El presidente Donald Trump pretende renegociar el TLCAN y al mismo tiempo aplicar aranceles al acero, el aluminio, los automóviles y los productos chinos.

No tiene caso tratar de encontrarle sentido a los anuncios del gobierno de Trump sobre su política comercial. Apenas parece irse resolviendo una política, cuando todo vuelve a revolucionarse de nuevo. El 23 de mayo, unos días antes de una reunión prevista con la Unión Europea y Japón para acordar una estrategia comercial conjunta, y en plenas conversaciones para renovar el Tratado de Libre Comercio de América del Norte, el gobierno de Estados Unidos abrió una investigación para determinar si las importaciones de automóviles representan una amenaza para la seguridad nacional. El 29 de mayo, unos días después de la supuesta suspensión de algunos aranceles a las importaciones procedentes de China, una fuente oficial dio a conocer que “en breve”, después del 15 de junio, se impondrían aranceles a importaciones chinas por 50.000 millones de dólares. Cuando The Economist fue a imprenta, se esperaba que el gobierno anunciara la aplicación de aranceles a las importaciones de acero y aluminio de la Unión Europea a partir del 1 de junio, a menos que cambie de opinión en el último minuto (lo cual ya ha sucedido).

Este caos se debe en parte al cambiante temperamento del presidente Donald Trump, y también al hecho de que sus propios asesores no están de acuerdo unos con otros.

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Por ejemplo, Steven Mnuchin, su secretario del Tesoro, parece más interesado que su asesor comercial, Pedro Navarro, en evitar un conflicto comercial con China. También puede ser una estrategia, al estilo de su libro “El arte de la negociación”, para descontrolar a los demás participantes en las negociaciones y lograr que se rindan (o quizá para convencer a las empresas extranjeras de que exportar a Estados Unidos es demasiado arriesgado).

No obstante, en algún rincón de este embrollo, también se oculta una lógica sombría. Trump, al igual que algunos de sus asesores comerciales, cree que cuando una decisión comercial poco ortodoxa tiene consecuencias indirectas, la solución no es reconsiderar el problema, sino tomar otra decisión nada ortodoxa.

IDEA ABSURDA

La investigación que el Departamento de Comercio anunció el 23 de mayo sobre la posible amenaza de las importaciones de automóviles y autopartes a la seguridad nacional es solo un ejemplo. La sola idea es absurda y, si por algún motivo llegara a la conclusión de que es así, sería una burla al sistema comercial global basado en normas. Sin embargo, el gobierno tendría libertad para aplicar aranceles a placer a las importaciones automotrices sin contravenir ni un ápice la legislación estadounidense (el espíritu de la misma, por supuesto, es un tema aparte).

Imponer aranceles del 25 por ciento a los automóviles y las autopartes, que al parecer es la intención de Trump, sería desastroso para la industria automotriz de Canadá y México, y además también afectaría a los compradores estadounidenses de esos productos (alrededor del 56 por ciento de los vehículos ligeros que se vendieron en Estados Unidos en 2017 se ensamblaron en el país, mientras que un porcentaje combinado del 22 por ciento se armaron en Canadá y México).

El 24 de mayo, el primer ministro canadiense, Justin Trudeau, dijo con pesar a Reuters que la decisión de atacar a ese sector estaba relacionada con las negociaciones del TLCAN. Parece poco probable que la medida aliente a los negociadores canadienses y mexicanos a llegar pronto a un acuerdo, y las audiencias del Departamento de Comercio tardarán meses. El efecto que sí tendrá será dar más ventaja a Estados Unidos para intentar reformar las normas del TLCAN aplicables a los automóviles como ya ha señalado.

Las negociaciones del TLCAN están estancadas por falta de acuerdo con respecto a las condiciones que debe cumplir un automóvil para que no se le apliquen aranceles dentro del bloque. Los negociadores estadounidenses quieren establecer requisitos más estrictos en cuanto al contenido nacional, además de incluir una norma para exigir que por lo menos el 30 por ciento de un auto sea fabricado por trabajadores con un sueldo superior a un límite de salario alto. No obstante, se han percatado de que, si a los fabricantes les parecen demasiado gravosas las reglas propuestas, podrían simplemente hacer caso omiso de ellas y pagar los aranceles del 2,5 por ciento aplicables a los países que no son miembros del TLCAN. Esa situación sería mucho menos factible si los aranceles aumentaran diez veces su valor y los miembros del TLCAN quedaran exentos.

Imponer aranceles más altos a las importaciones de automóviles también podría cumplir otros objetivos de los funcionarios estadounidenses que apoyan medidas comerciales más agresivas. Trump parece estar convencido de que los aranceles del diez por ciento que impone la Unión Europea a las importaciones de automóviles violan el espíritu de reciprocidad, y de que Japón trata a las empresas automotrices estadounidenses con injusticia en otros aspectos, como, por ejemplo, al someterlas a estrictas inspecciones (Japón no impone aranceles a la importación de automóviles). Si estos países no están dispuestos a reducir sus barreras comerciales, entonces los aranceles al menos les bloquearían el paso a sus exportaciones. Al quedar libres de cualquier tipo de restricciones, los productores del TLCAN incluso podrían gozar de una gran preferencia arancelaria en el mercado estadounidense, lo que ayudaría a contrarrestar cualquier carga adicional impuesta por el nuevo acuerdo.

Si esta es la estrategia, los fabricantes de otros países deberían estar preocupados. Los autos son el producto más comercializado por valor en todo el mundo, según el Observatorio de la Complejidad Económica del Instituto Tecnológico de Massachusetts. Además, Estados Unidos es el mayor importador del planeta. En el 2017, la fabricación de automóviles representó el 41 por ciento del valor de las exportaciones de mercancías de Japón a Estados Unidos, y el 14 por ciento de la Unión Europea.

Algunas empresas como Ford, General Motors y Honda ya arman la mayoría de los automóviles que venden en Estados Unidos dentro de sus fronteras. Pero otros fabricantes parecen estar más expuestos a los aranceles del 25 por ciento sin la aplicación del TLCAN, como Mazda, BMW y Daimler, que producen más del 60 por ciento de los autos que venden en Estados Unidos fuera del TLCAN, según cálculos del banco Barclays. Ya sea con las importaciones de acero, aluminio y automóviles, o con la relación bilateral con China, el gobierno de Trump quizá decida mostrar al mundo que no está alardeando.

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