Las próximas vacancias a generarse en el Tribunal Superior de Justicia Electoral están reviviendo el debate al respecto del papel de los partidos políticos al momento de postular para los espacios a nombres que les son afines o simpatizan con sus distintas vertientes. Además, se vuelve a poner como foco del debate si la asignación en la máxima instancia electoral debe necesariamente ser por partido o espacio político.

Hay toda una línea de pensamiento con un envidiable poder de lobby que con el latiguillo de “los mejores al poder”, plantea que sólo y exclusivamente aquellos que tienen una colección de diplomas podrían ocupar los cargos o espacios. Es, por cierto, una elegante y seductora manera de enmarcar el debate público y tapar el objetivo real: somos nosotros los que definimos quienes son los mejores y lo hacemos nosotros porque los partidos políticos no sirven ni para eso, ni para nada.

Por cierto, en este punto es oportuno mencionar que sin querer -o tal vez queriendo- están expresando la definición etimológica de aristocracia. Y basta con leer un poco, o incluso sólo googlear para rememorar los inicios y sobre todo el final de la aristocracia en la historia de la humanidad.

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En nuestro país funciona algo similar. Grupos de presión integrados por los conocidos como expertos en temas, auto denominados referentes, gremios con mayor o menor exposición pública. Un modelo que en otros países funciona de manera idéntica, lo que se busca es de alguna manera instalar la agenda de que los partidos no funcionan y entonces deben ser ellos quienes realicen una de las múltiples tareas para las que fueron concebidos: proponer ideas y candidatos que encarnen y ejecuten las mismas. Ministros del TSJE, de la Corte Suprema, del Poder Ejecutivo, diputados, senadores.

Los partidos tienen mucho que mejorar, muchísimo. Sobre eso no debería caber duda alguna, ahora bien; hay que mejorarlos, pero de ninguna manera es admisible que por ser imperfectos deban ser sustituidos ni mucho menos eliminados como la plataforma de contención de hombres y mujeres con intenciones, debates, propuestas, consensos, diferencias. En fin, de democracia. Una democracia que puede ser imperfecta e insuficiente pero que sin dudas es nuestra. Tan nuestra que es el mejor espejo de lo que somos y de lo que nos falta como sociedad, y que además es de todas las formas de gobierno que se han probado, la mejor de todas.

Se vuelve a poner como foco del debate si la asignación en la máxima instancia electoral debe necesariamente ser 
por partido o espacio político.

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