• Por Josías Enciso Romero.

Las evidencias acumuladas ya no requieren confesiones. Por eso decía que el periodismo-militante-combatiente-marioabdista tenía que asumir bien nomás ya su posición y no pontificar desde el altar de los escapularios truchos una fabulada independencia que no cree ni Caperucita Roja. ¿Cuál es el problema? Y sencillo: los trabajadores de la prensa de los grupos Zuccolillo y Vierci se niegan a presentarse como son. Y se visten como los sacerdotes de la verdad que inmolan a los infieles enemigos de la patria sobre la piedra sacrificial. Así mantienen un eterno connubio con los dueños transitorios del poder. Cada cinco años se lavan las manos y otras cosas, como Poncio, para luego reincidir en sus felonías con manos limpias del pasado. Don Cecilio Báez –no mi vecino– tuvo razón si es que dijo lo que dicen que dijo: “En este país nadie pierde ni gana reputación”. Apelan al tradicional rumor de que somos un pueblo sin memoria. O de memoria corta, a lo sumo. Que mañana nadie recordará esta relación incestuosa entre estos medios y el Gobierno. Incestuosa porque empollaron del mismo huevo. Ab ovo, diría el poeta Horacio. Yodito, la faraona y el capitán pirata que atenta contra los bandos provienen del útero común de la dictadura de Alfredo Stroessner. Desde una modesta ferretería y dudosas importaciones montaron un imperio por la gracia omnipotente del déspota. Cuando el Departamento de Estado les dijo que la democracia era el nuevo negocio, migraron hacia esos lares. Pero no convencidos, sino por conveniencia. Por eso, las remembranzas y el “apoyo incondicional” a un heredero nato del estronismo. Idéntica nostalgia los conmueve, la misma podredumbre los une.

Hoy quieren subirse al carro de la ética profesional, mientras chingan a escondidas con la infamia, la manipulación y las falsedades envueltas en papel celofán para el público. Y ni se ruborizan cuando intrigan a la realidad. Dueños absolutos de los hechos que deben ser transmitidos tal cual ellos los ven, con mirada inquisidora si son enemigos, con placentera benevolencia si son amigos. Fuego graneado y a discreción o elogios a tutiplén. Pero había sido que los dioses también se castigan entre ellos. Alguna ofendida deidad o algún rencoroso divo decidió castigar a uno de sus pares. Y le puso un cacho de bananas al pobre Luis Bareiro. ¿Para qué te traje? Las puteadas retumbaron desde el Partenón ateniense hasta el Coliseo romano, desde el Himalaya hasta el Kilimanjaro, desde la Pennsylvania Avenue hasta la calle Olegario Andrade, con resonancias sísmicas en Benjamín Constant. En pose de Walter Lippmann (casualmente, compañero de banco de Benjamín Fernández Bogado), con insinuaciones filosóficas y meditaciones sociológicas emergentes, el colega empleado de A. J. Vierci se preparó para la entrevista que lo iba a catapultar directamente al Pulitzer. O, al menos, al Paraná.

Llamada de larga distancia. El elegido es el doctor Michael Gold-Biss, quien, según el mismo Luisito, “es profesor en Ciencias Políticas por el Sistema Universitario Estatal de Minnesota, Premio a la Excelencia Docente por el Estado de Minnesota, estuvo en la Escuela Superior de Guerra de Bogotá, Colombia, un currículum realmente impresionante y trabajó para el Departamento de Defensa de los Estados Unidos”. Después de los saludos de rigor, el colega se refriega las manos y su mente vuela hacia los grandes titulares en el “jagua’i paquete” y las repeticiones sin cesar de las declaraciones del ilustre entrevistado. Ni hablar de las redes. Después ya solo podría ocurrir la desgracia de la inmortalidad. Mas la desgracia le vino antes. Como quien se dispara al pie por propia mano. El objetivo era obtener “información más precisa, considerando su enorme experiencia académica y profesional, sobre cuáles son los alcances de los informes que emite el Departamento de Estado de los Estados Unidos. Más que los informes, digamos, cuando toma la decisión de declarar ‘significativamente corrupta’ a una persona”. La introducción duró casi tres minutos.

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La respuesta del académico y profesional Michel Gold-Biss: “Lo más importante es que tenemos que tener gran cautela, porque la diplomacia pública se fundamenta mucho en generar rumores que (a su vez) generen efectos políticos en los países a los cuales se dirige un mensaje. Las personas tachadas como ‘significativamente corruptas’ han sido prejuiciadas por los medios (de comunicación) y han sido víctimas de acusaciones que no tienen un fundamento claro (…) sino en rumores”. Y para que no quepan dudas: “El Departamento de Estado no tiene la potestad de hacer acusaciones penales en este caso; puede hacer acusaciones penales en casos de crímenes de guerra, pero no crímenes en este sentido, de crímenes judiciales, que lo tendría que hacer el Departamento de Justicia”. Sin embargo, “no ha declarado (el Departamento de Estado) cuáles son las pruebas y, por lo tanto, dentro de lo que sería la justicia americana, sería encontrado inocente hasta ser encontrado culpable. Yo no estoy defendiendo a nadie absolutamente. Estoy tratando de explicar a ustedes y a sus oyentes que esto es una maniobra política en que uno tiene que preguntarse quién se beneficia”.

El resto de la entrevista ya habrán leído en la edición de ayer. Igual, merece ser transcripto este último párrafo: “Yo consideraría que los paraguayos se sentirían altamente ofendidos por la acción de los Estados Unidos en un asunto interno que debería manejar la Justicia paraguaya. En los Estados Unidos no existe un caso en contra del señor Horacio Cartes”. La despedida fue mucho más breve. Luisito solo atinó a decir: “Bueno, profesor, le agradezco mucho su tiempo. Son las 7 de la mañana, 57 minutos”. Sonó a “viernes florido” del colegio militar. Los tuits de la radio AM 1080 fueron inmediatamente borrados. Ante cualquier sospecha maliciosa, aclaramos que nosotros nada tuvimos que ver con el affaire. Algunos aseguran que fue Sir Albert Henry Edward Vargas Peña Weiler el que le pasó el nombre y el número, a través de un tercero. Entre bomberos es el pisotón de la manguera. Y bueno, hasta los dioses son imperfectos. Como diría Minguito: “¡Qué le vamo ser!”.

“Yo no estoy defendiendo a nadie absolutamente. Estoy tratando de explicar a ustedes y a sus oyentes que esto es una maniobra política en que uno tiene que preguntarse quién se beneficia”.

Dueños absolutos de los hechos que deben ser transmitidos tal cual ellos los ven, con mirada inquisidora si son enemigos, con placentera benevolencia si son amigos.

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