El tiempo transcurrido entre el lunes 17 al domingo 23 de mayo fue la semana más cala­mitosa que se ha vivido hasta ahora bajo la emergencia del covid-19. En ese lapso de tiempo se ha dado el mayor número de muertos, así como la cantidad más elevada de contagios en el corto período septenario. Por lo cual se puede decir que, hasta ahora, ha sido la semana de los récords de la pandemia que se abate sobre un país que necesita urgente defenderse con más vigor para que no continúe el exagerado aumento de víctimas.

Obviamente, para ello se necesita una efectiva campaña de vacunación que hasta ahora ha estado debilitada por la escasa cantidad de dosis disponibles. Las cifras cotidianas golpean con tanta fuerza, que a veces hay que mirarlas varias veces para convencerse de que no son una falsa noticia.

Un dato para tomar muy en cuenta es que el número de muertos que se ha registrado entre el 17 al 23 de este mes ha roto todos los esquemas anteriores y es para asustar hasta a los más cal­mos. En tan solo siete días han falle­cido debido a las complicaciones de la pandemia 764 individuos, lo que da un alarmante promedio de 109,1 muertos por día, cantidad que hasta hoy no se ha alcanzado en otro momento.

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Para tener idea de su magnitud hay que mencionar que esta cifra representa un aumento de 55,21% de decesos frente a los registrados como promedio en abril, cuando la media era de 70 fallecimien­tos por jornada. Tan grande fue el incre­mento cotidiano de muertes en esta última semana, que es el 44,3% más alto que los producidos en los primeros 16 días de mayo, cuando la media había lle­gado a 76 (75,68) diarias.

En materia de contagios, el alza que se pudo notar en la semana que nos ocupa fue del 33,68% frente al promedio alcan­zado en abril, pues a los 2.078 casos dia­rios de ese mes en esta última semana de mayo se le enfrentan los 2.778 enfermos cotidianos. Y si la comparación se hace con el promedio de los contagios alcan­zados del 1 al 16 de mayo, en esta última semana se produjo un aumento del 29%.

De acuerdo con los registros de Salud Pública, de todos los decesos registrados por la enfermedad en la última semana, el 38% incluye a personas que tenían entre 18 y 59 años de edad, lo que quiere decir que los límites de edad para prote­gerse del mal ya no rigen ante la apari­ción de las nuevas variantes que atacan con preferencia a los jóvenes. Y sobre todo porque es también la franja de edad que probablemente menos se protege con los cuidados sanitarios, según las denuncias.

Un reporte del Hospital Nacional de Itauguá refuerza este hecho. Señala que en la última semana el 90 por ciento de los pacientes internados en terapia intensiva tienen entre 18 y 50 años de edad, hecho que revela que la gente joven y otra que no ha llegado aún a la anciani­dad está abarrotando los servicios espe­cializados de donde entre el 35% al 40% de los internados no sale con vida. Ante las cifras contundentes de nuestra rea­lidad actual ya no caben los discursos, las expresiones de buenas intenciones o las palabras de conmiseración. Frente a tamaño infortunio pandémico, todo lo demás son simple hojarasca que se lleva el viento.

Con los números catastróficos de dece­sos y contagiados urge como nunca que el Gobierno consiga mayor cantidad de inmunizantes en el menor tiempo posi­ble para hacer frente a la situación. Ante esta emergencia nacional, todos los sec­tores de la sociedad deben unirse para plantear juntos la gran batalla contra la pandemia porque la magnitud de la tra­gedia obliga a actuar con inteligencia y sin la ausencia de nadie.

Las organizaciones de la sociedad civil deben participar con su experiencia y las técnicas que habitualmente aplican en sus áreas de influencia para hacer más eficaz la tarea. La respuesta debe hacerse con rapidez y eficiencia. Por­que cuanto más tiempo pase indefensa la población del país, mayor cantidad de personas irán cayendo presas de la enfermedad.

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