“El varón que tiene corazón de lis,alma de querube, lengua celestial,el mínimo y dulce Francisco de Asís,está con un rudo y torvo animal,bestia temerosa, de sangre y de robo,las fauces de furia, los ojos de mal”, dice en las primeras líneas el poema de Rubén Darío, Los Motivos del Lobo que escribió para describir el noble corazón de San Francisco de Asís, y cómo el santo era capaz de domar a la más temible fiera, gracias a su amor inmenso por todos los seres vivos.

No en vano el papa San Juan Pablo II lo nombró patrono de los animales y del medio ambiente, pues amaba y tenía respeto por todo ser vivo: personas, animales y plantas. Dedicó su vida a ayudar, acompañar y a guiar a todos los seres vivos, en especial, a los animales, a quienes consideraba sus “hermanos menores”.

Al no ser sacerdote, en vez de dar doctrina, practicaba una predicación exhortativa, esto es, incitaba a la conversión y a vivir una vida evangélica; predicaba también con el ejemplo, con su estilo de vida aliada a la pobreza.

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¿Quién era?

Giovanni di Pietro Bernardone, más conocido como San Francisco de Asís nació en Asís, Italia, en el año 1181 entre 1182. Su familia era muy rica. Su padre Pietro Bernardone Dei Moriconi se dedicaba a la comercialización de telas y su madre se llamaba, Donna Pica de Bourlemont, comentó Jorge Catalino González.

Durante su juventud, llevaba una vida mundana. A sus 20 años, acude a la batalla entre Asís y Perugia, donde fue encarcelado en esta última, por el tiempo de un año. Meditando lo que había vivido, decidió cambiar de vida. Un día oyó una voz que le decía: “¿Francisco, a quién quieres seguir, a Dios o al ángel?”

Al volver a Asís, su vida no volvería a ser la misma, ya que esas palabras calaron hondamente en nuestro santo. La riqueza y la mundanidad fueron enterrados. Su padre no aceptaba este cambio y le arrebato todas sus riquezas, dando pasó así a una vida de oración, meditación y de seguimiento a Cristo.

La humildad y sencillez fueron sus principales ejes y virtudes que le ayudaron a seguir fielmente a Cristo. Cuando tenía 24 años, San Francisco se encontraba orando en la Iglesia de San Damián, a las afueras de la Asís. De pronto, escuchó una voz que le decía: “Francisco repara mi casa. Pues ya ves, que está en ruinas”.

Inmediatamente salió y vendió las telas de su padre y se encamino a reparar la capilla, donde había oído esa voz.

Enfurecido su progenitor, lo golpeo y posteriormente lo llevó ante el Obispo de Asís, reprimiéndole duramente frente al pastor, a que devolviera todo el dinero de las ventas de la mercancía, comenta González. Francisco lo devolvió frente a todos y además, se despojó de sus vestiduras y diciendo a su padre: “Hasta este momento te llamé padre. Ahora podré decir con justa razón: Padre nuestro que estas en el cielo. Porque sólo en él, puse mi esperanza”.

Meditación, oración y humildad

Durante dos años vivió sólo y dedicado a la oración, mientras reparaba las iglesias de San Damián, San Pedro y Santa María de los Ángeles. Todo esto lo hizo, en medio de la compasión y burla de la gente, comenta González.

Con 26 años, en sus labores de siempre y al oír un pasaje del evangelio de San Mateo 10, 7 – 19 y sintió ese llamado nuevamente, pero en esta oportunidad, al de la evangelización. Con alegría, dinamismo y mucha entrega, empezó su camino de pastoreo. Las personas que lo oían, quedaban admiradas hacia Él. Al hecho, que mucho deseaban ser sus discípulos.

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