de la vivienda es en promedio un 34 por ciento más alto que hace cinco años, por lo que resulta imposible para los jóvenes comprar una casa.

Esas excepcionales ganancias deberían ser una fuente obvia de ingresos fiscales, pero los impuestos sobre bienes inmuebles se han mantenido casi constantes en un seis por ciento de la recaudación pública en los países ricos, el mismo nivel que tenían antes del auge inmobiliario.

Otro problema es que la tributación en ocasiones actúa en detrimento de otras prioridades. A los encargados de la política fiscal en los países ricos les preocupa la creciente desigualdad, que ha alcanzado sus cifras más altas en medio siglo. En la Organización para la Cooperación y el Desarrollo Económicos, un organismo integrado en su mayoría por países desarrollados, el 10 por ciento más rico de la población tiene un ingreso promedio nueve veces más alto que el del 10 por ciento más pobre. Sin embargo, durante este período, en la mayoría de las economías (aunque no la de Estados Unidos) se han hecho ligeros cambios a la composición del impuesto al trabajo, para favorecer los impuestos regresivos de nómina y seguridad social y reducir el impuesto progresivo sobre la renta.

Los sistemas tributarios tampoco han sabido adaptarse a los cambios tecnológicos. En un mundo en el que la propiedad intelectual es cada vez más importante, es casi imposible identificar dónde genera sus ingresos en realidad una multinacional.

Los gigantes tecnológicos como Amazon y Apple guardan su capital incorpóreo en paraísos como Irlanda, y pagan muy pocos impuestos en otros países. Este mes se reveló que la subsidiaria británica de Amazon pagó 2,2 millones de dólares de impuestos el año pasado, gravados sobre ganancias de 93 millones de dólares e ingresos de 14.700 millones de dólares. Según un cálculo reciente, casi el 40 por ciento de las ganancias de las multinacionales se envían cada año a países con bajas tasas de impuestos.

Las “soluciones” a este tipo de problemas por lo regular solo hacen todavía más complejo el de por sí complicado código fiscal actual y, si los grupos de cabildeo se salen con la suya, también añaden otros vacíos legales.

VÍNCULOS VIRTUALES

La Unión Europea quiere determinar en qué casos una empresa tiene “vínculos virtuales” en un país, para asignar las ganancias a cada uno conforme a una complicada fórmula. La reciente reforma fiscal de Estados Unidos que en teoría simplificó el sistema incluye nuevas reglas impresionantemente complejas para las multinacionales.

Las acciones internacionales de cooperación para prevenir el traslado de ganancias han mostrado avances, pero se han visto frenadas debido a la falta de consenso en cuanto al tratamiento que debe darse a las empresas de tecnología y la competencia por la inversión en un mundo en el que el capital cruza distintas fronteras.

Una reforma fiscal fundamental puede promover el crecimiento y hacer más justas a las sociedades, independientemente de la proporción del PIB que el gobierno cobre con los impuestos. Por fortuna, los principios que deben ser la base para diseñar un buen sistema son claros: los impuestos deben calcularse sobre los ingresos, deben preservar los incentivos y ser difíciles de evadir.

Todos los países deberían aplicar impuestos más altos sobre los inmuebles y las sucesiones. Estos impuestos no son nada populares, pero son de lo más eficaces. En un mundo en el que la propiedad de inmuebles genera enormes ganancias que se mantienen por generaciones, este tipo de impuestos resultan atractivos. Un primer paso conservador sería eliminar los recortes recientes al impuesto sobre las sucesiones. Un enfoque más radical sería incluir un impuesto sobre el valor de la tierra, el más eficaz de los impuestos sobre los bienes inmuebles, que cuenta con una larga herencia liberal.

Los economistas por lo regular muestran cierto escepticismo ante la idea de gravar otras formas de capital, por un muy buen motivo: desalienta la inversión. Sin embargo, la proporción del capital en el PIB de los países ricos ha aumentado cuatro puntos porcentuales desde 1975 y ha transferido casi dos billones de dólares en ingresos globales anuales de los salarios a los bolsillos de los inversionistas.

En vista de que la competencia va en declive en muchos mercados, esto indica que los negocios cada vez pueden obtener más ingresos de la economía. Los impuestos sobre el capital pueden concentrarse en esos ingresos sin afectar los incentivos, siempre y cuando consideren una parte para inversión.

Para evitar que las empresas trasladen sus ingresos, los gobiernos deberían concentrarse más bien en los inversionistas. A fin de cuentas, las ganancias terminan en manos de los accionistas como dividendos y recompras, y pocas personas considerarán emigrar para evadir impuestos gravados sobre sus ingresos por inversiones. Apple puede mudar su propiedad intelectual a Irlanda, pero no puede colocar ahí a sus accionistas.

Los impuestos corporativos deberían actuar como una barrera para garantizar que los inversionistas que no pagan impuestos directamente, como los extranjeros y las universidades, contribuyan algo de cualquier forma. La deducción inmediata de los gastos de inversión debería ser la norma, y las deducciones de intereses generados por deudas, que incentivan una ventaja riesgosa sin una buena justificación, deberían eliminarse.

Conforme el mercado de trabajo se sigue polarizando entre aquellos que ganan muchísimo y el resto de los mortales, los impuestos sobre la renta deberían ser bajos o tener números negativos para quienes ganan menos. Para ello, habría que eliminar los regresivos impuestos sobre la nómina que, en América del Norte, podrían remplazarse con impuestos al consumo, que no se emplean mucho. Si bien también son regresivos, son mucho más eficaces.

Adam Smith afirmó que los impuestos deben ser eficaces, ciertos, convenientes y justos. Las políticas fiscales actuales se quedan muy cortas con respecto a ese estándar. Los políticos casi nunca consideran el propósito y alcance de la tributación. Cuando modifican los códigos fiscales, añaden nuevos impuestos y eliminan los antiguos sin mayor reflexión o gran análisis, con tal de lograr buenos encabezados en las noticias.

Para modificar los códigos, es necesario convencer a los electores escépticos y desafiar algunos intereses especiales rapaces. Es difícil, pero vale la pena luchar para alcanzar el premio.

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