Sí, vuelve, pero en forma de teatro, como título de una obra que presenta cómo era la vida cotidiana de las personas en la dictadura más larga de Latinoamérica: la del Gral. Alfredo Stroessner.

Por: Micaela Cattáneo

Fotos: Gentileza

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Es 1961. Paraguay es gobernado por el Gral. Alfredo Stroessner. Su régimen dictatorial implanta miedo, no sólo en las calles, sino en los hogares; en la cotidianidad de sus habitantes. En ese contexto de represión, hay un escape: El cine Splendid. Un edificio ubicado en pleno centro de Asunción que proyecta películas de terror.

Es el final de una tarde cualquiera de ese mismo año. En los alrededores de esta antigua construcción, una madre espera a su hijo para cenar; dos vecinas conversan, mientras unos niños juegan en la calle; clientes se divierten en el bar de la esquina; un jubilado escucha Radio Nacional; una música suena fuerte en la casa de al lado y, el hijo no aparece para cenar.

Estos fragmentos son parte de la obra Cine Splendid, dirigida por el paraguayo Pablo Lamar y el brasileño Ricardo Alves Jr., cuyo guión parte de la residencia investigativa de la dramaturga brasileña —y autora de la historia— Sarah Pinheiro, tras conocer el extraño crimen del polaco Pedro Prokopchuk, ocurrido en el 61, en medio de la proyección de Bomba, terror en la selva. “Partiendo de este caso, contextualizado en la dictadura, comencé a crear una ficción cotidiana en la cual, por detrás del clima pacífico, hay un terror camuflado”, acota.

La puesta en escena no trata sobre agentes directos de la represión; tampoco sobre la resistencia organizada. Por el contrario, aborda las relaciones sociales diarias de esa época, en la que el stronismo se hacía presente. Los protagonistas de esta historia son interpretados por los actores Diego Mongelós y Diro Romero y las actrices Natalia Santos y Guadalupe Lobo, quienes estrenaron la obra por primera vez, en noviembre del año pasado, en Belo Horizonte, Minas Gerais (Brasil).

Esta dramaturgia, coproducida por Entrefilmes (Brasil) y Espacio E (Paraguay), propone un encuentro entre el lenguaje teatral y los elementos cinematográficos, especialmente, de aquellos utilizados en las ficciones de terror de los años 60 y 70. El estreno en Asunción tuvo lugar en la noche del viernes, en el Teatro de las Américas del CCPA. Pero continuará hoy, a las 20:00; el viernes 6 y el sábado 7, a las 21:00 y el domingo 8, a las 20:00.

Días antes del estreno en Asunción, en medio de un ensayo, charlamos con los que subirán a escena y con quien estará del lado de las butacas, al tanto de cada detalle. Un adelanto: la obra nos hará reflexionar sobre una de las épocas más hostiles del país.

En la obra se representan personas comunes viviendo en un contexto represor. ¿Cine Splendid propone, quizás, una mirada alternativa o paralela de lo que ocurría en aquella época?

Diego Mongelós: Creo que propone una mirada contemporánea de lo que pasaba en la dictadura. Si bien la obra, de alguna forma, te ubica en una determinada época, puede ubicarte en la actualidad. E incluso, no sólo en Paraguay, sino en cualquier país de Latinoamérica que, también, vivió esa realidad. Y eso sucede porque se presentan situaciones que vuelven; patrones que se repiten actualmente. No es una historia lineal.

Estos mismos personajes ¿asumen posturas? Es decir, ¿hay buenos y malos entre ellos? O lo malo es, justamente, el contexto en el que viven.

Guadalupe Lobo: Creo que más allá de enunciar un lado bueno y otro malo, coloca una lupa sobre una realidad. Pero aún así, trabaja mucho la ficción. Por eso, la frase “personas que viven en una ficción de paz, van a ver al cine una ficción de terror” describe, metafóricamente, lo que se vivía en esa época.

Pablo Lamar: La historia busca también salirse de esa narrativa “de héroes” que tanto mal nos hace cultural y políticamente. Esa idea del bien y del mal, de alguna forma está ligada con “ser personajes comunes”. Pero la ficción no cuenta aquello de “militares contra guerrilleros”, que es lo que siempre se narró de la dictadura, sino de cómo hubo toda una sociedad en el medio de todo eso, que vivió la misma coyuntura.

¿Cómo se refleja eso en cada personaje?

Diego Mongelós: En realidad, todos interpretamos a varios personajes, es una obra bastante coral. El público podrá ver cómo ese contexto represor afecta al accionar de las personas en su cotidiano.

Diro Romero: Se plantean varias situaciones. En una escena, por ejemplo, se exponen dos caras de una realidad: cómo vive una familia feliz frente a cómo vive una que tiene a uno de sus miembros desaparecidos. Se plantea mucho la visión que hay entre una escena y otra. En otras palabras, desde dónde se vive lo que está pasando.

Natalia Santos: La visión que se presenta está relacionada a “la normalidad de esa época”. Es decir, está todo muy desdibujado: la maldad está instalada como un sistema grande y los personajes viven de acuerdo a eso y “es normal”.

¿Cuál es el aporte de los recursos cinematográficos en los fragmentos de la obra?

Pablo Lamar: Creo que la fragmentación de la obra tiene que ver con un montaje cinematográfico. Hay elementos alusivos al cine, como el tratamiento sonoro o el hecho de que haga alusión al terror. También con el uso de las luces que, por momentos, remiten a encuadramientos o movimientos en escena que parecen un cambio de cámara. Desde un principio, Sarah buscó que en el proyecto exista ese encuentro entre el teatro y el cine. Y no sólo en el montaje, sino en el texto en sí.

¿El público sentirá que está viendo una película en directo, pero en el teatro?

Guadalupe Lobo: La intención no es emular una película. Hay un coqueteo al cine, pero también la obra tiene una marcada teatralidad (en el tono de la actuación, etc.).

¿Cómo llega Sarah a crear la historia?

Pablo Lamar: Ella tenía un especial interés en la dictadura paraguaya; una dictadura muy poco hablada, en comparación a la conciencia que hay en Chile y Argentina sobre sus regímenes. En Paraguay hay cosas que faltan digerir socialmente. Sarah aplicó su residencia investigativa en Iberescena (Programa de Cooperación Iberoamericana para las Artes Escénicas). Durante un mes vino a estudiar la dictadura, pero desde la calle; desde lo cotidiano. La historia la escribió, luego, en Brasil. Y gestionó para que la propuesta sea una coproducción entre ambos países.

El proceso resultó muy interesante porque todos los involucrados del proyecto, contaban algunas memorias de la época, más allá de que hayan sido propias o no. Hubo un encuentro, un intercambio que enriqueció a la obra. Y es que creo que hay un mote que une a todas las dictaduras de América Latina.

¿Qué repercusión tuvo la obra en Belo Horizonte?

Diego Mongelós: Fue bien recibida porque, como lo decía Pablo, son realidades que sucedieron en toda la región. Entonces, había un grado de identificación muy interesante.

Guadalupe Lobo: De hecho, en las últimas funciones, tuvimos público paraguayo. Una señora paraguaya, que vive hace más de 30 años en Minas Gerais, se quedó impactada con la obra. Porque ella llegó a este estado exiliada de la dictadura. Y fue muy fuerte para ella encontrase con su historia, en Brasil, tres décadas después. Nos emocionó.

Pablo mencionaba que se ha hablado muy poco de la dictadura paraguaya. ¿Contarla a través del teatro es una forma de alcanzar la transición a la democracia?

Entonces, creo que contar la dictadura a través del teatro, es una forma de que los chicos —que no vivieron ese tiempo— vean lo que sucedió y entiendan por qué somos lo que somos (como sociedad). Si bien hay documentos y relatos históricos muy bien hechos, llevar al escenario el cotidiano de la dictadura, el que vivía la persona común, permite que la gente reciba ese relato como algo suyo. En la obra mostramos vecinas, familias, etc. Y poder verse en ellos es entender que esto nos pasó a todos.

Pablo Lamar: Hay un punto que me parece muy interesante destacar y que también lo dijo Natalia. Y es en cómo el stronismo está instalado en nuestra cultura, no sólo en lo partidario o político, sino en las actitudes del día a día. Muchas veces, sólo se toman en cuenta las estadísticas de aquella época. Y las cifras son importantísimas, pero si yo — como espectador— puedo ver qué es lo que pasó con un desaparecido, puedo darme cuenta de la dimensión que toman los otros casos. La ficción nos permite tocar la fibra y ver cómo una muestra puede replicarse en todos esos números.

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