Armando Almada Roche
armandoralmadaroche@yahoo.com.ar
(Especial, desde Buenos Aires, para La Nación)

Augusto Roa Bastos, en su larga vida de escritor, ha cosechado muchos amigos de los más diversos oficios y profesiones, en especial poetas, músicos y escritores. Entre ellos destacamos la que tenía con el poeta español Félix Grande, asiduo visitante de Buenos Aires.

En una de las varias entrevistas que le hiciéramos durante el II Congreso de Lengua Española, en Caracas, Venezuela, en 1981 (inédita hasta hoy), nos comentaba el recuerdo de esa amistad. Nos parece oportuno rescatar ahora las palabras del vate ibérico y hacerla pública. Además de dirigir en su momento Cuadernos Hispanoamericanos, ha publicado numerosos libros de poesía y narrativa: Las piedras, Música amenazada, Blanco spirituals, Taranto, Homenaje a César Vallejo, poesía reunida en biografía y, como narrador, por ejemplo, Doscientas y Parábolas. Premios importantes: "Adonais", "Guipúzcoa", "Gabriel Miró", "Eugenio D'Ors" y, por último, el Premio Nacional de Poesía por su libro Las Rubáiyátas de Horacio Martín.

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Félix Grande era alto, delgado, más que un escritor parecía un galán de cine, además de tener un aire a don Quijote, aunque de rostro aniñado y las canas le daban un tono serio e interesante. Sabíamos que nació en Mérida, provincia de Badajoz, y que sus antepasados eran de Tomelloso, Ciudad Real, La Mancha. Allí vivió hasta los veinte años. Él y sus hermanos, cinco en total, eran pastores de cabras. Allá iban detrás del rebaño de cabras de la hacienda paterna en pos de su alimento diario.

"El sol comienza a aceitunarle el rostro –como dice Elvio Romero de Miguel Hernández– y a parársele en el corazón con el fuego nutriente de su perpetuo incendio".

Le preguntamos al poeta por qué dejó su tierra natal y nos dijo: "Debido a que cada día la situación económica se hacía más y más difícil. Entonces mi padre vendió las cabras y las dos o tres vacas que teníamos, y se vio obligado a esa cosa tan española que es la emigración interior y se vino a Madrid, de albañil. Mejor dicho, nos largamos: también mis hermanos y yo. Desde aquel día vivo en Madrid, una ciudad entre maravillosa y enajenante".

YO EL SUPREMO

Quisiera que nos contara cómo nació su amistad con el escritor paraguayo Augusto Roa Bastos, puesto que sabemos que son muy amigos. Sonrió y su cara se le llenó de felicidad al oír el nombre de Roa. "¿Quién no es amigo de Augusto? Yo creo que todo el mundo es su amigo. En España se lo respeta y quiere mucho. Nos conocimos cuando viajo allá para un congreso y enseguida surgió entre nosotros una hermosa amistad. Luego nos volvimos a encontrar en Francia y aquí, ahora mismo, en Caracas. Él me escribía desde Toulouse y yo le contestaba asiduamente. Varias veces me invitó a dar charlas en la universidad donde enseña. Recuerdo que escribí una suerte de ensayo sobre Yo el Supremo, a mi juicio, una obra verdaderamente maestra. Tengo casi todos sus libros autografiados de su puño y letra. Suele decirme: 'Cuando en mi país vuelva la democracia te invitaré para que conozcas el Paraguay y a su gente'. Tengo recuerdos muy lindos de Augusto, gran persona y mejor escritor. Estoyfeliz de coincidir con él en este encuentro de escritores".

– ¿Qué escribe en la actualidad? –quisimos saber–

– En este momento estoy tratando de conseguir tiempo, quizá comprar tiempo, para poder terminar un libro, un ensayo, empezado el año pasado sobre la poesía de Luis Rosales.

PARA GANARSE LA VIDA

– Amén de la poesía y la narrativa, ¿a qué otra cosa se dedica para poder vivir?

– Aparte de escritor a gusto, es decir, de redactor de poemas –cuando ellos quieren y no cuando quiere uno– y libros de ensayos, que lo escribo más por vocación que como productor de literatura, aparte de esto me gano la vida, por un lado, trabajando en la revista "Cuaderno Hispanoamericano", de la cual soy subdirector, y por otro lado, escribiendo artículos, dando conferencias, aceptando encargos; por supuesto, encargos que me complace hacer, pero trabajos a lo que yo no lo llamaría escribir. La palabra escribir tiene una connotación placentera y es placentera la literatura, pero no siempre que se escribe para ganarse la vida.

Félix Grande se había hecho especialmente notorio, además –escribió alguien– por su amistoso apoyo a los argentinos que residían en Madrid, era un abierto "proargentino". En un momento de la entrevista le preguntamos ¿cómo se daba la cuestión cultural en España en esos tiempos?

– Por de pronto se manifiesta con más libertad que hace unos años, y el resto es lentitud, trabajo, vocación. Incluso diría sacrificio, pero también –repito– con más libertad.

– En el aspecto editorial, ¿se continúa editando con la misma fuerza arrolladora de años atrás?

"…su propio editorial"

– Verá, hay unos cuantos enigmas en el universo. Uno de ellos es si procede o no procede considerar los platillos voladores no identificados, o los objetos voladores no identificados, como provenientes de una cultura superior de alguna galaxia lejana, y otros de los misterios, que creo obtengan uno nunca solución es de la innumerable presencia de las editoriales españolas en España. Yo creo que va a llegar el día en que ya el país que tiene más editoriales por kilómetro cuadrado y va a llegar un día en que cada lector va a tener su propia editorial (rió)… no se explica nadie cómo pueden sobrevivir tantas editoriales y todos estamos esperando, de un momento a otro, el proceso de la ficha dominó para que empiecen a caer vertiginosamente una tras otra.

– Pasando a otro tema. ¿Usted cree que los congresos benefician al escritor?

– Pues yo no creo que lo mortifiquen, ni que le roben nada esencial de su ser. Creo que sirven, de pronto, para que encontremos en los sitios más inesperados, o incluso en los sitios más esperados, gentes que somos muy amigos y nos tenemos mucho aprecio o admiración mutua –el caso de Roa Bastos, que acabo de citar– y que nos pasamos años sin vernos. De repente en los congresos nos encontramos, intercambiamos libros, nuestras impresiones, hacemos también planes, proyectos comunes. Sí; yo creo que el saldo es positivo.

– ¿Usted piensa que la humanidad progresa a un ritmo regular?

– La humanidad no progresa en un ritmo regular, creo yo; a una época de adelantos vigorosos sigue frecuentemente un retroceso brutal. Temo que tales recaídas sean inevitables. Pero, por muy violentas que sean, nunca dan motivo para desesperar; aun cuando, como ahora, observamos semejantes momentos retrógrados, lo cierto es que jamás el hilo se ha roto por completo. El trabajo espiritual en el sentido de la elevación de la humanidad no sufrirá nunca una interrupción absoluta. La noción moral no desaparece nunca del mundo, solo se desplaza. Por ejemplo, cuando un país renuncia a su misión cultural, siempre surgen otros, prontos a reemplazarlo; mientras una esfera se ensombrece, otra se ilumina. Otro ejemplo: por eso mismo, ni aun un acontecimiento tan monstruoso como la caída del imperio romano ha podido aniquilar la unidad del género humano. Solo traspasó esa unidad de una esfera a otra, del ámbito de lo material, al del espíritu, del mundo político, al religioso, pues en el momento en que Roma dejó de ser centro político y unificador del mundo, apareció una Roma nueva. Bajo la forma de la Iglesia Católica apareció el cristianismo, una nueva concepción universal, dotada de las mismas fuerzas sintéticas. Donde habían gobernado emperadores, dominan ahora los grandes maestros de la Iglesia; ellos imponen la fe y establecen la ley, y nuevamente, toda la humanidad europea queda unificada bajo una organización espiritual del genio, y la Eclesia Universalis cubre con su bóveda, como una catedral inmensa, al Occidente entero. Se ha creado una unidad nueva para el pensamiento humano. Por espacio de mil años, vale decir, durante un lapso mucho mayor que la subsistencia del imperio romano, los pueblos quedaron unidos en una sola y misma religión, sometidos a una misma ley moral, por sobre la diversidad de los idiomas.

– ¿Qué nos puede decir de la tan mentada inspiración? ¿Le resulta difícil escribir un poema?

– Muy de tarde en tarde escribo. Los poemas vienen cuando quieren, y debo decir con dolor, en mi caso, hace varios meses que no vienen. Quizá cuando vengan… voy a creer en la inspiración.

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