La caída de dos ministros en apenas 48 horas por vínculos con sindicados como narcotraficantes, en medio de gigantescas operaciones que están desmantelando verdaderas urbes paradisiacas construidas con ilícitos, además de frondosos precedentes para este gobierno, dejan a la vista la poca sensatez en términos de institucionalidad. Están destrozando la moral de las instituciones del Estado, de las cuales forman parte miles de funcionarios dignos y sacrificados que sí tienen amor a sus respectivas entidades.
Antes de cualquier conjetura que se pudiera tejer con la amistad del hoy ex ministro del interior Arnaldo Giuzzio, así como lo sucedido con el ex ministro de la Secretaría de Emergencia Nacional (SEN), Joaquín Roa, está el poco interés y el cuidado que tuvieron con sus respectivas investiduras. Estos y otros funcionarios que coquetean con grupos o personajes alejados de las leyes perjudican enormemente la integridad como la credibilidad de las ya muy golpeadas instituciones estatales.
Las cabezas de las instituciones o entidades deben predicar con el ejemplo las buenas conductas para no atentar contra los principios de honestidad del funcionariado.
Las destituciones de los dos ministros los perjudicó en sus cargos; sin embargo, esto daña mucho más aún si se dimensionan la imagen y la credibilidad como Estado. Los altos funcionarios, políticos con cargos de peso, tienen que entender que se deben a la investidura que llevan y cuidar el cargo en todos los aspectos, más aún en las amistades peligrosas en las que pudieran caer.
Los falsos discursos, como los que quedaron evidenciados por parte del defenestrado Giuzzio, que ante las cámaras atacaba ilícitos, pero detrás de ellas en la realidad, y si se quiere decir en su intimidad, estaba embarrado en conexiones turbias que dejan una terrible decepción hacia los hombres del poder que, lastimosamente, se extienden a las instituciones.
Es inconcebible dentro del raciocinio que un ministro del Interior, a quien se le confía la política de seguridad interna de todo un país, esté vinculado y, peor, acuda a préstamos de lujos de personas sindicadas como narcotraficantes. Lo mismo se puede decir de los dudosos intercambios comerciales entre el ex ministro de la SEN y la empresa de uno de los considerados brazos logísticos en el negocio de estupefacientes.
No hay margen atribuido para el error cuando un ordenador de gastos otorga millonarios contratos directos a todo el clan de un proveedor, que luego termina financiando a cuotas la compra de un yate a quien le adjudicó negocios con el Estado.
Estos lamentables precedentes que saltaron tras estos megaoperativos antinarcóticos son indicadores de lo dañada que está la estructura estatal. El país debe seguir y retomar el rumbo de la confianza.
Los últimos acontecimientos generan mucho temor, mucha desconfianza. Los políticos y funcionarios de todos los niveles deben comenzar una ardua tarea para recuperar o, al menos, intentar proyectar transparencia, credibilidad y tranquilidad a la ciudadanía.
La sociedad viene experimentando un proceso de transparencia del cual no hay retorno, lo que implica que todo está bajo la lupa, no hay posibilidades de espacios para situaciones ni acciones engorrosas. Los funcionarios del Estado que no comprendan la responsabilidad del cargo en la línea del honor evidentemente quedarán fuera, tal como ocurrió en estos días.
No basta con ser eficientes en las tareas, los funcionarios que ocupen cargos en cualquier escalón de la estructura estatal deben saber cuidar la investidura que tienen porque ella implica confianza en las funciones que realicen. Este principio de honorabilidad es inseparable de los roles. Los últimos acontecimientos desafían de manera fuerte a los servidores públicos a un comportamiento sano, sin picardías en los vínculos que puedan mantener para así ser custodios de los intereses de la gente desde el lugar que les toque.