Por: Javier Barbero
Sí. Ahora lo veo. No lo quería cerrar. Me costaba asumir que aquello estaba acabado. Que yo vivía actualizando en mi corazón y en mi mente una historia que ya estaba en ruinas, que no tenía ni una miserable columna en qué sostenerse.
Cuando esa experiencia llegó a mi vida me sentí transformado. Sentí que la vida era un buen espacio para vivir, amar y aprender. Sin embargo —y como nos pasa casi siempre— la experiencia se fue degradando. Porque no supimos cómo darle un toque creativo que espante la rutina, o porque sencillamente ambos dejamos de ser los mismos que alguna vez se enamoraron y nos fuimos convirtiendo en distintos.
En ambos casos, no lo pudimos conversar, más allá de algún que otro juicio en la cabeza y algún resquicio de victimización en la forma de decirnos cosas. Nada más. Nunca hubo el propósito claro y declarado de sentarnos a conversar de lo que nos estaba pasando.
Ninguno fuimos educados en el arte de conversar. De confrontar con respeto y verdad en las manos, lo que nos va pasando. A ambos nos ganó el silencio y el rumiarlo todo sin ni siquiera gritarlo.
Por eso la relación se fue muriendo de hambre de contacto. Y cuando la relación ya no respiró, yo mismo me negué a cerrar el círculo. Lo mantuve abierto como un hijo de la esperanza a quien amamantar de manera clandestina. Esperando como una criatura asustada que “algo” pase para aferrarme a la certeza de que nada se había muerto. De que todo era una etapa. Una crisis pasajera como esas garúas de verano que vienen y pasan.
Sin embargo, las ruinas se fueron imponiendo y de pronto me di cuenta que si no cerraba el círculo de lo co-creado y amado de a dos, no podría volver a ser libre.
Entonces le abracé y le dije y me dijo gracias por el amor, el dolor, por la transformación, por la dicha de habernos tocado la vida.
Y me alejé de aquel abrazo sintiendo que Jobs tiene razón. Los puntos se unen hacia atrás. Y hacia atrás, el círculo cerrado fue lo que tenía que ser. Lo que pudimos crear juntos. No teníamos otras formas para hacerlo ni mejor ni distinto, ni con menosprecios.
Y volví a ser libre.

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