Un año después de estrenar Amaluna en Asunción, el Cirque du Soleil volvió a Paraguay. Esta vez con toda la fuerza y la emotividad de Soda Stereo y su Séptimo Día.

Por: Patricia Benítez Rodríguez
Fotografía: Aníbal Gauto

Tal y como lo habían anticipado, el comienzo fue una gran explosión. Sin anuncio previo ingresaron a la carpa dos de los integrantes de esa banda de tres, el alma de este espectáculo que viene recorriendo el mundo desde principios del año pasado.

Faltaban 15 minutos para las 21 y súbitamente se presentaban Charly Alberti y Zeta Bosio, ambos de riguroso negro, ambos saludando con los brazos extendidos a los espectadores que, al verlos tomando asiento en medio de la gradería de bancos azules, sentían que la noche prometía y que habían hecho bien en adquirir sus entradas para la primera función en Asunción.

Es que es así, Séptimo Día – No descansaré es un espectáculo de tributo creado por el Cirque du Soleil para fans de Soda Stereo, algo que de entrada resulta bastante obvio y que sin embargo adquiere significado pleno una vez que la música empieza a sonar y se suceden, unos tras otros, temas que no solo cantamos porque nos resultan familiares en melodía y letra. De repente y sin más, esas canciones dan paso a inesperados flashbacks que nos sobrecogen y nos arrastran sin aviso a determinados momentos de nuestras vidas, algunos muy alegres y otros tristísimos. Y nos sentimos vivos.

En Séptimo Día, el poder sobrenatural de la música se fusiona con algo que también parece ser fuera de este mundo. Ver a los artistas de la compañía canadiense suspendidos en el aire, sumergidos en el agua, moviéndose vertiginosamente en el suelo, deslumbra. Como al inicio del espectáculo, cuando el personaje principal de ese mundo ficticio creado por el Cirque para homenajear a Soda parece recorrer ingrávido la superficie de una esfera. En la mano, una bandera roja, y en el centro de ella un corazón turquesa o la portada del disco Dynamo, el sexto álbum de la banda, lanzado 26 años atrás. Así, este astronauta musical nos lo anuncia: ya no estamos en la Tierra, este es el planeta de Soda Stereo.

Las referencias a las canciones y a los discos de la banda están presentes desde antes del inicio del espectáculo. Tan solo ingresar al Zoom Zone —el campo en forma de medialuna situado frente al escenario y desde donde se disfruta el show de pie y en constante movimiento— aparecen acomodadores con el título de la canción Ángel Eléctrico, en la espalda. Son ellos los encargados de guiar a los a espectadores a lo largo de la pista, cada vez que una de las estructuras ahí dispuestas, cobra vida. Como la flor de cuatro metros que abre sus pétalos metálicos y sobre cuyos pistilos una equilibrista de otro planeta despliega toda su fuerza y delicadeza al son de la imperturbable voz de Gustavo Cerati interpretando en En remolinos.

Este sector, cuyo precio no es el más elevado, es probablemente el más indicado para las fanáticas y los fanáticos. Es aquí donde —además de cantar y dejarse llevar por la energía colectiva como si se tratara de un recital— tienen el privilegio de ver desde muy cerca los números que transcurren sobre estructuras imponentes como las gigantes ruedas acrobáticas utilizadas en Signos o la hipnótica interpretación de Hombre al agua por parte de dos artistas inmersos en una gran pecera de seis metros.

La espectacularidad de los grandes artefactos, la tecnología utilizada en cada número y la destreza de los acróbatas que se mueven con gracia y perfección sorprenden desde cualquier punto de la carpa. Pero Séptimo Día no solo atrae por sus números individuales de gran impacto visual. Y más allá de las referencias estéticas y de toda la iconografía de la banda presente en cada detalle del espectáculo, está la música y lo que los artistas son capaces de trasmitir con ella.

Cada interpretación cuenta una historia que se revela fresca, como el divertido ritmo del rock de los 80 durante el salto colectivo de la cuerda, o en la peligrosa aventura que vive una pareja de trapecistas, prófugos que giran vertiginosamente suspendidos de un artefacto con forma de misil.

La emotividad desborda la carpa del circo cuando todas las luces se apagan y el público de pie se repliega y toma asiento en el suelo para ver y oír a una artista interpretar una sutil versión de Té para tres. La energía y las ganas de sacudir el cuerpo se contagian cuando un personaje encapsulado en una inmensa televisión suelta movimientos espasmódicos en Sobredosis de T.V, canción que forma parte del primer álbum de Soda, lanzado en 1984.

Con 36 artistas en escena y algo más de 20 canciones de Soda Stereo, el Cirque du Soleil transporta. Para quien se deja llevar, el show es un viaje a esa era de casetes y discos, de peinados raros y de maquillaje ochentoso; de furia, ternura y diversión eterna; de Gustavo, Charly y Zeta y de su música de otro planeta.

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