Una de las frases más remanidas en política es aquella que dice que el poder desgasta. Se refiere al hecho de que: ejercer algún cargo de relativa importancia conlleva una carga proporcional que corroe la imagen del protagonista. Si a eso se le suma el factor tiempo, es decir, el plazo que permanece en la función en particular o en la vida pública en general, el desgaste se potencia. Y se está hablando de que para acceder a esos sitios de poder hay que ganar elecciones, dicho en sencillo, las victorias también tienen su componente negativo. Todo esto lo dice el manual.

De lo que se habla poco y se ha escrito mucho menos es que la llanura y las derrotas también tienen una alta carga que hace que cada nueva elección sea un desafío cada vez mayor. Deshacerse de la pesada mochila de las derrotas y despegarse de la etiqueta de ser el derrotado implican ser tremendamente estratégico y a la vez creativo. Ambos elementos escasean entre los políticos. Esa escasez es la que se está viendo en este intento de reinvención que está haciendo Efraín Alegre en su camino a intentar ganar las internas de la Concertación y liderar la oposición apuntando a abril del 2023.

El presidente del PLRA y su grupo asesor liderado por el estratega español Antonio Solá, que vienen acumulando sendas derrotas electorales, han detectado mediante varios estudios cuantitativos y cualitativos algunas falencias al respecto de la figura del eterno precandidato liberal. Una de ellas es la que se menciona al inicio, construir sensación de victoria alrededor de alguien que lleva tantas derrotas es bastante complejo. “No creo que Efraín pueda ganar”, “ya probó muchas veces, debería darle su lugar a otro”, “lo único que hace es atacarle a Cartes”, estas fueron algunas de las frases que saltaron en los grupos focales. Además, los estudios cuantitativos evidenciaron que cada vez que generaba esos ataques furibundos, lo que lograba era generar el cansancio y aburrimiento de la gente bajando sus números y en contrapartida haciendo que suban los de Horacio Cartes.

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Elegir a Soledad Núñez para generar expectativas en un segmento que siempre le ha sido esquivo como el del electorado juvenil, moderar su línea discursiva y despersonalizarla hacia los que él mismo eligió como antagonistas, optando por hablar más de los problemas en general sin asignarles nombres propios, lidiar con su vieja comunicación no verbal del ceño fruncido permanente, participar en actividades como la colecta Un Techo para mi País, estos y algunos otros puntos son parte de las tácticas que surgieron y seguirán surgiendo como resultado de este intento de reposicionamiento que precisa con urgencia el político liberal, buscando esos votos que le son esquivos y que sin ellos ya está demostrado que no llega.

Las nuevas encuestas marcan que en un escenario en el que eventualmente se enfrente a Santiago Peña, el candidato colorado logra quedarse con la victoria con relativa tranquilidad y Alegre vuelve a perder, una nueva derrota sería la definitiva para el liberal. Efraín y su equipo lo saben y están haciendo estas maniobras para tratar de mostrar a un “nuevo” Efraín. El problema está en que el reposicionamiento de un político se logra sobre la base de lo posible; si se busca mentir y engañar al electorado, este ya demostró que sabe percibir la diferencia entre lo real y lo ficticio, y siempre opta por quien es más honesto en sus formas y modos. Para este caso, se aplica perfectamente la frase que Abraham Lincoln no dijo: “Puedes engañar a todas las personas una parte del tiempo y a algunas personas todo el tiempo, pero no puedes engañar a todas las personas todo el tiempo”.

Deshacerse de la pesada mochila de las derrotas y despegarse de la etiqueta de ser el derrotado implican ser tremendamente estratégico y a la vez creativo.

“No creo que Efraín pueda ganar”, “ya probó muchas veces, debería darle su lugar a otro”, fueron algunas de las frases que saltaron en los grupos focales.

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