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WASHINGTON, DC

El presidente de la Cámara de Representantes abandona el Congreso por razones familiares, pero el Partido Republicano ya lo había abandonado a él.

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La soledad es una poderosa fuerza en la política. "Yo no dejé al Partido Demócrata. El Partido Demócrata me dejó a mí", le gustaba decir a Ronald Reagan, cuando recordaba por qué se volvió republicano después de haber cumplido 50 años. Esta semana tocó el turno a Paul Ryan, el presidente de la Cámara de Representantes, de explicar por qué abandonará el Congreso en las próximas elecciones de noviembre. Ryan, ex candidato a la vicepresidencia de EEUU, habló sobre sus tres hijos adolescentes y la muerte temprana de su propio padre, y señaló que si trabajaba durante un período más en Washington sus hijos "solo me habrán conocido como padre de fin de semana".

Sin duda era sincero. Si uno visita Janesville, su pueblo natal en las tierras lecheras del sur de Wisconsin, incluso los vecinos que votan por los demócratas dan testimonio del amor de Ryan por su familia, que muestra ya sea acompañando a su progenie a la iglesia o llevando a su hija a su primera caza de venado.

Sin embargo, Ryan no mencionó la otra manera en que su presidencia lo dejó dolorosamente solo. Con apenas 48 años, alguna vez fue el futuro del Partido Republicano: promotor de un conservadurismo pétreo pero compasivo, admirado tanto por las bases en el Congreso como por los donantes con bolsillos abultados. El Partido Republicano de Paul Ryan presentaba la deuda gubernamental como preocupante y torcida: una traición a la siguiente generación de estadounidenses. Respaldaba el libre comercio y alababa a los migrantes por su ética laboral.

Ryan pasó años diciendo a las filas de conservadores que su desagrado por el bienestar proporcionado por el gobierno no era malintencionado, sino benevolente. Los delegados en la Convención Nacional Republicana del 2012 lo vitorearon cuando acusó a los demócratas de ofrecer "un viaje gris y sin aventuras de un subsidio al siguiente, una vida planificada por el gobierno, un país donde todo es gratis, o libre, excepto nosotros". Más que nada, Ryan representaba el credo de que Estados Unidos es "la única nación fundada en una idea, no una identidad". Esa idea, explicaría con un nudo en la garganta, es la noción de que las condiciones de nacimiento no deben determinar el desenlace de la vida.

Ese no es el Partido Republicano del presidente Donald Trump, un hombre al que ni siquiera mencionó Ryan en su discurso de despedida. Trump desprecia las ideas conservadoras y ganó su puesto aceptando la política de la identidad. Como presidente, la antigua estrella de programas de telerrealidad ha seguido demostrando que lo que un republicano haga importa menos que a quiénes defienda, o incluso más importante, contra quiénes esté. Trump disfruta de un 89 por ciento de aprobación entre los republicanos, a pesar de una serie de promesas de campaña no cumplidas, puesto que es un luchador que hace enojar a los liberales, aterroriza a los intelectuales pretensiosos y asusta a los extranjeros.

Citando al senador de Tennessee Bob Corker, otro republicano que se retirará este año, el apoyo de las bases al presidente es "más que fuerte: es tribal". Cuando los colegas se encuentran con republicanos en eventos de campaña, "no les importan los temas; solo quieren saber si apoyas a Trump".

A Trump le interesa mucho dónde nació la gente, y atacó a un juez federal diciendo que era "muy malo" y un "enemigo de Donald Trump" durante la campaña para las elecciones presidenciales del 2016, debido a la ascendencia mexicana del juez: una acusación que en ese momento Ryan llamó "la definición de libro de texto" del racismo. A Trump no le preocupan las deudas ni los déficits, e insiste en que los recortes fiscales aprobados en el 2017 se pagarán por sí solos. A diferencia de Ryan, quien dice que reformar los esquemas de apoyo del gobierno es la mayor tarea que enfrentan los republicanos hoy en día, Trump ha ordenado a sus ayudantes que no se metan con la seguridad social y medicare, es decir, las pensiones y los beneficios médicos que se pagan sobre todo a los ancianos, quienes constituyen un grupo clave de votantes de Trump. En el 2016, Ryan conminó a los practicantes en el Congreso a conducirse con base en una política cívica. Definitivamente no acepten las ideas de sus oponentes, les dijo, pero no cuestionen ni sus motivos ni su patriotismo.

Trump ha llamado al FBI un "estado profundo" corrupto y dice que los demócratas quieren que las drogas y los migrantes asesinos "fluyan hacia nuestro país". Resulta que la respuesta de Ryan es la retirada. Adaptando las palabras de Reagan a una época más desoladora, el Partido Republicano abandonó a Paul Ryan, así que él está abandonando la política. Un antiguo miembro del personal del liderazgo republicano en el Congreso predice que Ryan se refugiará en el mundo de las ideas conservadoras. Cuando se difundió la noticia de su retirada, Washington se preguntó si se convertiría en el siguiente director del grupo de expertos American Enterprise Institute. Quizá en 15 o 20 años Ryan regrese a la política, sugiere este ex miembro del personal, con un poco de melancolía.

Peter Wehner, del Centro de Ética y Políticas Públicas, colega y amigo desde hace tiempo de Ryan, señala que este ahora se ha liberado tanto del papel de "niñero" supervisando a un presidente desmedido como de la preocupación por las elecciones intermedias, que no se ven muy halagüeñas para los republicanos de la Cámara. Mientras tanto, suspira Wehner, "es el partido de Trump", más claramente que nunca.

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