Los casos de coronavirus llegaron a su punto más alto en lo que va de los doce meses de la pandemia, los hospitales están rebasados y no llegan las vacunas contra la enferme­dad. A esto se añade la preocupante aglo­meración de grandes cantidades de perso­nas en lugares públicos en que muchos no usan barbijos ni cuidan el distanciamiento y son fuentes de contaminación. La fuerte explosión de contagios que se ha producido en los últimos días ha puesto en guardia a las autoridades de la salud que declara­ron la alerta roja sanitaria. La declaración es importante, pero en los hechos prácti­cos no basta porque una buena cantidad de gente sigue con la negligencia habitual, sin que nadie le reclame por su conducta inapropiada ni le exija corrección. Todo indica que faltan medidas más concluyen­tes que produzcan el cambio de comporta­miento para disminuir los contagios.

Los números recientes de casos y decesos por covid-19 en el país son alarmantes. El reporte de Salud Pública del martes 9 de marzo asustó a más de uno, pues el número de contagiados alcanzó los 2.125 casos en esa jornada, más del doble del registrado el domingo último (1.074) y 308 conta­giados más que los reportados el lunes 8. Sumando los casos de los 9 primeros días de marzo se llegó a un promedio de 1.390 por día. Si esta cifra se compara con la media de los primeros 9 días de febrero, que era de 732 contagiados por jornada, se tiene la enorme diferencia de 658 enfer­mos diarios más. Esto quiere decir que en los primeros días de este mes se produjo un aumento del 90% (89,9) de casos sobre los números de las primeras jornadas de febrero pasado. De ese modo el aniversa­rio del primer caso de covid-19 en Paraguay en el 2020 se recordó con un incremento espantoso.

La cantidad de decesos de las últimas fechas también es digna de atención. Desde el 28 febrero al 9 de marzo hubo 179 falleci­dos, lo que arroja un promedio diario de 20 (19,88) muertos, cifra que frente a la media de 16 decesos diarios de las 9 primeras jor­nadas de febrero representa un alza de 4 muertos más por cada jornada, un 25% de incremento.

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Esta acuciante realidad ha hecho que las nuevas autoridades de Salud hayan lan­zado una declaración de alerta roja sani­taria. En ella apunta su preocupación por el alto grado de aglomeración de personas que se observa en diversas actividades y el bajo acatamiento de las medidas sanita­rias por parte de las mismas. Esto puede ocasionar mayor cantidad de contagios, que podría causar peligrosas sobrecargas en los hospitales que ya están colmados de pacientes.

El documento recomienda tomar concien­cia de la situación, pide resguardar a las personas mayores de 60 años, evitar las aglomeraciones, reducir el tiempo de los encuentros y cumplir de manera estricta el protocolo sanitario.

Más allá de las recomendaciones, hace falta actuar de una manera más contun­dente, yendo al campo de los hechos prácti­cos con mucha fuerza y de manera conclu­yente para que se lleven a la práctica esos consejos. El alto índice de contagios obliga a tomar el toro por las astas y acompañar las recomendaciones con una contraofen­siva enérgica capaz de disminuir los ries­gos mediante el cumplimiento estricto de las medidas sanitarias.

Si es necesario, el Estado debe emitir una declaración de emergencia nacional para tomar todas las medidas excepcionales que se requieren para defender al país de este peligro creciente. Debe encarar una campaña educativa de máximo nivel, a través de los medios, de las oficinas públi­cas, en lugares de concentración de per­sonas, en los centros comerciales, las pla­zas, las calles, para convencer a la gente a actuar correctamente. Por estar en riesgo la seguridad nacional, debe desplegar las fuerzas públicas necesarias para contro­lar el comportamiento de la gente y obli­gar a todos a tomar las precauciones esta­blecidas.

La experiencia cotidiana está demos­trando que hay que trabajar con todos los medios lícitos en el comportamiento de las personas, para ayudarlas a proceder según las disposiciones sanitarias. El país vive un momento de tal gravedad que exige con­ducirse con absoluta responsabilidad para salvar de la enfermedad y la muerte a miles de personas.

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