A diferencia del ora­dor inteligente, distinguido y señorial, el verborrágico es como la carne fofa. Blanda. Esponjosa. Insípida. Sin músculos firmes, ni fuerza ni consistencia. Tratando de mandarse ínfulas de intelectual utiliza muchas palabras, pero absoluta­mente insustanciales. Sin originalidad ni creativi­dad. Su pretendida ironía se transforma en una gro­tesca mueca de ordinariez. La ilusión inicial de confe­rencista con cualidades de recio contenido se desva­nece con el tiempo. Vive del humo. Tratando de vender el memorizado y mismo dis­curso de hace 30 años. Pero ya nadie compra el histrio­nismo insulso, aunque sea barato. Las penumbras de la mediocridad terminarán por cubrirlo lenta e inexo­rablemente. El rayo de efí­mero brillo se herrumbra ante la carnalidad del vicio que se antepuso al ejercicio de perfeccionamiento que demanda la elocuencia. Y la virtud de la decencia. Así, la rutina hace caducar el len­guaje gastado de tanto repe­tirse. Es como el cerebro que se ha mutilado de la razón. Si es que alguna vez hubo razón. Uno de esos nuevos expertos en charlatanería crónica que inundan nues­tra política de entrecasa es el “mariscal de la derrota”. También conocido como “Pavo” según los ex amigos (ya no le quedó ninguno) de su pueblo natal. Opina con autoridad doctoral sobre temas que solo toca de oído. Arremete con la osadía del empírico sobre políticos, personas públicas y el obli­gado acceso a la información generada dentro del Estado. Un poco de ignorancia y mucho de mala fe y arro­gancia terminan con coro­nar sus últimos dislates.

Por supuesto que el “maris­cal de la derrota” va a estar de acuerdo con las filtra­ciones de documentos por parte del Gobierno pues es él, justamente, uno de los promotores. Ante su “ani­llo político” de Yacyretá, que maneja como su propiedad particular, se declaró como el “cerebro de la conspira­ción para destruir a Cartes (Horacio)”. Exaltado más de lo normal (porque ese es su estado normal) lanzó su democrática prédica: “Hay que instrumentar a la Justicia para perseguir a nuestros enemigos, tal como lo hizo fulano”. Nuestro indiscreto colaborador no recuerda el nombre del “fulano”, aun­que sí que fue un presidente de la región. Días atrás, a ese mismo círculo de lea­les (por ahora) comunicó que volverá a candidatarse como senador. Hay que bus­car inmunidad para seguir garantizando la impunidad.

Se entiende que el “mariscal de la derrota”, doctrinaria­mente, no pueda establecer diferencias entre lo público y lo privado, pues él, desde que puso un pie en la adminis­tración del Estado, empezó a privatizar lo público. Pero, también, es casi seguro que intelectualmente no pueda separar ambos conceptos con claridad a pesar de ser abogado, sin tesis docto­ral, porque sus ex com­pañeros de facultad lo recuer­dan cari­ñosa­mente con el sobre­nombre de “Atila”. Uno de los directamente afectados por sus ignorantes comenta­rios confesó en un reducido círculo que: “No vale la pena responderle (a Duarte Fru­tos), carece de toda credibi­lidad. Es perder el tiempo”. Sin embargo, nosotros, como medio de comunicación, estamos obligados a ilustrar a nuestros lectores la confu­sión que quieren generar en la opinión ciudadana algu­nos deslustrados “pensado­res” de los tiempos paleolí­ticos.

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Dijo el ex presidente de la República, degradado a bufón palaciego y cepillero del actual jefe de Estado, que “la filtración (de una infor­mación privada) no es tan grave como pretender ocul­tarla”. Y no sería tan grave, en realidad, si no fuera porque están violando el Artículo 33 de la Constitución Nacional. El precandidato Santiago Peña es un político sin repre­sentación pública. Es decir, no ejerce cargo público. Por tanto, está amparado por el citado artí­culo de nuestra ley funda­mental porque: “La conducta de las personas, en tanto no afecte al orden público esta­blecido en la ley o a los dere­chos de terceros, está exenta de autoridad pública”. ¿Qué parte no entendiste, “maris­cal”? Consecuentemente, tampoco está comprendido dentro de Ley Nº 5882 de “Libre acceso ciudadano a la información pública y trans­parencia gubernamental”, que sí afecta al “mariscal” Duarte Frutos, quien a pesar de esa situación se niega sis­temáticamente a proporcio­nar informaciones sobre los gastos sociales de la Entidad Binacional Yacyretá que él dirige como tambo de estan­cia. Ni hablemos de contra­taciones discrecionales de parientes y amigos. Con unos colaboradores que más pare­cen ordeñadores de vacas -en el andar, hablar y vestir- que miembros del directorio. Con el perdón de los nobles ordeñadores que no ordeñan el Tesoro Público. La calidad de precandidato del señor Peña, llegado el momento, le reclamará presentar la forma y los fondos con que financiará su campaña. Y, en caso de convertirse en Presi­dente de la República, deberá hacer la correspondiente manifestación de bienes ante los organismos competen­tes. Por de pronto, no. “Creo -dice- que la acción contra Mauricio Espínola -quien fil­tró la información- es abso­lutamente irracional”. Lo absolutamente irracional es la declaración de alguien que concluyó la carrera de Derecho y se exprese en estos términos, actuando de secre­tario del secretario adjunto. No tiene la más pálida idea de lo que está hablando. Pero es natural que se defiendan entre sí, porque a los miem­bros de este gobierno no los une la virtud, sino el delito. Y, de yapa, de tanto andar juntos ya se contagiaron unos a otros: Marito está cada vez más delirante y el “mariscal” cada vez más decadente. Ni el viento fresco del “prado” puede disipar el humo espeso y las miasmas. Hendy.

Vive del humo. Tratando de vender el memorizado y mismo discurso de hace 30 años. Pero ya nadie compra el histrionismo insulso, aunque sea barato.

No tiene la más pálida idea de lo que está hablando. Pero es natural que se defiendan entre sí, porque a los miembros de este gobierno no los une la virtud, sino el delito.

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