Es indudable que desde que se declaró la emergencia a causa de la pandemia la ciudadanía adoptó una conducta ejemplar, acompañando las medidas sanitarias de prevención, y se realizaron esfuerzos desde todos los sectores para tratar de que las consecuencias sean menos duras de las que entonces se veían en otras partes del mundo. El tiempo pasó y por diferen­tes motivos la realidad fue cambiando. Los contagios fueron aumentando y con ellos la necesidad de ampliar la cobertura y atención adecuada, y la falta de medi­camentos de alta demanda en las unida­des de terapia intensiva (UTI) se hizo evi­dente y causó una fuerte crisis que lanzó a la gente a las calles, dejando a la vista las carencias insatisfechas y la necesidad de cambios urgentes para revertir la grave situación.

Hoy estamos ante una situación de emer­gencia, de “alerta roja” declarada oficial­mente por el Gobierno, un estado de gran peligro ante las cifras que a diario nos advierten que nuestro ya precario sistema de salud está a punto de caer en el colapso total. Ante este panorama por demás som­brío, las autoridades de Salud han comen­zado a movilizarse para lograr que las ansiadas vacunas lleguen por fin al país, contando con el apoyo de otras institucio­nes del Estado y empujadas por los recla­mos ciudadanos. De acuerdo con lo infor­mado desde el Senado, llegarían en las próximas semanas dosis en cantidades superiores a las pocas con las que se cuen­tan ahora, a través de distintos sistemas de gestión.

Mientras todo eso ocurre, hoy por hoy, la situación es extremadamente grave y por lo tanto, las diferentes asociaciones de profesionales de la salud, tanto del ámbito público como privado, han emitido comu­nicados especialmente dirigidos a la ciu­dadanía en busca de comprensión de la realidad. Desde todos los frentes cientí­ficos, el informe de la situación en el país es alarmante y exige una respuesta que va más allá de las posibles medidas restricti­vas que pueda asumir el Gobierno Cen­tral y los departamentales y municipios. La triste realidad es que el sistema sanita­rio está técnicamente colapsado. En estos momentos, las camas de UTI en los hospi­tales públicos están con un 100% de ocupa­ción en Asunción y Central y las 270 camas habilitadas en los sanatorios privados están totalmente ocupadas con pacientes con covid-19.

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Todas las sociedades científicas anuncia­ron que, de seguir a ese ritmo de ocupación y necesidad, no se podrá garantizar la aten­ción de pacientes, no solo en los hospita­les públicos, sino también en los sanatorios privados. Los médicos de UTI están reba­sados y cumpliendo maratónicas jornadas, así como todos los trabajadores de blanco que, además, son víctimas también del virus. Piden, entre otras cosas, que la ciu­dadanía realice una “cuarentena volunta­ria”, restringiendo las salidas de la casa solo a casos de exigencias laborales que deben ser cumplidas bajo condiciones de estrictos cuidados, como el uso de tapabocas, lavado de manos y distanciamiento social. Los médicos piden que cada uno sepa cuidarse y cuidar a los suyos, evitando los encuentros sociales, la práctica de deportes grupales y todo tipo de ocasión de sobrepasar la can­tidad de personas de la llamada “burbuja” familiar o laboral. Inclusive han pedido encarecidamente evitar los viajes en la cer­cana Semana Santa, uno de los temores más grandes debido a que el movimiento de personas en esas fechas suele ser intenso y sería realmente una catástrofe la conse­cuencia de ello.

En este momento crucial, más allá de las razones que se puedan esgrimir desde dis­tintos sectores sobre las causas de la crisis, lo evidente es que debemos asumir como ciudadanos la responsabilidad de proteger­nos para evitar que las cifras estremecedo­ras de internados, afectados y fallecidos a diario nos lleven a una verdadera catástrofe en la que no servirá de nada encontrar cul­pables sobre las víctimas. “Es un llamado desesperado a la ciudadanía a tomar con­ciencia”, dicen desde todas las sociedades científicas que se ven desbordadas y con­tando a diario con pérdidas de vida de sus colegas trabajadores de la salud. Ya no se trata de relatar que hay fallecidos de eda­des avanzadas y con enfermedades graves de base, hoy son muchos los jóvenes que están graves peleando por sus vidas desde las UTI de todo el país y también niños que están internados y bajo cuidados intensivos a causa de la enfermedad.

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